Diario de Venecia: Cronenberg, Lanthimos, Soderbergh, Satrapi

Diario de Venecia: Cronenberg, Lanthimos, Soderbergh, Satrapi

por - Críticas
03 Sep, 2011 09:59 | comentarios

Ayer escribía en Twitter algo que me quedé pensando al terminar de ver UN METODO PELIGROSO, la película de David Cronenberg sobre la relación entre Jung, Freud y una paciente del primero. Que cuando no te gusta una película suya –una que, encima, le gusta a casi todo el mundo-, pensás que el problema sos […]

Ayer escribía en Twitter algo que me quedé pensando al terminar de ver UN METODO PELIGROSO, la película de David Cronenberg sobre la relación entre Jung, Freud y una paciente del primero. Que cuando no te gusta una película suya –una que, encima, le gusta a casi todo el mundo-, pensás que el problema sos vos, y no él. O bien porque creés que él es incapaz de hacer una película mala, o bien porque pensás que tal vez vos estás cansado y te cuesta concentrarte (y especialmente si se trata de una obra teatral donde todo es diálogodiálogodiálogo y, encima, pese a que uno se las arregla bastante bien en inglés, los subtítulos en italiano confunden más), o porque te fastidian las adaptaciones teatrales. Lo que sea. A mí al menos me pasa eso: pienso que hay algo que me perdí yo.

Pero hasta que la vuelva a ver, o consiga a alguien que me convenza de lo contrario, o la reevalúe, o venga Viggo y se haga hincha de Huracán, voy a seguir pensando que es un Cronenberg menor: adocenado, explicativo, sin nervio, sin ese extraño espacio negativo que maneja y que es, para mí, una de sus marcas más características. Aquí es como si en lugar de contar una historia suya, pusiera al frente los temas de sus historias conversados por Freud, Jeung y la paciente luego transformada en psicoanalista, Sabina S. Es como poner el subtexto al frente y sacar el texto; más una mesa redonda sobre su cine que un filme en concreto.

Es que el trío, previsiblemente, se la pasa hablando de sexo: represión, histeria, violencia, masoquismo, lo que sea. Y si bien las conversaciones tienen momentos interesantes y otros demasiado banales (las interpretaciones de los sueños, si bien se basan en casos reales, parecen una especie de cliché, de broma, de charla de café), no conforman una película sino una discusión sobre los temas de una película. Le comentaba a Manu Yañez -que espero que la defienda en OtrosCines.com y me convenza-, que si Cronenberg se planteaba una puesta en escena más radical (onda Karmakar, no se) tal vez la opción me convencía, pero en este formato tan “correcto” y “Oscarizable”, no me interesa demasiado.

Neil Young, el crítico británico, planteaba una buena teoría sobre la película de Cronenberg y la de Polanski, y el por qué de las adaptaciones de obras teatrales de éxito. Según él, el cine de autor ha quedado con un mercado muy chico y necesita ir a títulos probados en Broadway (o literarios) para no perder más público. El espectador que conoce esas obras, pero no puede viajar a Broadway, o al West End, o pagar entradas para el teatro, puede ver una versión bastante literal en la pantalla. Nada nuevo, claro, pero cuando involucra a directores con una firma y obra reconocible, molesta más. Es como David Fincher haciendo THE GIRL WITH THE DRAGON TATOO o cuando algún “autor” agarra una secuela. El producto puede estar bien, pero uno siente que es un desperdicio o una pérdida de tiempo.

El griego Yorgos Lanthimos se hizo conocido por Dogtooth, que pasó por Cannes, Mar del Plata y, si bien fue nominada al Oscar, finalmente nunca se estrenó en la Argentina. Aquí radicaliza más su apuesta a un humor negro y absurdo, a ficciones dentro de ficciones, desde una puesta en escena decididamente extraña. En ALPS hay casi que adivinar que se trata de un grupo de gente que “ayuda” a familiares de muertos, actuando lo que esos familiares quieren recrear de sus vidas. Me volvió a pasar lo mismo que con la primera: hay algo en esa extrañeza que me atrapa, como si fueran robotitos de película de ciencia ficción a los que en algún momento se les escapa un sentimiento.

Como también en Attenberg, de la productora de Lanthimos, hay una sexualidad extraña, un humor muy negro, escenas coreográficas y absurdas, y una idea similar a Dogtooth: la vida como una ficción en la que, a sabiendas o no, todos cumplimos roles, actuamos papeles y que sólo podremos “bailar canciones pop” (una parte genial de la película) si nos podemos liberar de esas ataduras…

Steven Soderbergh se ha vuelto el Michael Winterbottom estadounidense, o viceversa. Los tipos sacan de a dos películas por año, hechas con dos mangos y en digital pero que lucen como superproducciones, y de los estilos y géneros más variados. Son directores que toman sus carreras para hacer ejercicios de estilo, pruebas. En CONTAGIO, Soderbergh prueba con el cine catástrofe, pero con el estilo que desarrolló en Che y al que llama “thriller de procedimiento”, la idea de contar una película casi sin puntuaciones ni subrayados, narrando hechos tras hechos tras hechos, como un noticiero sin casi inflexiones.

Acá lo que mejor le sale es el tono realista. Para ser un thriller sobre un virus que mata a millones de personas, es bastante duro y difícil de ver. Soderbergh filma como si alguien le hubiera dado una Guía de Instrucciones en Caso de Epidemia y va derecho al grano, mostrando lo que hay que mostrar y cómo cada muerte es mucho más dolorosa que la típica muerte de cine catástrofe. En ese sentido, la película funciona muy bien.

Para mí, el problema es que tiene una cantidad de subtramas y personajes (y actores que necesitan su “momento”, como Winslet, Paltrow, Damon, Law, Fishburne, Gould, Cotillard, etc, etc) que le cuesta hacer entrar narrativamente y emocionalmente a todos en 105 minutos. Uno tiene la sensación de que podría haber sido mejor como miniserie de HBO de, digamos, 4 o 5 episodios. O, también, ir desarrollando la historia (con ese estilo Che de Día 1, Día 5, Día 126, que usa acá también, pero más “pausadamente”) en una serie de TV de larga duración. Acá pasa de una cosa a otra, y si bien el hilo de la historia avanza implacable como el virus y la búsqueda de su cura, uno siente que las subtramas se pisan entre sí y en muchos casos se abandonan al fuera de campo o a que uno imagine como siguió…

Lo que está todo escrito, filmado, dibujado, coloreado y estropeado es lo que Marjane Satrapi y Vincent Parronaud hacen en CHICKEN WITH PLUMS, la historia de un violinista que se deprime y sólo quiere morirse. La película irá contando en forma de flashbacks cómo llegó a esa situación. Es decir: toda su vida. Esa historia, simplificándolo, son viñetas al estilo Amélie, con ese mismo look (aunque no tan frenético como Jeunet, ya que es una «fábula persa») y esa sensación de pequeñas narrativas independientes muy caricaturescas. Tendrá algún que otro momento divertido, pero no es comparable a la fuerza política que tenía Persépolis, un film que tampoco era brillante, pero en su estilo lograba algo muy personal. Acá copia algo que ya de por sí es infumable, y encima le agrega un contenido metafórico y sentimental/político que lo vuelve casi indigesto.