Leonardo Favio (1938-2012)

Leonardo Favio (1938-2012)

por - Críticas
05 Nov, 2012 05:48 | comentarios

En 2008, poco antes del estreno de ANICETO, la versión musical de su clásico EL ROMANCE DEL ANICETO Y LA FRANCISCA, tuve la oportunidad de entrevistar a Leonardo Favio, que falleció hoy a los 74 años. No lo había entrevistado antes, salvo telefónicamente, o algún cruce breve en estrenos o festivales. Pero ésta era la […]

En 2008, poco antes del estreno de ANICETO, la versión musical de su clásico EL ROMANCE DEL ANICETO Y LA FRANCISCA, tuve la oportunidad de entrevistar a Leonardo Favio, que falleció hoy a los 74 años. No lo había entrevistado antes, salvo telefónicamente, o algún cruce breve en estrenos o festivales. Pero ésta era la primera entrevista larga y en su casa. Estaba nervioso, claro, y le pedí a Santiago Palavecino si tenía ganas de acompañarme. Nos encontramos en Córdoba y Pasteur, y con un miedo importante, nos dirigimos a la casa de Favio. En la nota, que aquí copio en forma íntegra, bastante más larga que la versión que salió en su momento en Clarín, queda claro que los nervios del principio se fueron disipando apenas empezamos a hablar con él. Acá están las horas de conversación que tuvimos Santiago y yo con el más grande director de la historia del cine argentino.

Llegar a la guarida –al hogar, al bulín, al espacio– de Leonardo Favio, es una pequeña aventura con reminiscencias cinéfilas. Uno llama al timbre del antiguo edificio de departamentos, ubicado en el Once, y una de sus fieles asistentes lo conduce hasta el piso en cuestión, tenuemente iluminado. Pero sólo hemos superado la primera etapa. De allí hay que subir una escalera caracol muy estrecha hacia otro piso más y tocar el timbre de una puerta maciza de madera. Tras la puerta, de espaldas, está Favio en su sillón, sentado. Sólo se escucha su respiración. Si todo parece una escena típica de cine negro (imaginen «Al borde del abismo» y su iluminación expresionista, o una película de gangsters donde un pobre diablo finalmente se presenta, intimidado, ante El Jefe), esa impresión desaparece en un instante, apenas Leonardo exhibe su amplia sonrisa, extiende su mano y lanza una primera broma.

Ese es el lugar que Favio eligió para, como él dice, «estar conmigo». Tiene dos escritorios, una laptop, varios DVDs, algunas pocas fotos, partituras, libros, casi ningún objeto que remita a su carrera cinematográfica y un mini-gimnasio incorporado con bicicleta incluida. «Siempre salgo andar en bici», dice y su asistente (secretaria, coguionista, Verónica Muriel) bromea con que van a hacerle uno de esos rodantes (suerte de paisajes giratorios) en la ventana para que el asunto parezca en serio.

Ese mundo cada vez más interior de Favio está reflejado en «Aniceto», una película hecha en estudios, en un hangar, donde todo fue construido, la luz es artificial, el sonido (como siempre en sus películas) no es directo, casi no hay diálogos y la música inunda la pantalla. No es tanto el «Aniceto ballet» que se preveía, ya que la parte musical va cediendo espacio con el correr del relato, pero sí uno bastante diferente al original.

Llevada a la pantalla en 1967 como “El romance del Aniceto y la Francisca”, y convertida en uno de los clásicos del cine nacional, ambos filmes –basados en el cuento «El cenizo» de su hermano Zuhair Jury– cuenta la historia de un hombre que empieza una relación con una sencilla y tierna mujer (Francisca) para luego dejarla por otra (Lucía), morocha atractiva y peligrosa, y finalmente quedarse sin nada, ni siquiera su amado gallo de riña. Esta versión, a diferencia de aquella, excede lo cinematográfico. Y es por eso que Favio quiso hacerla. El mismo lo explica:

«En esta película no quise reflejar tanto mis ideas sobre el cine sino sobre la belleza del espectáculo audiovisual –dice–. En «El romance…» era la plasticidad, la cámara en movimiento. Acá no, acá es «un revoltijo de emociones»: la pintura, las sombras, el agua, los gitanos, la danza. Quiero romper los límites de lo cinematográfico. Ese es mi sueño. Y creo que en la próxima lo voy a agudizar más. Llegué a la conclusión de que todo es valido para lograr la emoción. Y que hay otros modos, otras formas de hacerlo».

