Diario del Festival de Berlín – Parte 2

Diario del Festival de Berlín – Parte 2

por - Críticas
12 Feb, 2012 08:22 | comentarios

Decíamos ayer… que la película de Angelina Jolie se hizo algo ardua por el sencillo motivo de ser en serbo/croata y haberla visto subtitulada en alemán. La colaboración de una colega local hizo posible entender aquello que no era obvio desde la obvia trama y la calculada puesta en escena, hasta que ya se me […]

Decíamos ayer… que la película de Angelina Jolie se hizo algo ardua por el sencillo motivo de ser en serbo/croata y haberla visto subtitulada en alemán. La colaboración de una colega local hizo posible entender aquello que no era obvio desde la obvia trama y la calculada puesta en escena, hasta que ya se me hicieron tortuosas tanto la película como seguirla molestando por un filme evidentemente poco interesante. Así que no me quedó otra opción que dejarlo por la mitad o desfallecer en el intento. El «racconto» posterior de lo que me faltaba dejó en claro que todo podía empeorar.

De cualquier manera, quiero destacar algo de IN THE LAND OF BLOOD AND HONEY. Da la impresión de que, de tener un guión más o menos pasable (lo escribió ella y no está nada bien), y no tener que lidiar con un tema tan límite, Jolie podría hacer una buena película. O, al menos, una mejor que ésta. Es una directora con cierto manejo del medio y comando del ritmo narrativo y de su elenco. Sí, esta película se parece en algo a SARAJEVO, MI AMOR -lo cual no es el mejor ejemplo para hablar bien del cine de Jolie-, pero convengamos que nadie esperaba encontrarse con Angelina como la nueva Stanley Kubrick. Quiero decir, del club «celebridad convertida en directora» está varios puntos arriba de Madonna.

No me atrevo a llamarla el «bochorno» de la competencia, pero sí diría que es esa clásica película «inexplicable», que no tiene nada que hacer ahí. DICTADO, de Antonio Chavarrías, que había hecho la muy buena VOLVERAS, es un thriller a mitad de camino entre el suspenso psicológico y el tono más «J-Horror» de lo supernatural. Juan Diego Botto (versión en alto de Diego Lerman o, también, el clásico actor que no envejece nunca) es un maestro de escuela que vive con su pareja (Barbara Lennie), quien quiere tener un hijo y no puede. Cuando un amigo de la infancia de Botto se suicida, su hija queda desamparada y ellos terminan adoptándola, en principio, provisoriamente.

Pero a esta niña y a Botto los ata un hecho traumático de la infancia (la muerte de la tía de la niña, hermana del amigo de Botto) y da la impresión de que la pequeña esta poseída por esa otra o bien canaliza su espíritu, o lo que sea. Así, mientras Lennie se engancha cada vez más con la pequeña y quiere adoptarla definitivamente, Botto y la niña entran en una guerra psicológica, como en una versión en apariencia supernatural de WE NEED TO TALK ABOUT KEVIN. Y así, la cuestión seguirá con algunas esperables sorpresas y los «sustos» de turno.

La película de Chavarrías es, en el mejor de los casos, un filme de suspenso fallido y tirando a mediocre, que es flojo en comparación a otros filmes españoles de género (digamos, como ejemplo, la más aterradora EL ORFANATO, sin ir muy lejos). Si la ves en video, un sábado a la tarde, sentirás que es una pérdida de tiempo. Y no te digo si tenés que dedicarle dos horas en un festival de cine, entre las 21.30 y casi las 23.30 de un viernes a la noche… y en competencia oficial.

El tercer día, sin embargo, arrancó de la mejor manera, con CESAR DEBE MORIR, de los hermanos Taviani. Daba para desconfiar, ya que la última película más o menos potable de Paolo y Vittorio era de 1998 y, a los 82 y 80 años, costaba imaginarlos renovados. Pero no sé si es algo que sucede a esa edad (casos Eastwood y Oliveira, por ejemplo), o simplemente si la historia que cuentan los hizo rejuvenecer y entregar un filme fresco y bastante original, una de las más interesantes adaptaciones shakesperanas que vi en mucho tiempo.

El juego parece sencillo pero no lo es tanto. Los presos de una cárcel italiana tienen un taller de teatro en el que se montará JULIO CESAR. El filme -en digital y en blanco y negro- lo que hará será avanzar paralelamente con la trama de la obra y con el trabajo en la puesta en escena. Paralelamente, la obra se irá armando y desarrollando, desde el casting al estreno, al que llegaremos junto con la culminación dramática de la pieza. Y, a la vez, dará para que la situación «ficcional» se mezcle con la «realidad» de la cárcel y de las vidas de los presos, ya que la trama de poderes y traiciones shakespereanos no está tan alejada de la cotidianeidad de los protagonistas. A todo esto hay que sumarle que el filme es una ficcionalización -o al menos lo parece- de un caso real, con los presos haciendo de sí mismos («a la iraní») y demostrando ser (algunos más que otros) muy buenos actores. Y aún cuando no lo son, el entramado del filme los habilita para el error. Una gran película.

