«Las acacias»: una historia sencilla

«Las acacias»: una historia sencilla

por - Críticas
27 Nov, 2011 04:30 | comentarios

Suele suceder muchas veces que la opinión de la crítica local difiere -en algunos casos, bastante- de la que tienen en el exterior respecto de las películas argentinas. A excepción de Lucrecia Martel y Lisandro Alonso, pocos son los cineastas que son tratados afuera de la misma manera que lo son adentro. Pongamos algunos ejemplos. […]

Suele suceder muchas veces que la opinión de la crítica local difiere -en algunos casos, bastante- de la que tienen en el exterior respecto de las películas argentinas. A excepción de Lucrecia Martel y Lisandro Alonso, pocos son los cineastas que son tratados afuera de la misma manera que lo son adentro. Pongamos algunos ejemplos. Aclaro, lo que menciono no tiene que ver con que adentro se los aprecia y afuera se los odia, sino más bien del peso y la importancia que se le dan en un lugar y en otros.

Martín Rejtman tiene sus cultores, pero no es tan reconocido afuera como lo es adentro. Lo mismo se puede decir, al menos hasta ahora, de Celina Murga. Mariano Llinás está empezando a hacerse conocido, pero no al nivel que lo es acá. Pablo Trapero es muy conocido, pero se lo considera un director un poco, como decirlo, «comercial» como para ser tomado del todo en serio como autor, en especial con sus últimas películas. Y también sucede a la inversa, con directores que afuera consideran importantes y aquí no los consideramos demasiado. Un caso clásico: Eliseo Subiela. Pero esto viene desde hace décadas: muchos afuera saben quien fue Pino Solanas o Leopoldo Torre Nilsson. La mayoría desconoce a Leonardo Favio.

Esta larga introducción sirve para adentrarme de a poco en el caso de LAS ACACIAS. Como se dijo ya una y mil veces, la opera prima de Pablo Giorgelli ha ganado la Cámara de Oro en Cannes (entre los premios más importantes de la historia del cine argentino), y luego se llevó galardones en festival por el que pasó (San Sebastián, Londres, Biarritz, Oslo, etc, etc). En casi todos lados las críticas fueron laudatorias, la película logró satisfacer a jurados, críticos y públicos por igual, y en mi paso por Europa el mes pasado era la película argentina de la que todo el mundo me hablaba. También se vendió a Francia, Gran Bretaña, España y decenas de otros países, algo no del todo común en películas independientes y pequeñas como esa.

Ahora bien, llega el estreno argentino y la recepción no es igual. Cuesta conseguir salas porque, más allá de ser una historia sencilla y humana, es muy pequeña y no tiene actores conocidos como para los «deseos» de los programadores de los multicines. En sus tres primeros días lleva casi 4.000 espectadores en 12 salas que le permitirán, calculo, rondar unos 6.000 en el fin de semana. Es un promedio aceptable, no excelente, pero tampoco desastroso. Es esperable que los programadores la sostengan una semana más a ver si el «boca a boca» (algo que la película, estoy seguro, tendrá a favor) ayuda a que se sostenga bien y tal vez hasta que crezca.

En el terreno de la crítica no fue tan sencillo. Si bien CLARIN y LA NACION la celebraron con sendos MUY BUENA, en PAGINA/12 tuvo una crítica algo desfavorable, publicada dos días después del estreno, y lo mismo sucedió en PERFIL, al menos de los que pude chequear. Si bien el promedio de las críticas es bastante bueno, se han escuchado muchas voces en contra (el colega Quintín, sin ir más lejos) que tildan a la película de calculada comercialmente, pensada para agradar a festivales, que se le notan los hilos de guión, etc, etc. Era previsible. Por un lado, el «bombo» previo hace que la recepción local ya esté llena de preconceptos. Uno no va a ver LAS ACACIAS, va a ver la Cámara de Oro de Cannes. Y la «barra» de exigencia se pone, casi inconscientemente, más alta. Recuerdo que Pablo Trapero me decía alguna vez que una calificación EXCELENTE en una crítica era un arma de doble filo, ya que el espectador se ponía un standard de calidad muy alto al ver la película, y muy raramente le gustaba tanto como la calificación que traía. Y, por otro lado, hay cuestiones específicas de la película que juegan en una línea muy «border» entre esos universos: el independiente y el comercial, el «auténtico» y el «pintoresquista», el «festivalero» y el «para la gente», y otras dicotomías posibles.