¿Pero por qué volver a «El romance…» específicamente?

No me pareció extraño recurrir a ella. A mí siempre me gustó, sobre todo los desplazamientos, los silencios. Pero esta película es otra cosa. ¿Por qué volver a «Romeo & Julieta»? ¿O a «Hamlet»? Es una obra, una obra que subyuga y que tiene distintas posibilidades de expresión, y uno no le tiene que tener miedo a nada cuando está creando, cuando uno decide contar algo bello o algo que le gusta mucho. Yo no dudaría un segundo en volver a hacer otras películas de nuevo.

¿Volvió a ver la original en la preparación?

No, no la volví a ver. Salieron de una misma matriz pero son dos hermanos, no tienen nada que ver. Si ves una puesta hoy de «El lago de los cisnes», ves a Nureyev. Después podés ver a Nijinsky y no tienen nada que ver. Y sin embargo la obra es la misma.

En el cine no existe tanto esa costumbre de reversionar así…

Hay que evitar las costumbres…

¿Y cómo es su relación con el ballet?

Ni bien nos pusimos a trabajar en el libro me puse a ver todos los documentales de ballet que encontré. Nunca había sido muy amante del ballet. Era muy ignorante. A partir de ahí me empezaron a gustar cosas. Le dije a la coreógrafa (Margarita Fernández, que luego sumó a Laura Roatta): “¿pero quién le pone el cascabel al gato?” Obvio, (Julio) Bocca es de los más grandes pero no me daba el físico. Pero ella lo vio a Hernán Piquín y me dijo: «Es él». Lo llamamos y a la media hora estaba acá. Era el Aniceto.

Llama la atención en la película que filmó casi todas las escenas de ballet en un solo plano…

Siempre lo pensé así. Yo iba a los ensayos, los veía bailar y pensaba: ¿qué le vas a agregar a esas figuras que ellos hacen? Es incomodarlos.

¿Se ensayó mucho para hacer todo de un tirón?

No, muy poco. Si repetíamos era a pedido de ellos. Si sentían que se equivocaban en un paso, lo hacíamos de nuevo hasta que quedara perfecto. Porque el nivel actoral de ellos fue espectacular, maravilloso, de los tres (Natalia Pelayo y Julieta Baldoni encarnan a Francisca y a Julia, personajes que en el filme original interpretaban Elsa Daniel y María Vaner). Son asombrosos. Yo colocaba la cámara, les daba una marcación y era impresionante. Yo creo que Piquín tiene un gran futuro como actor.

Muchos piensan que «El romance…» es su mejor película. ¿Usted está de acuerdo?

Es una costumbre decir eso. No sabría qué responderte. A mí, por ejemplo, me gusta más «El dependiente»: los tiempos, el ritmo…

Ahora filma poco, cada ocho años, ¿es por dificultades para producir es porque son sus tiempos?

Son mis tiempos, de golpe hago una película cada año y medio, como «Moreira», «Nazareno» y «Soñar soñar». O las anteriores. Y de golpe, por razones ajenas, me paso ocho o dieciséis años sin filmar, como con «Gatica». Pero doy las gracias a Dios que me dedico a la canción que me da el sustento, así que no extraño mucho el set. Ahora no estoy cantando, pero tampoco extraño. Mientras tenga para vivir… Yo no hago el ombligo mío ni del cine ni de la canción. Trato de estar en paz conmigo y con la gente que quiero. Mi vida no pasa por filmar ni pasa por cantar, pasa por estar contento.

¿Y está contento?

En estos momentos, sí. Duermo en paz, hace mucho tiempo que no tengo pesadillas. Tuve una etapa de pesadillas muy duras, cuando murió mi madre, pesadillas horrorosas de las cuales no me quiero ni acordar. Pero pasada esa etapa volví a estar en paz.

Cuándo recuerda su vida y su carrera, ¿hay cosas de las que se arrepiente?

Sí, de no haber compartido más con mi madre toda mi obra. Era una mujer muy talentosa. Yo aprendí de ella todo lo que es marcar actores. Tenía una compañía de radioteatro, era brillante, y no compartí todo mi mundo con ella. Después he cometido pequeñeces, como todos. Uno se manda cagadas, serias a veces. Haber jodido a gente, haberla hecho que sueñe y después escaparme, esas cosas que tiene uno cuando se pone un poco miserable. Pero no fueron grandes cosas. Lo importante es como uno las lleva en su conciencia.

