
Series: crítica de «Yiya», de Mariano Hueter y Marcos Carnevale (Flow)
Esta miniserie recupera el célebre caso de «Yiya» Murano, la mujer condenada por haber asesinado a tres amigas y familiares envenenándolas. Con Julieta Zylberberg, Cristina Banegas y Pablo Rago. Disponible en Flow.
Considerada por algunos como «la primera asesina serial del país», Yiya Murano es uno de esos personajes cuya historia parece pedir a gritos una película o una serie de televisión. Se han publicado libros sobre su vida, su historia ha sido incluida en shows dedicados a criminales y hasta se ha hecho un musical sobre sus desventuras, pero YIYA es la primera vez en la que su llamativa vida y sus horrendos crímenes son contados a lo largo de varios episodios de una serie televisiva (o, en este caso, de plataforma). Interpretada por Julieta Zylberberg y Cristina Banegas (quien la encarna durante sus últimos años de vida), Yiya Murano es un personaje difícil para hacerle justicia, una combinación curiosa de psicópata y mitómana a la que parece imposible sacarla del personaje que se creó de sí misma.
Carnevale y Hueter no van por el lado expansivo sino por el opuesto. Su serie de cinco episodios, acaso por motivos presupuestarios, es módica en despliegue y limitada en situaciones. Y más allá de los vestuarios de época y detalles de ese tipo, se presenta como una comedia negra y costumbrista con algunos enrarecidos apuntes que tienen que ver con la forma elegida para contar su historia. Acá es Pablo Rago quien interpreta a Félix, un periodista (posiblemente inspirado en Rodolfo Palacios, en cuyo libro Adorables criaturas la serie se apoya) que la entrevistó varias veces en su última etapa y que aquí funciona como omnipresente narrador de una serie de hechos que, se aclara, es imposible saber si pertenecen a la realidad o son pura ficción, ya que no hay testigos de ninguno de ellos.

Los que no quieran ningún tipo de SPOILER salten al último párrafo. Del que es uno de los casos más famosos de la historia criminal argentino, de todos modos, solo diré que lo que se cuenta acá es un par de etapas muy específicas de su vida. Yiya Murano envolvió a fines de los años ’70 a un grupo de amigas y parientes suyas en una estafa con algunas similitudes a lo que se conoce como «piramidal». La mujer, al darse cuenta que no tenía para devolverles el dinero que «las chicas» invirtieron, tomó la decisión de deshacerse de ellas. Lo hizo, se supone, envenenándolas con cianuro en el «té con masitas» que tomaba por las tardes. Quizás el cianuro estaba en el té. Quizás en las masitas. Nadie lo sabe bien.
Zylberberg la interpreta como una persona fría, cruel y calculadora que actuaba solo en función de su propio beneficio, tanto en lo ligado al dinero como en sus relaciones personales, sea con su marido (Diego Cremonesi), con su pequeño hijo o con sus –supuestamente– muchísimos amantes. Laura Novoa, Mónica Antonópulos y Cecilia Dopazo encarnan a las amigas/primas en cuestión, a las que habría matado (mató) en un breve período de no más de un mes y medio en 1979. Como los asesinatos fueron todos parecidos y es poco lo que la serie puede explotar de allí, lo que hacen en YIYA es ir mezclando cronologías, anticipándose a los hechos y volviendo para atrás, agregando situaciones oníricas y, sobre todo, pivoteando constantemente con Félix escribiendo la historia y/o entrevistando a la Yiya anciana. Algunos curiosos apuntes musicales cierran un producto que se esfuerza en encontrar la manera de dar vida a esta historia de una manera creativa y ligera. Y no siempre lo consigue.

No termina de funcionar bien YIYA porque el personaje es impenetrable y no hay mucho que el guión del experimentado Carnevale pueda hacer para romperlo, más allá de tirar algunas frases ocurrentes («la vida son dos días y uno llueve«, dirá la cínica dama en un momento) o enredar los tiempos del relato, buscando ponerlo siempre en la perspectiva del narrador. Sea o no cierto lo que se cuenta –no hay testigos de los crímenes y ella nunca confesó, aunque la forma en que se dieron esas muertes y sus posibles motivaciones difícilmente sean una coincidencia–, Yiya Murano se presenta aquí como un enigma sin demasiada tela para cortar. De hecho, algunos momentos clave de su vida pública, como lo fueron sus presentaciones televisivas, están completamente omitidos aquí, centrándolo todo en los crímenes en sí (los primeros tres episodios), su detención y lo que pasó luego de su salida de la cárcel.
Es por eso que la serie, pese a no ser muy larga, se termina volviendo mecánica, reiterativa, sin mucha «tela para cortar», más que ir viendo de modo más o menos prolijo una serie de crímenes contados desde la distancia emocional que da el tener un narrador externo que parece leerlos de una página. Los actores hacen lo que pueden con el material –las dos Yiyas se divierten con el personaje, en la medida de lo posible–, pero la serie no tiene la fuerza dramática ni profundiza el contexto político ni logra husmear en zonas realmente oscuras como para valerse por sí misma. Es, en el mejor de los casos, una ilustración medianamente creativa de un personaje pintoresco de la peor fauna argentina. Y no mucho más que eso.



