
Estrenos online: crítica de «F1: la película», de Joseph Kosinski (Apple TV)
Brad Pitt encarna a un veterano piloto de carreras que regresa después de tres décadas a la Fórmula 1 para tratar de salvar a una escudería en problemas. Desde el 12 de diciembre por Apple TV.
La intención parece ser obvia: hacer una película con carreras de autos que transmitan la misma sensación visceral de «estar ahí» que brindó TOP GUN: MAVERICK. Los elementos están todos ahí: el director es el mismo, Joseph Kosinski; ambas tienen una superestrella global como protagonista (Tom Cruise en aquella, Brad Pitt en esta) y los guiones de ambas trabajan con la probada combinación de drama humano, comedia romántica y escenas de alto impacto visual. F1: LA PELICULA cuenta con un elemento distintivo que la ayuda en términos de realismo pero la complica en casi todo lo demás: tiene todo el apoyo de los organizadores del circuito de Fórmula 1, lo que la transforma en un elemento de promoción cruzada no muy diferente de lo que puede ser la serie documental DRIVE TO SURVIVE.
F1 es, exactamente, la película que promete ser: 150 minutos de intensas carreras filmadas desde adentro del cockpit mezcladas con un drama «de fórmula» que resulta relativamente entretenido pese a tener una estructura tan previsible como prefabricada. Brad Pitt encarna acá a Sonny Hayes, un piloto que ya no está, por edad, para seguir corriendo, pero que lo sigue haciendo porque es algo así como un «espíritu libre» que necesita de la velocidad para reparar alguna herida del pasado. Vive en una casa rodante, no le importa el dinero y va y viene de una carrera de Daytona a un circuito playero siguiendo su propia brújula. Hasta que le llega una de esas propuestas que, como dice la frase, no se pueden rechazar.

Rubén Cervantes (Javier Bardem), un ex piloto que es amigo suyo desde la única y frustrada temporada en Fórmula 1 que corrió en los años ’90 (y que terminó mal) es ahora el dueño de APXGP, una escudería de esa categoría. Pero el hombre está en problemas: su team es el peor de todos (tipo Alpine en la actual Fórmula 1) y le han puesto un ultimátum: si un piloto suyo no gana una carrera de acá al final de la temporada (quedan nueve), la junta directiva lo echará a las patadas. Y como no puede esperar a que sus buenos pero muy jóvenes pilotos aprendan rápido, prefiere jugársela con un veterano que conoce las mañas de correr y pueda encontrar la forma de sacarlo de la difícil situación. Hayes duda, pero termina aceptando. Y tras una complicada «audición», es tomado por el equipo.
Pero Hayes no puede hacer milagros. Y menos con el equipo que lo rodea: un novato británico llamado Josh Pearce (Damson Idris), tozudo y vanidoso, que no quiere saber nada con este «anciano»; y un auto que pese a los esfuerzos de la directora técnica de la escudería, Kate McKenna (Kerry Condon), no puede competir con los más fuertes. Es así que, carrera tras carrera, con incidentes, accidentes, trucos y romances de por medio, Hayes debe tratar de encontrar la manera de ganar o que al menos su coequiper gane una carrera. Como sea. Pero Sonny no es tampoco el colaborador más generoso y abierto posible, por lo que el asunto se vuelve aún más complicado, especialmente entre él y Josh.
La película nombra escuderías y pilotos del circuito real circa 2024 y cuela a los actores en medio de algunas carreras reales, dándole a las escenas un contexto más o menos creíble, más allá de que lo que sucede en las competencias en sí es bastante más caprichoso, cinematográfico y muy pero muy poco realista. Kosinski y su equipo técnico ponen cámaras en los cockpits –hay escenas en las que Pitt parece estar manejando un auto real de la categoría– y le dan a las carreras una intensidad visual aún mayor a la ya de por sí bastante lograda de las habituales transmisiones deportivas. Es en esos momentos que F1 despega y aprovecha al máximo las posibilidades técnicas, el acceso y la sinergía con «el producto» Fórmula 1.

Saliendo de los autos y de los circuitos, estamos ante un drama deportivo que no se aleja casi nunca de lo previsible –la estructura de este tipo de película se fundó allá por 1966 en GRAND PRIX, de John Frankenheimer, y no cambió mucho desde entonces– y cuya principal atracción pasa por el carisma de Pitt en un papel que puede hacer casi de memoria. Es un rol que lo acerca a maestros como Paul Newman, Steve McQueen o Clint Eastwood en cuanto a la personalidad y la actitud individualista pero discretamente solidaria de su personaje. Y el actor –que está cada día más parecido a Robert Redford– lo aprovecha dentro de las posibilidades de lucimiento que el guión le permite. Que no son muchas y que tienden a moverse dentro de territorios emocionales bastante conocidos.
En lo que sucede fuera de las pistas, F1 no le hace sombra alguna al drama humano de películas como RUSH: PASION Y GLORIA, de Ron Howard, y menos aún a esa maravilla que es FORD VS. FERRARI, de James Mangold. Se trata, más que cualquier otra cosa, de un medianamente efectivo entretenimiento con algo de esquema publicitario (la cantidad de marcas que aparecen, de manera si se quiere natural, en el film, es inmenso) que cumple con las reglas de los blockbusters previos a la era de los superhéroes –no por nada su productor es Jerry Bruckheimer, el rey de este tipo de películas en los años ’90– y no mucho más que eso. De todos modos, que nos permita salir al menos por un rato de las enredadas tramas interconectadas y los excesos digitales de los hombres con calzas, ya es algo que merece ser valorado. A su modo, la película en sí ofrece lo mismo que Pitt dentro de la ficción: es una prueba más de que lo viejo, con mañas y todo, funciona.