¿Y cosas de las que está orgulloso?

Tengo un conflicto con eso. Es que yo casi todo lo atribuyo a Dios, entonces Dios determina que vos brilles en determinada cosa y no en otra. Hasta tu conducta. A nadie le gusta hacer mal las cosas. Ahora, si vos te obstinás en que lo tuyo es el cine o la pintura, y por ahí no es… no hay nada más jodido. Yo sí estoy orgulloso del hombre que construí, porque lo construí yo. Transitar con cierta gente está bien y con otra mal, esto está bien o esto está mal. Hay algo que es de toda mi vida: yo no planifico, dejo que las cosas pasen y vengan, y si no vienen es porque no tenían que venir. Yo espero. Siempre espero.

¿Qué esperás?

Cuando era chiquito el deseo de que viniera mi madre a verme en forma obstinada. Y venía. Cuando crecí, el hecho de hacer cine. Yo sabía que lo iba a hacer. ¿Cómo explicás eso? Yo escribo un decorado y finalmente está. ¿Cómo hacés para que te salga bien una obra? Proponételo a ver qué te sale. La obra va a salir si es Dios quien lo determina. A todos nos gustaría ser García Márquez o Borges, pero Dios determina eso.

¿Siempre fuiste creyente o eso fue creciendo con el tiempo?

Siempre tuve la total convicción y certeza de Dios. No hay nada más evidente que eso. Dios lo abarca todo, no te podés escapar a su mirada, y a la vez es tan lindo, porque te sentís como un pollito debajo del ala de una gallina. Cuando te vienen las grandes dudas, entonces te dormís así y te dormís mucho mejor. Además, pensá en algo: de ésta no te podés escapar, de la eternidad. No hay trincheras contra eso, ¿adónde vas a ir? Te evaporás, pero quedás en la atmósfera. Es la única idea que me angustia. Por más que trates no podés; estás en la eternidad.

¿Seguís meditando?

Sí, lo hago, pero todos lo ven como una cosa extraña… La meditación es quedarte con vos, en silencio, y eso te hace mucho bien. Te volvés menos dañino, le tenés más piedad a la gente, te tenés más piedad a vos.

Gran parte de la gente te sigue conociendo más por la música que por el cine. ¿Cómo te llevás con eso?

Yo amo a la canción, la quiero mucho, me permitió vivir con dignidad. Hasta libros se han escrito sobre mis canciones. Pero hace tiempo que no compongo. Lo último que hice fue para Raphael, que me lo pidió. La gente quiere escuchar las canciones de antes, me silban sino (risas). Pero es lógico. Quieren «Ella ya me olvidó», «Quiero aprender de memoria»

¿Y eso no lo frustra?

No, para nada, si a mi también me gustan esas.

Pero no es lo mismo en el cine, en el cine si le gusta probar cosas nuevas…

Es otra cosa. La canción tiene un límite y la poesía en la canción también. Escuchas a Serrat en catalán y es una maravilla; el primer Serrat en español también. Después se fue metiendo con poetas y ahí empezó a perder. Y ahora empezó a cantar a dúo. Eso no me va.

¿Nunca el disco a dúo entonces, como Sinatra? ¿Cantando con Charly García, por ejemplo?

No, no creo, la verdad (se ríe).

Menciona seguido a Kurosawa, y a mí esta película me hizo pensar un poco en «Sueños», ¿es de revisitar clásicos?

Soy fanático de Kurosawa desde que vi «Rashomon» a los 15 años. Y me encanta ver cine. «El ciudadano» la vi más de cien veces. Uno aprende mucho. Lo mejor que puede hacer un tipo que hace cine es ver películas. Funcionan como disparadores.

¿Pero ve también cosas nuevas, de directores jóvenes?

Por supuesto. Cuando vi «Caja negra», de Luis Ortega, sentí que estaba ante uno de los grandes poetas que ha dado el cine. Y «Monobloc» recién ahora la estoy entendiendo. También me gusta (Jorge) Gaggero y muchos más.

¿Se siente querido por lo cineastas, por la gente?

