
Series: reseña de «Pequeños desastres» («Little Disasters»), de Ruth Fowler (Paramount+, Prime Video)
Cuando la misteriosa fractura de una bebé activa la intervención de Servicios Sociales, un grupo de amigos descubre que nadie es realmente quien dice ser. Disponible en Paramount+ y en Prime Video.
Armada como un combo perfecto para ese supuesto público cautivo de las series tipo true crime, Pequeños desastres tiene todos los elementos protocolares dispuestos en fila a la espera de esa conquista. Es una historia que trata sobre mujeres –todas ellas madres con complicadas relaciones con sus parejas y sus hijos–, cuya trama incluye un potencial asunto criminal e involucra a personas con dinero que viven en elegantes casonas y se visten como si estuvieran posando para avisos de perfumes. Esta serie inglesa basada en una novela de Sarah Vaughan (no la cantante de jazz, sino la que escribó Anatomy of a Scandal) se presenta como un combo de muchas otras series exitosas y su resultado es exactamente ese: un mix and match de elementos que podrían funcionar, deberían funcionar pero no siempre funcionan.
La premisa, de todos modos, es atrapante. Y es a partir de eso que su creadora, Ruth Fowler (Rules of the Game), consigue que el espectador preste atención. Pero ya queda claro desde los primeros y lustrosos planos que Pequeños desastres intentará presentar una versión algo exagerada de su historia, como si todo su elenco supiera que está siendo parte de un policial y actuara en consecuencia, mirando hasta un vaso de agua con cara de sospechoso. El caso más visible es el de Diane Kruger, una actriz usualmente sutil y refinada que acá ofrece una versión tan grotesca de una «mujer perfecta» que parece estar parodiando todo el tiempo a Nicole Kidman. Con el gesto que tiene en la foto que abre esta crítica atraviesa casi todos los seis episodios de la serie.

La actriz de Bastardos sin gloria encarna a Jess, una mujer a la que su marido despierta en medio de la noche para decirle que Betsy, su beba de diez meses, llora más de lo normal y le pide que la lleve a la guardia de un hospital. Jess va y allí la atiende Liz (Jo Joyner), la pediatra que está de guardia y que casualmente es una gran amiga suya. Allí Liz descubre que Betsy tiene una fractura en el cráneo. Como Jess no da explicaciones sensatas (solo dice que se tropezó gateando) y se la ve muy nerviosa, Liz toma la decisión de llamar a los Servicios Sociales para que lidien con el asunto, con todo lo que ello implica: potencial separación de padres e hijos y un caos que se agranda además porque ambas son amigas. Pero Liz entiende que ahí hay algo raro y no duda. Es, dice, su deber como doctora.
Eso desata un complicado entramado de personas y hechos. Por un lado la serie seguirá la investigación de lo que pudo haber pasado allí con la bebé, con Jess y su marido Ed (JJ Feild) como ejes pero también poniendo el ojo en sus otros dos hijos. Y, por otro, la serie irá al pasado para investigar no solo la no tan sencilla relación entre Jess y Liz sino también para conocer más acerca del grupo de amigos que ambas integran y que se conocen hace más de una década, cuando todos coincidieron en un curso de preparto. Ese grupo incluye a la profesional Charlotte (Shelley Conn), abogada, socia de una firma y casada con el millonario Andrew (Patrick Baladi); la más clase media Mel (Emily Taaffe), cuyo peculiar marido Rob (Stephen Campbell Moore) sueña convertirse en empresario musical, y el marido de Liz, Nick (Ben Bailey Smith), además del ya citado Ed, que es el típico grandote que está en finanzas y pasa más tiempo en el gym o en el bar que con sus hijos.
Las relaciones entre todos ellos unirán pasado con presente, intentarán presentar hechos que puedan servir para entender qué es lo que pasó con Betsy y, a la vez, servirán para ir comentando los acontecimientos del presente, ya que la serie incorpora entrevistas a Liz, Charlotte y Mel como si fueran parte de un documental sobre lo que pasó. En esa trama grupal surgirán tensiones, algunas generadas por el hecho de que Jess es antivacunas y no cree en los hospitales, y otras ligadas a las diferencias de clase entre todos ellos, sin contar los celos, potenciales affaires y conflictos de pareja. Todo un combo explosivo que incorpora casi todos los asuntos estándar del true crime.

La premisa sobre las falsas apariencias, las supuestas madres perfectas y el controvertido tema de la violencia de padres hacia hijos puede ser cautivante, pero Pequeños desastres la usa más como motor para crear una trama policial que por un interés real en profundizar acerca de esas temáticas. Uno tampoco espera que una serie de este tipo eche demasiada luz sobre un tema tan complejo, pero aquí por momentos parece una excusa para que Kruger y elenco se paseen por distintos escenarios con cara de ser sospechosos… de haber dejado que se queme la cena.
Los episodios, todos dirigidos por Eva Siguroardottir, tienen ese confortable look de publicidad de IKEA, aún cuando las situaciones sean entre tensas y violentas. Nada parece despeinar a Jess y hasta cuando se tira al piso a llorar de la angustia lo hace en una posición que queda perfecta para diseñar el poster de la serie. El personaje más accesible es el de Liz –que tiene todo el aspecto de una chica británica más o menos convencional–, pero allí también la serie apuesta a que el espectador sienta que nadie es en realidad lo que parece y que, en el fondo, todos podemos ser culpables de algo. O al menos parecerlo…