Luego llegó un cineasta «de la casa», Cristian Petzold, con otra compleja película en la que vuelve a apostar por un cine rabiosamente cinéfilo y enmarcado en cruces de género insospechados y originales, con una trama donde lo sociopolítico está también en primer plano. En YELLA y JERICHOW apostaba a algo similar: películas sobre los inmigrantes o la corrupción económica siempre enmarcadas en relatos de suspenso, estilizados, que generan una suerte de distanciamiento (a la manera de Fassbinder, si se quiere hacer una comparación) y, a la vez, apelan a las emociones más ocultas y menos evidentes.

BARBARA -así se llama la película- es la clase de filme sobre la Alemania Oriental que les gustará a quienes no les interesó mucho, digamos, LAS VIDAS DE LOS OTROS. En lugar de apostar por la identificación más obvia y previsible, casi sin grises, entre los héroes y villanos de la trama, Petzold hace que nunca sepamos demasiado bien qué está sucediendo y qué cartas se esconden en esta trama que involucra a dos médicos (Barbara y Andre) que se conocen en un hospital y que empiezan a relacionarse en un clima en el que reina la sospecha.

Habrá varias subtramas -acaso demasiadas, algo usual en Petzold, que le gusta llevar sus tramas por caminos en exceso sinuosos- ligadas a pacientes, ex parejas, un pasado probablemente oscuro de ambos, ocultamiento y manejo de dinero, tráfico de un lado al otro de la «cortina de hierro», pero el eje estará siempre puesto en esa relación ambigua entre los dos personajes, especialmente en la seca y misteriosa Bárbara, que sólo piensa en escaparse, y a la que este hombre empieza a buscar con intenciones que no son del todo claras. Una película compleja, ambiciosa y fascinante.

El «entretenimiento» del día llegó con MARLEY, un documental sobre la vida de la máxima estrella de reggae, que cubre en 144 minutos desde su nacimiento a su muerte. Como era esperable por el currículum de su director, Kevin Macdonald (EL ULTIMO REY DE ESCOCIA, LOS SECRETOS DEL PODER), al hombre le interesa más la dimensión política y religiosa, la historia de vida de Marley, que su universo musical específico. Así es que, pese a lo largo y denso que es el filme, que tiene muchísimo material inédito ya que la familia de Marley es la productora de la película (Macdonald tuvo un acceso total a los archivos y tampoco oculta algunas de las zonas más «complicadas» de Bob, como sus varias mujeres y amantes paralelas con las que tuvo once hijos), no se profundiza mucho en el lado de la influencia musical del reggae ni su impacto en el mundo de la música. Eso queda relegado, tapado por la dimensión política d Marley en Jamaica, su paso por Africa y su rol de «pacificador» tanto en su país como, luego, a partir de sus canciones, en el mundo.

Es un filme interesante por la cantidad de material inédito en video y fotos, y para tomar dimensión del peso de la figura de Marley, pero la larga fila de entrevistados y lo poco que parece interesarle a Macdonald si Marley hacía reggae o cha cha cha, le quita interés. O, al menos, es lo que me sucedió a mí, que imaginaba que la película me iba a absorber y me terminó aburriendo bastante por lo predecible de su línea narrativa, especialmente si uno más o menos conoce algunos hechos clave de su vida.

El sábado terminó con una película que resultó mejor de lo que esperaba. Presentada fuera de competencia, SHADOW DANCER, de James Marsh (como Macdonald, otro británico que alterna ficciones y documentales) cuenta una historia de traiciones e «infiltrados» dentro del IRA a partir de presiones del MI5 británico. Comercialmente será dificultoso, ya que como thriller no tiene demasiado ritmo ni suspenso, y como drama «histórico» está demasiado articulado desde lo genérico, pero a la vez esa rara combinación lo hace atractivo. Arranca mal, le cuesta encontrar el ritmo y el tono (entre una película de Ken Loach y un thriller de «espionaje», digamos), pero de a poco las piezas van cayendo en su lugar.

Por lo gris y monótono del universo que pinta, y el estilo narrativo algo demodé, da la impresión de estar hecha en la época en la que transcurre, principios de los ’90. Es la historia de una mujer del IRA que es atrapada cuando falla su intento de poner una bomba en el subte de Londres y es forzada por un agente del MI5 (Clive Owen) a ser «infiltrada» en su propia familia, ya que sus hermanos son a los que realmente están buscando los investigadores. Al volver a Belfast, ella deberá manejarse con extremo cuidado para no quedar en evidencia y su vida correrá peligro cuando se organice otro atentado. Pero acaso las cosas no sean del todo lo que parecen y ni unos ni los otros estén siendo del todo «honestos» en ese interesado intercambio de información. Esas trampas que desorganizan el relato, por una vez, resultan originales y resignifican lo visto antes. Un buen thriller, sólido, a la antigua, sin flashes. De esos que impactan de a poco y dejan alguna marca. No mucha, tampoco, seamos sinceros…