Sí, mucho. Mi apoderada, Chela, está conmigo hace 32 años. Verónica hace once. Y también incorporo gente nueva.

¿Y cómo se lleva con los homenajes?

Suelo ir a muy pocos, pero miente el que dice que no le gustan. De todos modos, a veces te gusta y a veces te incomoda, depende si te levantaste un poco idiota o no… Pero me gusta ver que siguen surgiendo muchos muchachos talentosos en la Argentina.

¿Y a qué lo atribuye?

Está en los genes del argentino. Estamos muy bien alimentados y el cerebro necesita proteínas (se ríe). No sé, hay tanos, moishes, turcos: algo tiene que salir de semejante cóctel.

¿Y qué consejos les da a los jóvenes que le preguntan?

Lo primero que les aconsejo es que coman poco antes de dormir.

¿Durante los rodajes?

No, toda la vida. Es muy bueno. Les deseo una buena digestión.

¿“Sinfonía de un sentimiento” fue su manera de hablar de su relación con el peronismo?

Muchas veces yo me decía; ¿cómo hacés para transferir a las nuevas generaciones, a los pibes, lo que fue eso? Aún hoy lo ponen en duda o se cagan de risa. La sensación de recibir el “Botón Tolón” –un libro infantil– o la pelota de fútbol. Hoy para cualquiera es común eso: para mí no lo era. Las oligarquías nos decían, cuando cayó el general, que nos humillaban dándonos el pan dulce y la sidra. No, no nos humillaban con eso. Podíamos comprar 20 kilos de pan dulce. Era comer en comunión, estar todo el pueblo junto comiendo ese pan dulce y tomando esa sidra. Era algo que festejábamos todos al unísono. Entonces yo hice esa película para mostrar todo eso, porque se fue Perón –para evitar una masacre monstruosa–. Hay un momento, cuando armo la parte del bombardeo, un asistente me dice: ‘Qué bien que está esto, no se va a notar que es de la primera guerra’. ¿Qué decís? Es la Plaza de Mayo. Como él, muchos no están enterados. ¿Cómo contás todo eso? ¿Los fusilamientos como los explicás? Muchos no te creen. ¿Cómo graficarle a la gente todo eso?

¿Y cómo se lleva hoy con el peronismo?

 A veces con dolor, a veces con alegría. El peronismo es una doctrina. Eso no muta, eso esta ahí. Y uno la ve y cada vez tiene más actualidad. Ahora, uno es lo que hace y hace lo que es. Hay gente que se disfraza de peronista y llega a los más altos estamentos. Pero hoy estoy muy contento. Se está reconstruyendo el país. Esto del campo viene de la embajada de los Estados Unidos. No es casualidad que en estos momentos en que Bolivia se esta despertando, lo mismo que Ecuador y Venezuela, comienzan todos estos quilombos simultáneos. Mira el estado en el que esta el imperio y cuales son sus necesidades. No es necesario ser muy pícaro para darse cuenta de lo que está ocurriendo. Yo estoy muy seguro de lo que se esta haciendo. Sé que falta un montón, pero no te olvides que venimos del trueque. ¿Cuánto hace del trueque? Nada. Lo que pasa es que tenemos muy mala memoria.

¿Vuelve a ver sus películas?

No, no, veo escenas sueltas. Me acuerdo de la toma y pienso, ¿para qué carajo la habré hecho? La paso, a veces quedan y a veces las corto. “El dependiente” tiene una nueva copia, con 4 tomas menos. Esa película la van a seguir viendo, la copia nueva se entrega al INCAA y ahora se proyectan esas copias. De “El romance…” encontré siete segundos perdidos y los sumé.

¿Y qué cosas son las que más le gustan?

De “El dependiente” casi todo. El principio, con los perfiles enfrentados. En “Aniceto” cuando le dicen que la Lucia esta en el baile con un tipo, la cara medio en sombra de (Federico) Luppi. Y “Soñar soñar” es muy bonita. A mí me encanta. Me gusta la escena con el enano, cuando dice: “¿Y vos no eras comunista?”

Cuando las ve, ¿recuerda situaciones específicas?

Sí, todo el tiempo. Me acuerdo que la última toma de “Juan Moreira” la tuvimos que repetir 50 mil veces. Y sentía que Bebán me quería matar y me daba vergüenza pedirle otra más.

