Festival de Mar del Plata 2025: crítica de «Dreams», de Michel Franco

Festival de Mar del Plata 2025: crítica de «Dreams», de Michel Franco

por - cine, Críticas, Festivales
10 Nov, 2025 08:15 | Sin comentarios

En el nuevo drama de Michel Franco, una mujer adinerada y un joven inmigrante mexicano viven un romance que revela las contradicciones de la compasión liberal y las brutales dinámicas del privilegio. Con Jessica Chastain e Isaac Hernández.

En la continuidad de la carrera del cineasta Michel Franco ahora Jessica Chastain ocupa el rol que hasta hace poco ocupaba Tim Roth: el actor angloparlante que se suma al universo del realizador mexicano y lo expande territorial y comercialmente. Gracias a esos nombres, uno puede suponer, el cine de Franco llega a muchos más espectadores. De hecho, vi la película en el festival un lunes al mediodía y la función estaba llena, algo que estoy seguro no sucedería sin una estrella como Chastain encabezando el elenco. Más allá de eso, aún cuando por momentos la manera de hacer cine de Franco parece abrirse a otras posibilidades, uno sabe que lo más seguro es esperar que ocurra lo peor. Tarde o temprano, la lógica del abuso, la crueldad y la violencia tiene que aparecer de un modo desatado y, en ese sentido, el director de NUEVO ORDEN no decepciona. O, al menos, no a sus fans.

Su primera colaboración, MEMORY, había sido ligeramente más amable que otros films suyos (ligeramente es la palabra clave ahí) y, da la impresión, por el desarrollo de los acontecimientos, que DREAMS seguirá esa vía. Cuando conocemos a Fernando (Isaac Hernández, bailarín en la vida real) es un joven que está inmigrando ilegal y peligrosamente a los Estados Unidos desde México, como tantas otras personas. Logra escapar de «la Migra» corriendo y ocultándose hasta llegar a San Francisco, en un viaje que el film resume muy económicamente. Al llegar allí lo vemos entrar a la lujosa casa de un barrio muy elegante y Franco deja que el espectador espere lo peor. Pero cuando aparece Jennifer (Chastain) y lo recibe besándolo y metiéndose con él en la cama en la que duerme, entendemos que la historia es diferente a la que muchos imaginan.

Fernando es un bailarín que Jennifer conoció y del que se enamoró (o le fascinó) en una fundación que la empresa que maneja su padre tiene en México, uno de los tantos «gestos filantrópicos» que muchos millonarios hacen en los Estados Unidos. Pero una cosa es tener un amante sexy en México y otra que el tipo quiera ser novio oficial y que lo conozca la familia. Todo bien con la filantropía y los discursos políticamente correctos, pero Jennifer sabe que no da ir más lejos con este joven, al que además casi dobla en edad. El problema es que Fernando se da cuenta de su reticencia y se aleja, dejándola a Jennifer con dudas. ¿Será capaz de arriesgarlo todo, incluyendo cierto status social, por el amor a este inmigrante ilegal?

De eso va DREAMS: de los límites de la generosidad falsamente progresista y de la manera en la que eso repercute en los protagonistas de la historia. Queda claro por la forma en la que Franco viste siempre de modo entre gélido y elegante a Chastain que Jennifer parece más motivada por el sexo con Fernando que otra cosa; y que por más discursos nobles que haga no tiene mucha intención de arriesgarlo todo por él. ¿O sí? ¿O será que es capaz de cambiar por amor? La búsqueda de Fernando es más difusa, ya que él sí o sí quiere estar en Estados Unidos, aún sabiendo los riesgos que eso implica y pese a las recomendaciones de Jennifer de seguir su relación en México, donde podrían, al menos parcialmente, seguir su vida juntos. ¿Podrá el chico encontrar la manera de hacer que Jennifer se libere de sus miedos y lo acepte como su pareja estable allá?

Si vieron alguna vez una película de Michel Franco saben la respuesta a esa pregunta. No hay muchas dudas. La política de la casa es: todo lo que puede salir mal, va a salir mal. Y todo personaje que cometa un acto cruel recibirá a cambio otro aún más cruel y así, sucesivamente. DREAMS –título con previsible carga irónica– tiene un elemento interesante a su favor ligado al tema que plantea: la «solidaridad performática» y el turismo cultural y hasta sexual que ejercitan en los países centrales en nombre de la corrección política. El problema, como suele suceder en el cine de Franco, son las formas. En su obsesión por no dividir a las personas entre víctimas y victimarios, todos sus personajes tienen un lado brutal dispuesto a sacar a la luz en el momento culminante.

El problema del formato es que muchas veces –como en este caso– es injustificado. Para no espoilear no diré a qué me refiero, pero hay giros en los personajes y situaciones que parecen forzadas solo para probar la hipótesis que el realizador maneja desde que empezó a hacer cine: que el peor enemigo del ser humano son los otros seres humanos. Habrá niveles –de poder, de dinero, de maldad–, pero la esencia no cambia. Y si bien es cierto que la crueldad que últimamente nos rodea y circunda parece darle la razón a la pesimista visión del mundo del director de DESPUES DE LUCIA, lo cierto es que sus películas no hacen más que confirmar y reforzar esa mirada desde el nihilismo más absoluto.

Formalmente la película es, como es costumbre de la casa, fría, seca y un tanto mecánica. Si a eso se le suma que los diálogos en inglés suenan aún más pétreos que en castellano, la sensación que uno tiene al terminar de ver DREAMS es que es una película que solo se salva por la presencia incandescente de Chastain, una mujer que sostiene cualquier mirada el tiempo que sea necesario. Y más allá de hipótesis absurdas y situaciones imposibles, mientras ella está en cámara la película vive y vibra. Un cuerpo y un rostro que atraviesan la pantalla son capaces de romper hasta el cine más calculado.