No-Estrenos: «Berberian Sound Studio», de Peter Strickland
No es ninguna novedad que muchos de los mejores títulos de cada año no llegan a las pantallas locales. Ya hace tiempo uno se ha acostumbrado a dividir sus listados de fin de año en dos: cine estrenado comercialmente y cine visto en festivales. En realidad, la división directamente debería ser de cine que se […]
No es ninguna novedad que muchos de los mejores títulos de cada año no llegan a las pantallas locales. Ya hace tiempo uno se ha acostumbrado a dividir sus listados de fin de año en dos: cine estrenado comercialmente y cine visto en festivales. En realidad, la división directamente debería ser de cine que se estrena y cine que no se estrena. Además de festivales, están los downloads, torrents, directo a DVD, formatos de streaming varios: muchos de los mejores títulos que uno ve los encuentra de esa manera. No queda otra. El mercado cinematográfico argentino no deja otra opción.
Así que para dar cuenta de esos otros títulos que uno ve «de otras maneras» he decidido implementar esta sección a la que no se me ocurrió mejor título que NO-ESTRENOS («Cine-Off» era otra opción, pero no me convencía). Son películas que no vi en festivales (o porque nunca me las crucé, o se me pasaron de largo, o directamente porque no fueron), pero que son demasiado buenas como para no cubrirlas. Este año hay una que sin duda estará al tope de mi lista de mejores: MARGARET, de Kenneth Lonergan. Y acabo de sumar un par que voy a ir desgranando en los próximos días. Tal vez, finalmente, algunas de estas películas se terminen por estrenar. Pero eso ya es otra historia…
Una de estas películas es BERBERIAN SOUND STUDIO, de la que me habían hablado muy bien los que la vieron (se dio en la Viennale, entre otros festivales) y que me intrigaba muchísimo. Por un lado, por ser del director de KATALIN VARGA, extrañísima película de terror que transcurre en un pueblito de Transilvania. Por el otro, porque su tema me interesaba mucho. Resumiendo, es la historia de un ingeniero de sonido británico que viaja a Italia en 1976 para trabajar en una película de terror del mítico género conocido como «giallo» (las de Dario Argento, Mario Bava, Lucio Fulci, etc.)
Toby Jones encarna a Gilderoy, el personaje en cuestión, un hombre tímido y circunspecto, de poco hablar y modos muy civiles, un inglés de Surrey que se especializa en hacer sonidos para documentales de medio ambiente. El hombre es convocado por un productor de apellido Santini (nombre ficticio) para aportar sus talentos a una película de horror que trata, en apariencia, sobre brujas, monjas poseídas, escenas de sexo sangrientas, enanos, duendes y otras yerbas. Digo «en apariencia» porque, salvo los extraordinarios créditos de apertura de ese filme (que se llama THE EQUESTRIAN VORTEX), jamás vemos la película que Gilderoy y su equipo sonorizan. ¿O sí?
El trabajo que ellos hacen es el que se hace en la posproducción de muchos filmes: doblaje de sonidos ambiente, ruidos, ecos, efectos, también diálogos pero especialmente gritos, muchos y muy espeluznantes gritos. Para el atildado Gilderoy la experiencia de trabajar en el Estudio Berberian es un shock. No sólo por la crudeza y violencia de la película que se hace allí sino por la forma en la que se hace, por la gente que allí conoce, típicas personalidades del cine de explotación (productor chanta que pone a su novia en el elenco, director agresivo, secretarias ineficientes, clima de descuido general), con el agregado de que son italianos, opuestos en su forma de actuar al modosito Gilderoy.
La película bebe claramente de referentes como PEEPING TOM, de Michael Powell, y especialmente de esas películas en las que lo que los protagonistas escuchan (o creen escuchar) termina haciéndolos enloquecer, como LA CONVERSACION, de Francis Ford Coppola y BLOW OUT, de Brian de Palma, ambas deudoras del BLOW UP, de Michelangelo Antonioni, aunque allí la desorientación era fotográfica/visual y no auditiva.
La influencia del «giallo» es, si se quiere, menor en lo formal. Strickland no quiere hacer una película de terror sobre un hombre que trabaja en películas de terror, sino explorar ese universo de manera cada ve más disonante, marcando los choques entre el mundo de sangre y torturas de la ficción y uno que, en el estudio, consiste en hacer ruidos cortando repollos, golpeando sandías o haciendo ecos con lamparitas, radiadores y objetos extraños. Ese «choque» cultural y audiovisual irán haciéndole perder las formas y los modales a Gilderoy, que empieza a sentir mentalmente los efectos de su nueva vida y pronto le costará diferencias realidades y ficciones. Y a nosotros también.
