
Las 25 mejores películas argentinas del siglo XXI
Una lista de 25 películas para entender cómo cambió el cine argentino en el siglo XXI y por qué sigue siendo uno de los más vitales del mundo.
Pensar el cine argentino del siglo XXI implica asumir, de entrada, de que no se trata de un movimiento homogéneo ni de un estilo, sino de una constelación de películas, autores y de gestos estéticos que fueron apareciendo a partir de la crisis del modelo industrial y de una transformación profunda en las condiciones de producción, de circulación y del orden generacional. Lo que se consolidó a partir de fines de los ’90, pero con toda la fuerza en los 2000, fue una diversidad de formas y sensibilidades que siguen conviviendo, pese a los problemas, tensiones y dificultades.
Películas como La ciénaga, La libertad o Bolivia marcaron la continuidad de un proceso que había arrancado en la segunda mitad de la década anterior, no tanto por proponer un programa común sino por inaugurar modos de filmar que se alejaban de los relatos clásicos, del énfasis dramático tradicional y de las representaciones convencionales de la realidad social. El sonido, los tiempos muertos, los cuerpos, los espacios y ciertas zonas de opacidad narrativa pasaron a ocupar un lugar central en lo que se llamó Nuevo Cine Argentino. En esos años, el cine nacional fue construyendo una identidad menos apoyada en los géneros clásicos y más interesada en la experiencia, la observación y el riesgo formal.
A lo largo de estas dos décadas y media, esa apertura dio lugar a trayectorias muy distintas entre sí. El cine inimitable de Martel, el realismo urbano de Trapero y Caetano, la exploración autobiográfica y política de Carri, la comedia minimalista de Rejtman, el relato expansivo de Llinás, la introspección sensible de Murga o Mumenthaler, la radicalidad digital de Perrone, el cruce lúdico de ficción y reflexión de Moguillansky, el trabajo sobre la memoria y el archivo de Comedi, o las formas contemporáneas del cine político en Naishtat y Mitre componen un mapa necesariamente fragmentario, pero revelador de la amplitud de miradas y criterios.

Lejos de agotarse en una primera generación, el cine argentino del siglo XXI mostró una notable capacidad de renovación. Nuevas cineastas ampliaron los temas, los territorios y los cuerpos representados, incorporando perspectivas de género, miradas regionales, narrativas híbridas y una relación cada vez más libre con los formatos y las duraciones. Películas como Trenque Lauquen, Los delincuentes o Algo viejo, algo nuevo, algo prestado confirman que la experimentación y el diálogo con el pasado son parte de una misma tradición en constante movimiento.
Esta selección no busca establecer un canon definitivo ni cerrar un proceso que, pese a las conocidas dificultades políticas, sigue su curso. Es, antes que nada, una invitación a recorrer una historia reciente marcada por la diversidad, la persistencia de voces autorales y una notable vitalidad creativa, incluso en contextos económicos adversos. La lista intenta ser, humildemente, una refutación de la frase del nuevo director del INCAA, quien cree que «el cine argentino perdió su rumbo» desde el 2000.
Cabe aclarar, finalmente, que la lista es cronológica y que incluye una sola película por director, decisión que ha obligado a dejar de lado obras fundamentales de muchos de ellos. Quedan así fuera títulos tan centrales como Zama, La flor, Los muertos y otras películas igualmente decisivas, cuya ausencia responde solo a una limitación deliberada de un recorte que bien podría haber sido de 50 o hasta 100 títulos. Esa es la variedad, diversidad y, sobre todo, la calidad del cine argentino.

–La Ciénaga, Lucrecia Martel (2001)
Película fundacional del Nuevo Cine Argentino. La manera de la realizadora de filmar el sonido, los cuerpos y la descomposición social inauguró una sensibilidad nueva, más sensorial que narrativa, que marcó a toda una generación.
–La libertad, Lisandro Alonso (2001)
Un gesto radical de minimalismo y observación que redefinió la relación entre cine y tiempo. Alonso propone un cine de acciones elementales que dialoga con el cine moderno y lo traslada a la pampa contemporánea.
–Bolivia, Israel Adrián Caetano (2001)
Retrato seco y frontal de la exclusión social y la xenofobia urbana. Su puesta austera y su mirada sin condescendencia la convierten en una de las películas más contundentes del realismo social argentino.
–El bonaerense, Pablo Trapero (2002)
Un thriller policial que funciona como radiografía del poder, la corrupción y la violencia institucional. Trapero combina narración clásica con una mirada crítica sobre las fuerzas de seguridad.
–Los rubios, Albertina Carri (2003)
Obra clave del cine autobiográfico y político argentino. Desarma las formas tradicionales del documental para pensar la memoria, la identidad y el legado de la dictadura desde la duda y la fragmentación.

