
Series: reseña de «It: Bienvenidos a Derry – Episodio 8», de Andy Muschietti, Bárbara Muschietti y Jason Fuchs (HBO Max)
Culminó la primera temporada de la serie con un explosivo e intenso episodio que cierra una etapa en la vida de los protagonistas y da guiños acerca de una posible continuación. En HBO Max.
El siguiente texto incluye SPOILERS del final de la temporada
El Mal en It: Bienvenidos a Derry quedó más que claro al final del impactante penúltimo episodio de la primera temporada de la serie. No es que uno tuviera muchas dudas al respecto –en ese sentido la serie y Stephen King son bastante directos–, pero lo cierto es que allí se expresa con toda su furia y claridad. Pennywise y todo aquello que esa curiosa criatura lleva y trae no es más que una manifestación de un Mal ancestral que toma formas muy diversas con el correr del tiempo. Y en 1962, año en el que transcurre la serie, aparece una expresión específica y política de ese Mal, una ligada a mantener subyugado a un país mediante el miedo, ese alimento vital de la criatura. Es el General Shaw (James Remar) quien lo pone en palabras concretas: hay que frenar todo aquello que «divide» a la nación, sean los movimientos de derechos civiles, el feminismo o las campañas anti-armamentistas. Nunca fue su intención detener a ese Mal, sino liberarlo para que todo el país y quizás el mundo entero sea tan falsamente apacible como Derry, ese lugar que Charlotte define como «un monstruo».
En el último episodio de esta temporada a esa monstruosidad se la enfrenta de lleno. En lugar de intentar superar en ambición y logros las impresionantes escenas de acción y suspenso del anterior episodio –unas que podrían verse en tándem con la secuencia culminante de Sinners–, Andy Muschietti y equipo han optado por ir hacia un final de tono más mítico y fantástico que épico o hiperviolento, como lo fue el anterior. Y sus logros son más modestos, más centrados en abrir y cerrar puertas ligadas al lore de la saga que a impactar por sus propios medios. Es un cierre que apunta, por un lado, a lo emocional. Y, por otro, a complejizar aquello que Shaw expresó anteriormente. Si uno libera a ese Mal, ¿hasta qué punto es capaz luego de controlarlo y contenerlo?
Pennywise regresa liberado y se lleva no solo a Will (Blake Cameron James) sino a todos los alumnos de la escuela que sucumbieron a sus «luces de muerte». Hay, sin embargo, una última y riesgosa posibilidad de salvarlo, una tan caprichosa y disparatada como es posible imaginar en este tipo de estructuras narrativas. Lo que tienen que hacer es encontrar la daga que limita el poder de Pennywise y colocarla en un punto exacto en el mapa para que conecte con los otros fragmentos ubicados en los pilares que rodean a Derry. Antes de que alguien pueda decir El Señor de los Anillos, los cuatro chicos sobrevivientes (QEPD, Rich Santos) tienen que llevar este rebelde objeto que no necesariamente se deja dominar y colocarlo en ese lugar clave antes que nuestra intensa criatura –o los militares que la protegen– lleguen a él.

Y esa es la misión que ocupa, centralmente, la última hora de la temporada: ver cómo los chicos reunidos, con ayudas de los adultos (el perturbado Dick Halloran hace lo suyo, Rich tendrá un cameo y Leroy Hanlon lo dará todo), cumplen esa épica tarea en un escenario brumoso que tiene más de ópera germánica que de lugar reconocible del paisaje norteamericano. El humo que lo cubre todo permite que Muschietti genere una estructura más o menos plausible para una serie de acciones que son más propias de la fantasía medieval que de otra cosa. Y los resultados serán, previsiblemente, positivos. Aunque sobre el final –no apague la tele con los créditos señora, señor– nos quede bastante en claro que el chistecito no terminó allí.
El final estará lleno de pequeños guiños a futuros acontecimientos, empezando por la «revelación» de Pennywise a Marge (Matilda Lawler) de que será la madre de un personaje importante en posteriores eventos de la saga, a lo que todos sabemos que es el futuro de Dick Halloran (Chris Chalk) trabajando en un hotel («¿qué problemas puedo tener en un hotel?«, dirá), pasando por las decisiones familiares que toman Charlotte (Taylour Paige) y Leroy (Jovan Adepo) Hanlon, cuyo apellido deja en claro, para los conocedores, su conexión con lo que vendrá después. Estos pequeños juegos se completan después de los créditos con nuevas conexiones, que involucran a Ingrid (Madeleine Stowe) y a otros personajes/actores de la original IT, de Muschietti, que mejor no adelantar.
Más allá del impacto emocional de un episodio que incluye el entierro de nuestro pequeño aspirante a baterista de origen cubano –uno que el propio Rich presencia o así al menos lo ve Halloran–, hay otra inquietante idea que trasciende la acción pura de eliminar, al menos por 27 años, a Pennywise. Hay un momento en el que Shaw se enfrenta a la criatura, que yace paralizada frente a él. Allí el hombre le explica que su intención no es matarla sino liberarla para que pueda imponer ese Miedo libremente, para que funcione como instrumento del poder político. Está claro que poco y nada de lo mundano o social le interesa al ex-clown y el tipo lo elimina como si nada. Y queda claro que hará lo mismo con quien tenga enfrente, sin importar si son progresistas, conservadores, militares o comunistas. Una vez que esa energía se libera, es incontrolable.
Con eso la serie termina por agrandar y complejizar su lectura política. De entrada quedó claro que, a diferencia de las películas, Welcome to Derry hablaba de cosas más realistas del mundo actual: el racismo, el maltrato a los pueblos originarios, el destrato a las mujeres y la intención de mantener a la población acallada y con miedo antes de ejercer cualquier tipo de crítica o acto de rebeldía. Esa lectura no queda en evidencia solamente por los planos que refriegan en el espectador la peluca naranja que Pennywise usa (las referencias a Donald Trump son obvias) sino por todo ese combo entre el Mal ancestral y el cotidiano que cae con toda la furia sobre Derry. El lore de la serie puede ser complejo, caprichoso y rebuscado, pero su idea central es clara y contundente: cuando el miedo es el motor del comportamiento, las consecuencias solo pueden ser terribles.