Un largamente acariciado proyecto de Favio es “El mantel de hule”. Hoy dice que será su próxima película. “Por fin van a poder decir ‘esto es autobiográfico’. Porque siempre adivinan, pero de ésta no hay dudas. Hay que ver como resuelvo un mundo de cosas que están muy dentro de mí. Se centra en mi niñez y en mi primera adolescencia. Es la etapa mas jugosa, la que más me gusta y la que más amo. Es en Luján de Cuyo, no me animo a trasponer y llegar a Buenos Aires. Quiero cortar antes del desastre…”

Favio asegura que allí seguirá experimentando. “Es lo que me gusta. Creo que van a pasar muchas cosas importantes a partir de “Aniceto”. Estoy tan feliz con lo que hecho, tan seguro de lo que hecho. Y quiero continuar en esta línea. Si no hubiera cambiado estaría muerto. El cine es un acto de amor y, como el amor mismo, si te envolvés en el pudor vas a terminar fracasando. A mí me gusta ir buscando y buscando hasta que me llame Dios”.

 

Aquí, otras frases de la desgrabación que quedaron fuera de la entrevista.

Sobre el músico Iván Wyszogrod: «A Iván Wyszogrod lo descubrí yo en «Gatica». Tenía 19 años. Es un genio, el músico más grande que ha dado la cinematografía del mundo. Por lo general, trabajo con modelos. Una música que me golpea y empiezo a trabajar el guión con esa música y cuando el músico viene le digo ‘con esto me motivé, llegué acá, hice esto’. Y vamos buscando entre los dos. Pero tenés que tener un Stradivarius como Iván.»

Sobre el equipo de trabajo de «Aniceto». «La puesta de cámara de «Aniceto» era previa y el guión bastante de fierro. Le doy mucha bola al sonido, a la música. En «Aniceto» algunas cosas dibujé, trabajé con tipos brillantes como Andrés (Echeveste), el director de arte, un tipo con una sensibilidad exquisita. Estuve acolchonado por todos lados. El equipo me bancaba, me aportaba cosas maravillosas. Al cámara (Miguel Caram) lo distinguí en los títulos porque realmente es un genio. No te regalo la palabra genio, son geniales. La experiencia de trabajar en un ambiente controlado es mucho más linda, tipo títeres, tipo Mélies. Con el mundo real ya trabajé mucho. Esta es una experiencia nueva. Hay tantas cosas para hacer.»

Sobre Pajarito, «un vago amigo mío». «Soy obediente de la gente talentosa. No soy necio. Creer que ya la sabes es lo peor que te puede ocurrir, soy de oír a todos. Un día estábamos en Cinecolor viendo que hacíamos con una toma de «Gatica» en la que llega el hermano a avisarle al manager que no lo encuentra. Llueve, bomberos, coches alineados. La escena tenía ritmo, todo, pero no funcionaba. Pegábamos, sacábamos. Entonces llega Pajarito, un vago amigo mío, y dice: ‘¿Qué quieren mostrar? ¿Qué tenían guita para alquilar autos?’ Y tenía razón. Me estaba quedando con la panorámica. ‘Ya mostraste los autos’, me dice. Y corté a la mierda todo… Mirá, si yo fuera un nabo, me la pierdo.»

Sobre Rodolfo Mórtola. «A Rodolfo Mórtola lo amo, es otro colaborador de por vida. Dice siempre lo justo, nos entendemos bien.»

Sobre un día común de su vida. «Es por etapas. En realidad me pongo a hinchar las bolas, copiénme esto, la tapa de un CD, le hincho los huevos a todo el mundo. Hice mi vida acá, salgo muy poco. Me gusta estar acá: tengo la cinta, salgo a andar en bicicleta (señala una bicicleta fija y se ríe). Me gusta mucho, me quedo acá tranquilo, escucho música».

Sobre el atentado a la AMIA (el vivía a una cuadra). «Uso tapones de silicona desde las giras de música. Me habitué y me encanta. Pensé que se venía la lluvia, imaginate el estrépito. Pensé: ‘carajo qué trueno, que linda lluvia se va a venir’. Miré por la ventana y la AMIA no existía más, y a mí no se me rompió ni la ventana. El portero de este edificio salió despedido. Murió tanta gente: el panadero, la chica de la perfumería, la nieta de Don Conrado el almacenero. Fue muy triste».