Estrenos online: crítica de «Relay – El intermediario», de David Mackenzie (Flow, Claro Video)

Estrenos online: crítica de «Relay – El intermediario», de David Mackenzie (Flow, Claro Video)

Un negociador entre denunciantes y empresas corruptas se mete en problemas cuando afronta un complicado caso en el que pone en juego sus emociones. Con Riz Ahmed, Lily James y Sam Worthington. Para alquilar en plataformas.

Con una trama que trae a la memoria los thrillers paranoicos de los años ’70 pero con una puesta en escena más seca y medida que, durante gran parte de la película, hace recordar al cine de Jean-Pierre Melville, RELAY es un film de suspenso cuyo tema queda en segundo plano en función de su ejecución. No es que los McGuffin que conectan el relato no sean importantes –son, después de todo, documentos que prueban delitos cometidos por corruptas corporaciones–, pero el modo enrevesado que el guión de Justin Piasecki usa para ponerlo en funcionamiento se vuelve en realidad el centro de la película. O al menos de su primera y mejor mitad.

Dirigida por el siempre eficiente David Mackenzie –realizador de ese clásico moderno que es HELL OR HIGH WATER–, la película se centra en Ash (Riz Ahmed), un alcohólico en recuperación que tiene un muy específico trabajo que organiza de una manera tan profesional como complicada. Ash es una suerte de negociador entre partes. Toma las denuncias de ex empleados de compañías que tienen en sus manos pruebas de que sus jefes cometieron delitos –por lo general, compañías que polucionan el ambiente o ocultas graves problemas de productos que comercializan– y trata de asegurarse de que no les suceda nada negociando una devolución de esos materiales por una suma de dinero y quedándose con una copia que puede ser enviada a los medios ante cualquier inconveniente.

Es un trabajo muy específico y la forma en la que lo hace lo es más aún. Como se mantiene en las sombras y nadie sabe quién es, dónde está ni cuántas personas trabajan con él, solo se comunica mediante un relay service (o Servicio de Retransmisión de Comunicaciones) que suele ser usados por personas sordas o con dificultades del habla que no pueden comunicarse telefónicamente. Ash tipea los mensajes en un teclado analógico y los pasa a un grupo de voluntarios que se los dictan a las personas que los reciben. Y viceversa. La garantía de este servicio pasa por el hecho de que por ley esos empleados no graban las conversaciones que facilitan y todo lo que dicen –por más conspirativo y peligroso que suene– no queda registrado en ningún lado ni se puede reclamar de modo alguno.

Mackenzie pone en escena el funcionamiento del sistema de un modo bastante claro y visual, ya que lo vemos a Ash tipear y a los operarios transmitir sus mensajes a terceros que desconocen el mecanismo previa explicación de cómo funciona el asunto. Y a eso hay que agregarle las incontables medidas de seguridad por lo general analógicas que el hombre pone en juego –con los materiales, con los viajes, con los correos y paquetes, con sus constantes cambios de celulares, etcétera– para que sus «mediaciones» lleguen a buen puerto. El modo en el que Ash opera pasa a ser lo más fascinante y original de un film que, por fuera de eso, se mantiene dentro de las líneas más o menos tradicionales del género.

Primero lo vemos cerrar un caso del modo deseado y pronto le llega uno nuevo. Una chica llamada Sarah (Lily James) tiene en su poder documentos que prueban la corrupción de la empresa en la que trabajaba y que la echó. Y logra ponerse en contacto –tampoco es fácil llegar a él– con Ash. A la chica la persigue y espía un equipo de o contratado por esa empresa (interpretado por Sam Worthington, Willa Fitzgerald, Jared Abrahamson, Pun Bandhu) que trata de obtener esos documentos sin tener que pagar los dineros que les piden. Y mediante esos mensajes tercerizados Ash va tratando de manejar la situación, explicándole a Sarah qué hacer y cómo, mientras tratan a la vez de despistar a sus perseguidores.

Todo funciona bastante bien en el modo seco y efectivo en el que Mackenzie cuenta su historia. Ahmed recién abre la boca por primera vez a la media hora de película y hasta el final no dirá mucho (escribe, eso sí, un montón) y todo se maneja como un juego de mensajes, trampas, engaños constantes. Hasta que suceden dos cosas que complican el hasta el momento irreprochable procedimiento. De un modo hitchockiano clásico, Ash empezará a conectarse emocionalmente con Sarah, a la que ve sufrir por la situación. Y viceversa. Y todo empeorará cuando la chica cometa un error y Ash –como el personaje de Robert DeNiro en FUEGO CONTRA FUEGO— en lugar de suspender el asunto decida arriesgar personalmente el pellejo por ella.

La primera mitad del film es sencillamente perfecta. Económica, seca y nerviosa, logra que nos parezca convincente el enrevesado sistema con el que Ash opera y que enloquece a sus perseguidores (en ese sentido también es muy parecido al clásico de Michael Mann), mientras que a la vez logra que conozcamos un poco más al personaje mediante sus reuniones en Alcohólicos Anónimos, que dejan entrever algo de su pasado y sus elecciones en la vida. Pero una vez que se rompe el seco manejo de la gestión, la película empieza a pisar un territorio un poco más endeble, frágil y, finalmente, poco creíble. Sus problemas no son tan grandes como para arruinar lo que había logrado hasta ese momento, pero el resultado final no es tan redondo como prometía serlo.

Es cierto que Mackenzie desperdicia la oportunidad de hacer una denuncia más ostensible acerca de los temas que hay en disputa, pero RELAY no apuesta por ser un relato socialmente relevante sino un elegante y sinuoso thriller que utiliza ese universo como excusa narrativa para crear sus juegos de gatos y ratones. Y eso es lo que mejor sabe hacer el realizador. Como su protagonista, pone en acción un mecanismo narrativo eficaz e inteligente que funciona muy bien. Y, también como él, se enreda cuando las cosas se complican. En ese sentido, Ash es su alter-ego perfecto. Son tal para cual.