LAS ACACIAS, en ese sentido, me hace acordar a UNA HISTORIA SENCILLA, de David Lynch. Otra película que la gente veía, disfrutaba, pero siempre se quedaba con la sensación de que la película no era lo auténtica que pretendía ser, que había un «acting», digamos, tras esa simple puesta en escena. Muchos querrán ver en LAS ACACIAS cálculo y premeditación, interés en conquistar corazones de fundaciones, jurados y críticos extranjeros en busca de algo «autóctono». Otros podrán considerar todo eso como algo genuino, honesto, personal. En general, quedará en cada crítico y espectador saber cómo pararse -elegir como pararse- frente a la película.

A mí LAS ACACIAS me parece una muy buena película. No creo que se trate de una obra maestra, ni de una gran película, ni la pondría a la altura de las mejores películas del llamado Nuevo Cine Argentino. Creo que no es pintoresquista, que no busca atrapar desde el «color local» (pocas veces la cámara sale del camión, no hay música incidental), tampoco tiene grandes diálogos revelatorios, es paciente con los silencios de los personajes, respetuosa, toma casi siempre la mejor decisión respecto a la distancia a abordar. Tocando el tema que trata, pasible de tratamientos sensibleros a más no poder, Giorgelli nunca (o casi nunca) cede a esas tentaciones, manteniéndose siempre en un discreto segundo plano, casi sin subrayar.

Yo pensaba viéndola que es como si alguien tomara una película de Lisandro Alonso y decidiera hacer algo más «mainstream» con ella. La apuesta es similar (el hombre solitario que viaja), pero la aparición de la mujer y especialmente de la beba llevan la película a otro territorio, la abren. Uno podría pensar en LAS ACACIAS como un intento de sintetizar la discreción y distanciamiento emocional de buena parte del nuevo cine nacional con impulsos algo más «accesibles», como si fuera una película que toma un tema del cine comercial y le da un tratamiento independiente. O viceversa. Un filme a mitad de camino entre ambas tradiciones, como balanceándose en una delgada cuerda floja.

A algunos les incomodará su costado más independiente, digamos. El principio: el corte de árboles, la espera, los largos silencios, los tiempos muertos, la contemplación. A otros, todo lo contrario: empezarán a fastidiarse con los intercambios de diálogos, los jueguitos, las incontables caras de la beba, las escenas «emotivas» del final. La parte, digamos, más claramente «guionada» del asunto. Es imposible que el filme contente del todo a ambos «grupos»: muy comercial para «los indies», muy «indie» para los que buscan un relato más mainstream. La apuesta es que sea la propia película, con sus mecanismos narrativos, la que logre convencer a ambos por igual, llevarlos de la mano de la historia de un lugar a otro de esos universos cinematográficos aparentemente irreconciliables.

A mí, decía antes, la película me gusta bastante por lo que no hace. Por evitar grandes revelaciones dramáticas, por mantener los diálogos acotados casi siempre al mínimo, por no regodearse en el paisaje «lindo», por llevar su argumento -obvio para algunos, clásico para otros- a buen puerto sin forzar grandes giros dramáticos ni subtramas innecesarias, por respetar el misterio del «fuera de campo», del pasado, de esas historias dolorosas de los personajes que las intuimos pero no las conocemos del todo. Y, claro, por ese bebé simpático que no sólo hace latir la película sino que cruza esa barrera entre dos mundos que hablábamos antes: es como si los realizadores del cine independiente crecieron, se hicieron padres, y ahora se atreven un poco más a buscar la emoción, a no temer a llegar al borde de lo «sensiblero».

Claro que hay cosas que no me convencen en la película. Creo que el recorrido es tan, de vuelta, «clásico», que se vuelve demasiado previsible. Creo que se usa la cara del bebé más de lo necesario y que sus gestos sacan a la película de cualquier problema, bache o stasis narrativa. No me convence la escena del final (hubiese preferido un final de western tipo John Wayne) y hay un momento de diálogo en el filme (cuando él le pide que hable en guaraní, cuando le cuenta de la bicicleta que le regaló al hijo) que son de otra película, mucho más convencional que esta.

Sin embargo, más allá de esos peros, y sin meterme a considerar cuestiones de cálculos o no cálculos, la película me atrapa, me emociona, me convence, tiene dos actores que están muy bien en sus papeles (Quintín decía que tenía que haber elegido a actores famosos, yo estoy en desacuerdo; no quiero a Darín ahí) y, más allá de una serie de escenas que me hacen algún ruido, creo que está entre las mejores producciones de este muy pobre año de cine argentino. Es la clase de películas que pueden acercar a cierto público a ver un cine que habitualmente no ve. Y, a partir de ahí, empezar a explorar más, hacia zonas más ambiguas, complejas e interesantes que existen en el cine nacional contemporáneo. Como puerta de entrada al cine independiente, LAS ACACIAS es la mejor película posible.