Festival de Locarno: «Manakamana», de Stephanie Spray y Pacho Velez
Siguiendo con la cobertura del Festival de Locarno que terminó días atrás (iré escribiendo, poco a poco, sobre todas las películas que vaya viendo), llega el turno de la ganadora de la sección Cineastas del Presente, la segunda competencia en importancia del festival suizo y la que se dedica a las películas de mayor riesgo […]
Siguiendo con la cobertura del Festival de Locarno que terminó días atrás (iré escribiendo, poco a poco, sobre todas las películas que vaya viendo), llega el turno de la ganadora de la sección Cineastas del Presente, la segunda competencia en importancia del festival suizo y la que se dedica a las películas de mayor riesgo estético. La película se llama MANAKAMANA y es del mismo equipo que el año pasado presentó, también en Locarno, el extraordinario documental LEVIATHAN.
Los directores de aquel filme (Lucien Castaing-Taylor y Véréna Paravel) ofician aquí de productores y los directores son otras personas relacionadas con el Sensory Etnography Lab de la Universidad de Harvard, un laboratorio que trabaja cuestiones etnográficas a partir de originales propuestas estéticas. Aquel filme, por ejemplo, seguía con pequeñas cámaras apostadas en distintos lugares el trabajo de un buque pesquero en el medio del océano transformando al filme en una experiencia inmersiva.
En MANAKAMANA los recursos son otros, pero la película es igualmente radical en su propuesta. Spray y Vélez filman aquí los viajes en cablecarril de muchas personas desde y hacia el templo sagrado de Nepal que da título al filme. Pero lo hicieron de una manera más convencional: con una cámara de 16mm. fija y enfocada hacia donde se ubican los pasajeros, y con los directores presentes en cada viaje. Es decir que no se trató, como da la impresión en principio, de la filmación «invisible» (una cámara oculta, digamos) de gente subiendo y bajando del templo.
La película consta de 11 escenas de una duración de 11 minutos, sin cortes dentro de cada una (y los que hay, entre uno y otro viaje, están «escondidos» por lo que da la sensación de que la película sucede en tiempo real). Lo que la película nos ofrece es el espectáculo visual de la montaña y los rostros, gestos y diálogos (o no) de las personas que viajan al templo. Como último dato, la película tiene una «trampa» respecto al clásico documental: en algunos casos los que viajan son actores y/o conocidos de los cineastas, al punto que los mismos directores prefieren referirse al filme como un híbrido entre documental y ficción.
La película es eso, simplemente -gente subiendo y bajando una montaña en un cablecarril-, pero el ingenio de Spray y Vélez está en la elección de las personas que viajan (dentro de todas las que, uno imagina, han filmado) y son ellos quienes les van dando al filme una suerte de evolución dramática. Casi todos locales -solos, en parejas o en grupos, y hasta en un caso… animales-, los personajes van integrando la historia personal de cada uno con el paisaje, pero nunca haciendo hincapié en generar empatía a partir de difíciles historias de vida ni de experiencias religiosas.
Varios en silencio, otras conversando sobre banalidades, dos tratando de comer un helado de palito sin que se les derrita, dos tocando música y… ovejas, los «personajes» de MANAKAMANA van dándole una riqueza observacional al filme, permitiendo que el espectador vaya modificando su atención y sus posibles ejes narrativos. Es un filme de observación en el sentido más absoluto, ya que gran parte del tiempo se nos pide que miremos rostros y paisajes. Y el filme es tan creativo, inteligente y dispar como lo pueden ser las diferentes circunstancias de cada uno de los viajes.
Es cierto que se trata de un filme para ver en pantalla grande -no fue mi caso-, por lo cual tengo la sensación de que parte del poder se pierde fuera del ámbito cinematográfico, donde la experiencia se hace más palpable. Si bien no es lo mismo que pasa en LEVIATHAN -una película que pierde casi su razón de ser si se la ve en DVD-, aquí se debilita igualmente el «relato» debido a que la película requiere de una enorme concentración y atención al detalle de parte del espectador para captar las pequeñas situaciones y gestos que surgen.
Aún así, con las «disculpas» del caso, me cuesta sumarme al flujo de extraordinarias críticas que recibió el filme. Me parece una película respetable, aprecio su búsqueda y sus logros, encuentro riquísimas las posibles conexiones que se pueden hacer allí, pero siento que el mecanismo se come la película, que «el formato» justifica lo narrado de una manera un poco tramposa. Me pasa un poco lo mismo con otras de las películas de este laboratorio: que necesiten un chart con explicaciones sobre cómo están hechas las debilita, hace que el juego sea más importante que el contenido. Si esta misma película la filmaba un cineasta nepalés con su cámara en el cablecarril y sin tanto «sistema» no hubiera tenido, estoy seguro, tanta repercusión.
MANAKAMANA es una película bastante interesante y una prueba más de que este acercamiento sistemático al mundo real produce resultados muy ricos. Me gustaría, eso sí, que de ahora en más nos deje tanto de interesar cómo se hizo, qué cámara se usó, cuántos minutos duran los rollos de 16mm y si el sonido es directo o lo que sea para poder concentrarnos en lo que la película, dentro de su universo, tiene para ofrecernos. Que es bastante.