Fuera de Campo: críticas de «Luciano», de Manuel Besedovsky y «El atardecer de los grillos», de Gonzalo Almeida

Fuera de Campo: críticas de «Luciano», de Manuel Besedovsky y «El atardecer de los grillos», de Gonzalo Almeida

por - cine, Críticas, Festivales
10 Nov, 2025 01:39 | Sin comentarios

Un documental sobre las vivencias de un varón trans y otro centrado en chicos de un barrio popular que rondan una cancha de golf se suman a la programación del encuentro.

LUCIANO, de Manuel Besedovsky. Luciano es un varón trans que parece, a primera vista al menos, muy asentado en esa identidad. Pero por fuera de la seguridad con la que se conduce para afuera –en el gimnasio, con los otros varones, en un mundo laboral lleno de misoginia–, no todo está tan claro ni es tan sencillo. Luciano tiene más de 30 y sigue viviendo con su madre y su hermana en una laberíntica casita en un barrio popular, apenas tiene unas changas como albañil y lidia con situaciones complicadas que se le aparecen cuando menos se lo espera.

Luciano, además, duda entre dos decisiones importantes. Por un lado, está investigando posibilidades de un implante de pene, algo que le gustaría hacer pero no está dentro de sus posibilidades económicas. Pero antes de eso piensa si no estaría bueno embarazarse y tener un hijo, quizás con su novia –una chica trans– o con algún donante, pero eso también requiere de dinero y de un corte brusco con los tratamientos de testosterona que se hace. A lo largo de este honesto, íntimo y duro documental, vamos conociendo en profundidad distintas facetas del protagonista y lo vemos sacar para afuera –con su madre, amigos, novia y hasta doctores– sus miedos, sus emociones y sus cotidianas sensaciones.

El film de Besedovsky es de una honestidad desarmante, tan sensible como emotivo, siempre a la altura de las necesidades de su protagonista. Por más que la presencia de la cámara modifique la realidad de un modo por momentos perceptible, las caras que los personajes dan a conocer de sí mismos son verdaderas o al menos creíbles. Una conversación que Luciano tiene con su madre puede contarse entre las mejores escenas del año cinematográfico, una desgarradora serie de confesiones que sorprenden por su sinceridad y su emoción a flor de piel.

Fuera de las charlas y las anécdotas (hay una que cuenta él sobre un razzia policial que es muy fuerte también), LUCIANO describe a su protagonista y a un mundo que se ha ido acostumbrado a muchos de los cambios culturales ligados a la identidad de género, pero en el que todavía muchas zonas grises (y más oscuras que eso) siguen existiendo. Más allá de sus momentos ligeros y hasta divertidos, se trata de una película dolorosa. No solo por lo que se ve en ella sino por lo que se deja entrever por fuera. Es que las películas alguna vez se terminan pero el mundo real sigue existiendo…


EL ATARDECER DE LOS GRILLOS, de Gonzalo Almeida. Un documental lo hacen sus personajes y este los tiene. El segundo film del realizador de EL VATICANO construye un retrato grupal a partir de una situación que es cotidiana e inusual a la vez. Los protagonistas son un grupo de adolescentes de distintas edades de un barrio popular de City Bell, vecino al Club de Golf de esa ciudad bonaerense. Ellos pasan buena parte de su tiempo allí, juntando pelotas que luego venden, practicando el juego y confraternizando con algunos socios y habitués. Saben bastante –o eso dejan entrever– de golf, tienen su habilidad para jugarlo y, en el caso de uno de ellos, hasta sueñan con convertirse en profesionales de ese deporte.

Mientras bromean, juegan, practican y venden las pelotitas en cuestión van pasando el tiempo en conversaciones en las que hablan de su presente, de su futuro, del juego en sí –qué palos usar, cómo pegar, etcétera–, de la ropa que se compran o quieren comprarse, pero también aportan sus algo enredados análisis políticos, hablando sobre la Tercera Guerra Mundial o la posibilidad de viajar en el tiempo. Es por ahí que pasa el corazón de EL ATARDECER DE LOS GRILLOS: en ser parte de esas conversaciones y, a través de ellas, ir conociéndolos.

No sabemos sus nombres y apenas podemos intuir sus edades, pero lo que vamos conociendo son sus personalidades. El más pequeño y bromista es el centro de todas las conversaciones y el que seguramente llamará más la atención de todos gracias a sus ocurrencias e ingenio. La convivencia con la cámara es tan íntima y cercana que por momentos le dicen al director qué creen que debe hacer para que «la película no sea aburrida» (mover más la cámara es la recomendación principal), pero Almeida al menos en ese sentido no les hace caso. Se queda con ellos el tiempo que cree necesario para que se revelen frente a la pantalla. Y en esa paciencia llena de afecto late el corazón de este querible retrato cinematográfico.