La última media hora del filme es, sin duda, la que dividirá las aguas entre fans y no tanto de esta película. Da la impresión de que Strickland va llevando a Gilderoy hacia la violencia (una actriz le cuenta cómo el productor abusa de ella, la secretaria se niega a devolverle la plata del pasaje de avión, el director lo maltrata y agrede), pero el camino que toma tiene más que ver con la locura y con un recorrido narrativo más afín al cine de David Lynch que a los referentes antes citados. La trama se quiebra de la misma manera que Gilderoy y los espectadores no podrán reconocer bien qué es lo que está pasando (algún eco de BARTON FINK hay también por ahí). De hecho, uno podrá dudar si está pasando realmente algo o todo está en la afiebrada cabeza de nuestro cada vez más confundido protagonista.
Strickland se juega con eso a dejar a mucha gente afuera y lo mismo pasa con su decisión de no hacer (a la manera de BLOW OUT), una película del todo de terror. Lo suyo está más cerca de la experimentación, por lo que el homenaje queda en un segundo plano: el personaje vive en ese universo, pero no necesariamente en ese género. De cualquier modo, las citas (los diálogos de las chicas que doblan el filme, los anuncios de quien narra de qué trata cada escena de THE EQUESTRIAN VORTEX) dejan en claro que el mundo es ése y no puede ser otro.
Hay algo muy reconfortante en la descripción de ese universo de grandes aparatos analógicos, de trucos caseros, de efectos de sonido armados con ecos y perillas llevadas al extremo. Lo mismo en los títulos y en ese lynchiano cartel que pide SILENZIO (así, en italiano, idioma que se habla tanto o más que el inglés en el filme) cuando se graba. La realidad física de la película hecha y la que se posproduce son palpables y eso es, en parte, lo que afecta al personaje. Resulta muy difícil imaginar una situación similar con alguien haciendo hoy esos mismos efectos de manera digital.
Algo similar sucede con el trabajo sonoro (y visual) de BERBERIAN SOUND STUDIO, que usa muchos recursos de la época (distorsiones y fueras de foco, saturación de colores, música electrónica y así) para crear ese clima misterioso, de comedia negra que va oscureciéndose cada vez más. Las famosas bandas sonoras del «giallo» (con músicos que van de Ennio Morricone a Bruno Nicolai, Riz Ortolani o la banda prog italiana Goblin, que hizo la música de varios filmes de Argento) se cuelan, indirectamente, en la banda sonora compuesta por la banda inglesa Broadcast. Es un mundo, el del «giallo», homenajeado con cariño y cierta distancia, y si bien muchos de los que trabajan allí no quedan del todo bien parados, no hay que olvidar que todo está visto desde la exagerada y confundida perspectiva de este tímido caballero de provincia metido en varios mundos que le son ajenos.
Como con KATALYN VARGA, Strickland prueba ser un tipo de cineasta inglés bastante raro, alguien que mira el mundo por fuera de la insularidad geográfica de su país. La cultura inglesa define, claramente, al personaje que tan bien encarna Toby Jones, pero el interés de Strickland está en el choque con lo que pasa más allá de las fronteras locales. Pero nunca intentando hacer sociología de choques culturales, sino manejándose dentro de la especificidad del mundo del cine y de sus arquetipos. No hay exteriores en el filme. No hay… realidad.
Hacer que las películas sean -o parezcan- un todo implica la suma de cientos de pequeñas partes y la combinación de muchos trabajos específicos. BERBERIAN SOUND STUDIO se toma el trabajo de deconstruir parte de ese proceso y, en el interín, desarmar mentalmente a su protagonista, al género y, si logra ser convincente, al espectador también.
!Peliculón! Cuando la vi estaba Strikland que la presentó así: «Don’t try to understand it, I don’t understand it myself, just go with the flow.» Capo.
Me parece muy talentoso el tipo, igual no creo que él no «la entienda». Es para ganarse el público decir eso, para que no se queden extrañados con la última parte, me parece!
¡Gran película! De las más originales del año, sin duda. Y bien por la nueva sección, Diego.
Gracias, Luciano.
No te hacía comentando en blogs, je, pero salvo que te hayan «robado» el email, tenés que ser vos!
Me alegra que te haya gustado también, gran película.