
Estrenos: crítica de «Madame Violet» («Louise Violet»), de Éric Besnard
Una mujer de París llega a un pueblo francés en 1889 para montar allí una escuela, lidiando con el rechazo de una comunidad fiel a sus antiguas tradiciones. Estreno en Argentina: 18 de diciembre.
El concepto de república puede aparecer en la constitución de un país pero no es algo que necesariamente esté impregnado en la mentalidad de un pueblo. Y ese recorrido, de algún modo, es el que se cuenta en Madame Violet, un film centrado en las experiencias de una maestra rural francesa a fines del siglo XIX, cuando se implementó en ese país la educación obligatoria y gratuita. Lo cierto es que las noticias viajaban entonces de modo lento y las tradiciones no cambiaban de la noche a la mañana, por lo que la experiencia de Louise Violet (Alexandra Lamy), la mujer asignada con la dura tarea de viajar a un pueblito de provincia a montar una escuela, no fue nada fácil. Allí la prioridad era trabajar y cualquier persona «de afuera» y con «ideas raras» era mirada con desconfianza. No será sencillo para Louise establecerse allí, como no son sencillos los cambios culturales en ningún lugar del mundo.
Louise tiene un pasado complicada del que no habla pero, queda claro en la primera escena, es el que la lleva a no poder rechazar esa oferta laboral. Al llegar al pueblo queda claro que las cosas no pintan bien: es ignorada, rechazada, nadie la saluda ni parece notar su presencia. Es solo el alcalde del pueblo, Joseph (Grégory Gadebois), el que le dirige la palabra, parece saber quién es y qué hace allí. En un galpón abandonado la mujer vivirá, montará su escuelita, pero se dará cuenta que nadie planea enviar a sus hijos a ella. La ley será lo que será, pero en el pueblo siguen con sus vidas. Y ese arduo trabajo de convencer sin antagonizar será el que ocupe a Louise durante parte del film.

Madame Violet se ocupará en su primer acto de los esfuerzos de la maestra por montar su escuela. Y eso, que en un punto parece más o menos resuelto, será solo el comienzo de otra serie de problemas, ligados a su relación con varias personas del lugar, incluyendo al enamoradizo y un tanto polémico alcalde, además de otros que siguen cuestionando su presencia. A todo esto se sumará que el pasado de Louise saldrá a la luz generando otra potencial zona de conflicto entre la educada mujer parisina y la gente del pueblo en el que ahora vive y trabaja.
Por momentos el film funciona como un simple y educativo cuento familiar acerca de la importancia de la educación pero también uno que celebra el trabajo colectivo y el sacrificio familiar. Hay un intento deliberado de Éric Besnard de entender, en la mejor tradición renoiriana, a todos sus personajes, aún los más complicados y tercos. El realizador de Las cosas simples, un tipo bastante tradicionalista por la clase de films que dirige y escribe, acomoda su cuento a los parámetros esperables para un relato de este tipo, yendo y viniendo entre la novela histórica y el drama con moraleja ad hoc. Y por momentos la película corre el riesgo de volverse tediosa por su elegante corrección.
En la segunda mitad el film mejora, se abre a zonas más complicadas, tanto personales como políticas, en tanto el pasado de la tal Madame Violet va saliendo a la luz. Allí entran a jugar otros elementos que conectan al film con ideas y conflictos sociales y políticos que se mantienen hasta hoy. Allí, Besnard complejiza un poco su relato y, aún sin salirse de las normas formales y académicas de este algo anticuado cuentito, permite que su película refleje una serie de ideas sobre la educación, el trabajo, la empatía, la solidaridad y el dolor humano.



