
Festival de Mar del Plata 2025: crítica de «Köln 75», de Ido Fluk
En la Colonia de 1975, una joven promotora musical de 18 años se lanza a la aventura de organizar un concierto para Keith Jarrett. Lo que sigue es una versión amable y ligera del caótico detrás de escena de una de las presentaciones más míticas del jazz.
La película alemana KÖLN 75 presenta una curiosa dicotomía. Se centra, a todas luces, en un hecho histórico-artístico considerado en su momento de vanguardia, pero el film en sí lo recupera de una forma –más allá de algunos detalles– en extremo tradicional. Hay algo allí que no funciona o es, al menos, una elección inesperada, ya que la relación entre forma y contenido se vuelve ínfima, por no decir contradictoria. Lo que cuenta la película es una anécdota relativamente menor en el contexto del hecho artístico que la organiza –el concierto de Keith Jarrett en Colonia, Alemania, que se convirtió en el álbum de jazz solista más vendido de la historia– y la cuenta de un modo que poco y nada tiene que ver con el universo, si se quiere, estético del músico. Dicho de otro modo: formalmente, al menos, la película de jazz tiene poco y nada.
Es cierto que el concierto de Jarrett se volvió masivo y llegó a un público no especializado en el tema, pero el realizador Ido Fluk presenta y explica lo que el músico hacía entonces como el colmo de la vanguardia artística: alguien que se sentaba frente al piano a improvisar a partir de la nada misma, sin un «standard» en el que apoyarse ni una banda con cuyos integrantes dialogar musicalmente. En su film, sin embargo, la música de Jarrett parece quedar en segundo plano en relación a la «aventura» que se narra, que puede ser simpática y amable per se, pero podría más o menos transcurrir con cualquier otra excusa artística de por medio.
La historia que se cuenta en KÖLN 75 es la de Vera Brandes (una enérgica Mala Emde), una chica muy joven, animada y simpática de Colonia que termina aceptando la propuesta del músico y empresario de jazz Ronnie Scott de transformarse en su agente de contrataciones, alguien que consigue, encuentra y arregla lugares para tocar para músicos. La chica, hija de un severo dentista de la ciudad que solo quiere que ella siga sus pasos, se mete de lleno en el mundo de la música de los ’70 –más que nada jazz pero también algo de rock– y, con su grupo de amigos, se convierte en una curiosa estrella local, al punto de salir en las revistas. Eso sí, lo que para ella es todo diversión, ilusión y un modo de vida independiente se ha convertido en un problema familiar a futuro.

La anécdota real que inspira la película sucede un tiempo después, cuando Vera tiene 18 años (sí, empezó a los 16), se fascina con Jarrett (John Magaro) al verlo tocar en Berlín y le organiza un show en Colonia, uno que está atravesado por un montón de complicaciones y enredos que, en buena medida, son parte del lore de un concierto que se volvería mítico y que fue estudiado y analizado hasta el cansancio por sus fans. Fluk cuenta todo esto de un modo entre inocente y entusiasta, como si estuviese haciendo una película sobre la Beatlemanía o contando la historia de una joven rebelde peleada con el «status quo» de la época pero de una manera entre inocente y algo banal. Si en algo KÖLN 75 pega forma y contenido es que la mirada que la organiza parece la de alguien de no mucho más de 18 años.
La película es amable, ligera, por momentos simpática y tiene momentos en los que el realizador, lúdicamente, rompe la llamada «cuarta pared» para que sus actores se dirijan a cámara. Sea para contar cuestiones de la vida de Vera o para contextualizar la escena musical del momento o la historia del jazz y lo que Jarrett solista representó entonces, lo que Fluk hace está lejos de ser vanguardista o de acercar el tono de la historia a la búsqueda mucho más radical e íntima de la música del pianista. A lo sumo son pequeños guiños en tono cómico –muchos de ellos narrados y protagonizados por un critico musical interpretado con entusiasmo por Michael Chernus– que le dan a la película una pátina de modernidad. Pero en lo esencial, la historia de los enredos familiares, románticos o el caos que atraviesa la protagonista organizando el show no se sale de los parámetros de una biopic para plataforma.
Hay una llamativa coincidencia, hasta en el título, entre lo que cuenta KÖLN 75 y lo narrado en la película argentina BILL 79, de Mariano Galperín, centrada en las curiosidades y extrañas situaciones generadas por la visita de Bill Evans a la ciudad de San Nicolás. No digo que sea un robo o una copia ya que la historia de Brandes –que se hizo famosa por ese concierto– se conoce hace mucho tiempo, pero hay algo en la inspiración de contar una anécdota y curiosa y secundaria a un hecho artístico ligado al jazz que es llamativamente coincidente. De hecho, el film de Galperín toma decisiones narrativas bastante más arriesgadas que, aunque no siempre funcionan, se acercan más a un espíritu «jazzero» en las formas.
Finalmente, KÖLN 75 es una película sencilla, un poco tontuela y en extremo accesible que transforma todo lo que rodeó a ese mítico concierto en una anécdota simpática y no mucho más. Es poco y nada lo que Fluk se acerca al personaje de Jarrett, que el siempre comedido Magaro interpreta como un tipo sufrido, entre melancólico y fastidioso. Y, más allá de algunas explicaciones y unos pocos segundos de interpretación, es ínfimo lo que escuchamos de lo que el músico hizo en esa gira y en ese show. La parte libre, de improvisación y vanguardia, Fluk la dejó finalmente de lado para que la escuchemos por nuestra cuenta. Lo que hace su película es rodearla de una serie de anécdotas que, salvo alguna, son en su mayoría bastante triviales y que le dan, en el mejor de los casos, un cierto contexto histórico al show. Y no mucho más que eso.