–Los guantes mágicos, Martín Rejtman (2003)
Comedia seca y minimalista que consolida el estilo Rejtman: diálogos lacónicos, personajes desfasados y un humor absurdo profundamente contemporáneo. Muy influyente en el cine independiente local.
–Ana y los otros, Celina Murga (2003)
Retrato íntimo de la juventud y el regreso a los espacios de la memoria afectiva. Murga propone un cine sensible y observacional, atento a los gestos mínimos y a la experiencia del tiempo.
–Parapalos, Ana Poliak (2004)
Una de las miradas más singulares sobre el trabajo, el cuerpo y la marginalidad urbana. Poliak construye un cine áspero y poético, atravesado por una ética muy personal.
–El aura, Fabián Bielinsky (2005)
Clásico moderno del cine de género argentino. Bielinsky combina thriller, oscuridad psicológica y precisión narrativa, demostrando que el cine industrial puede ser sofisticado y autoral.
–Historias extraordinarias, Mariano Llinás (2008)
Película monumental que expandió los límites de la narración y la duración. Una celebración del relato, la voz en off y la aventura como motor del cine contemporáneo argentino.

–El estudiante, Santiago Mitre (2010)
Retrato político de la militancia universitaria y las dinámicas del poder. Su mirada analítica y su estilo sobrio anticipan un cine político menos declamativo y más estructurado a modo de thriller.
–Viola, Matías Piñeiro (2012)
Parte central del proyecto de Piñeiro sobre William Shakespeare y los vínculos afectivos. Un cine de palabras, gestos y desplazamientos que reformula la comedia romántica desde la abstracción.
–P3nd3jo5, Raúl Perrone (2013)
Exploración radical de nuevas formas digitales y narrativas. Perrone captura la adolescencia y el deseo con una libertad formal que desafía cualquier canon industrial.
–La vendedora de fósforos, Alejo Moguillansky (2017)
Juego metacinematográfico que cruza ficción, ópera y reflexión sobre el trabajo artístico. Una de las expresiones más lúdicas e inteligentes del cine argentino reciente.
–Alanis, Anahí Berneri (2017)
Retrato crudo y empático de una mujer en los márgenes del sistema. Berneri evita el miserabilismo y construye una mirada política desde lo cotidiano y lo corporal.

–El silencio es un cuerpo que cae, Agustina Comedi (2017)
Documental íntimo que entrelaza memoria familiar, sexualidad y política. Comedi construye un relato emotivo y riguroso sobre las zonas ocultas de la historia reciente.
–Rojo, Benjamín Naishtat (2018)
Parábola inquietante sobre la violencia y la complicidad civil previa a la dictadura. Su estilo seco y su atmósfera opresiva la vuelven una de las películas políticas más potentes de la década.
–Muere, monstruo, muere!, Alejandro Fadel (2019)
Híbrido de terror, western y cine político. Fadel utiliza el género para pensar el mal, la violencia y lo monstruoso en el paisaje argentino.
–El perro que no calla, Ana Katz (2021)
Película delicada y melancólica sobre el paso del tiempo, el amor y la supervivencia. Katz combina intimidad y ciencia ficción mínima con una sensibilidad única.
–Trenque Lauquen, Laura Citarella (2022)
Obra expansiva y misteriosa que cruza géneros, relatos y duraciones. Una de las películas más ambiciosas del cine argentino reciente, pensada como experiencia narrativa.

–Los delincuentes, Rodrigo Moreno (2023)
Relectura existencial del cine de robos, atravesada por el tiempo, el deseo y un análisis sobre el trabajo. Moreno propone un cine libre, reflexivo y contemporáneo.
–Algo viejo, algo nuevo, algo prestado, Hernán Rosselli (2024)
Retrato familiar que funciona como radiografía social y económica. Rosselli combina documental y ficción con una mirada precisa sobre el dinero, el poder y los afectos.
–El jockey, Luis Ortega (2024)
Película excesiva y física, atravesada por el cuerpo, el deseo y la violencia. Ortega profundiza su cine de pulsiones y de personajes que están siempre al borde del abismo.
–Las corrientes, Milagros Mumenthaler (2025)
Exploración íntima de los vínculos, el duelo y el paso del tiempo. Mumenthaler reafirma un cine sensible, atento a los silencios y a los estados emocionales.
–El príncipe de Nanawa, Clarisa Navas (2025)
Retrato vital y político de una juventud fronteriza. Navas combina observación, afecto y conciencia social en una de las miradas más renovadoras del cine regional.



