Berlinale 2014: «The Grand Budapest Hotel», de Wes Anderson
Las películas de Wes Anderson van dividiendo cada vez más al público entre fanáticos y detractores. Su estilo se ha vuelto tan preciso, tan caligráfico, tan instantáneamente reconocible que parece no quedar otra opción que sentir, con un par de planos, que sus películas nos convocan o nos despiden, nos fascinan o nos irritan. THE […]
Las películas de Wes Anderson van dividiendo cada vez más al público entre fanáticos y detractores. Su estilo se ha vuelto tan preciso, tan caligráfico, tan instantáneamente reconocible que parece no quedar otra opción que sentir, con un par de planos, que sus películas nos convocan o nos despiden, nos fascinan o nos irritan. THE GRAND BUDAPEST HOTEL es una película para «wesandersonianos» de pura cepa. No hay medias tintas aquí. Los que esperaban algún giro del realizador hacia otras estéticas, pueden guardar su dinero en el bolsillo. Con esta película, el director de LOS EXCENTRICOS TENENBAUMS parece inaugurar un museo de sí mismo, poniendo todas sus obsesiones en la pantalla.
En un punto, THE GRAND BUDAPEST HOTEL es la película más «Wes» de todas las películas de «Wes». Aquí no hay nada parecido al mundo real: los países son inventados, los lugares también, los escenarios se viven como escenografías y los personajes parecen marionetas. La película es una comedia farsesca, que toma del cine clásico americano (Lubitsch, más que nada) de aventuras y enredos, para crear un universo propio. Es un juego de mesa, un álbum de figuritas, una obra de títeres. Y es extraordinaria.
Avisados están los detractores del director: ni se atrevan a entrar, saldrán atacados de fastidios varios. La película narra una serie de absurdos enredos que tienen lugar en un lujoso hotel de un país inventado del Este de Europa en los años ’30. Pero para llegar ahí, Anderson arma una estructura de muñecas rusas. La historia comienza en el presente cuando una chica va a homenajear al autor de la novela THE GRAND BUDAPEST HOTEL, luego pasa a un flashback muy gracioso en el que el mismísimo autor (interpretado en su edad madura por Tom Wilkinson) narra las circunstancias de la creación de su mítico libro. Eso nos lleva a otro flashback, que ya es parte de la novela y en el que él mismo autor es el protagonista (más joven y encarnado por Jude Law), visitando el hotel ya muy decadente en 1968. Y ahí es donde conoce al dueño, Mustafá (F. Murray Abraham), quien será, finalmente, el que contará la historia de la época de oro del hotel.
En el centro estará él mismísimo Mustafá pero de joven, trabajando como «lobby boy» del conserje del lugar, Mr. Gustave (encarnado por Ralph Fiennes). Gustave es un hombre muy amable y también un seductor empedernido que tiene el hábito de enamorar a mujeres mayores viudas que vienen a pasar unos días a ese mítico lugar perdido en las montañas de la República de Zubrovka. Cuando una mujer anciana (encarnada por una maquilladísima Tilda Swinton) muere y le deja a Gustave un carísimo cuadro como herencia, se desata el caos familiar ya que ellos sospechan además que él la mató para quedarse con su dinero. Y es ahí cuando comienza una andanada de persecuciones, escapes y trampas para poder conservar el cuadro y escapar a la desquiciada familia de la difunta.
Así, Gustave y Mustafá establecerán una bizarra relación paternal mientras alrededor suyo todo es caos. Willem Dafoe, Harvey Keitel, Adrien Brody, Jeff Goldblum, Edward Norton, Mathieu Amalric, Saoirse Ronan, Lea Seydoux, Owen Wilson, Jason Schwartzman y, obviamente Bill Murray, son algunos de los actores que encarnan a los personajes con los que nuestros protagonistas se cruzan en el camino, en un filme que por momentos remeda en estética a un episodio de la serie animada LOS AUTOS LOCOS y se parece más al EL FANTASTICO SR. FOX que a otras películas del propio Wes. Persecuciones en la nieve y peleas varias por un codiciado cuadro se sucederán en una cadena de situaciones una más absurda que la otra.
Los enredos y las situaciones humorísticas están resueltas con una precisión admirable, en la ya habitual forma en la que Anderson hace hablar a sus actores, profusa y robóticamente. Pero enmarcando el humor disparatado de las secuencias centrales, la película deja entrever claramente un aire si se quiere nostálgico que la rodea. El esquema de flashbacks dentro de flashbacks va transformando a las peripecias de Gustave y compañía en una mítica aventura de los tiempos dorados, narrada desde la frialdad de una Europa del Este seca y desangelada de fines de los ’60, con la llegada del nazismo como el fin de esa «diversión» y, luego, la Guerra Fría y la llegada del comunismo.
THE GRAND BUDAPEST HOTEL es un filme liviano que puede no apostar a más que su propia maquinaria. Pero esa maquinaria es tan precisa y encantadora, tan atractiva, que es imposible no sentir fascinación por ese mundo y sus criaturas. Para la próxima ya esperamos que Wes saque su propio juego de mesa…
(Película de apertura del Festival de Berlín)
Como miembro de la comunidad andersoniana del Valle de Punilla le agradezco profundamente este post desde Berlín. Pronto lo veré en México, pero no quería dejar de agradecerle. Andersonianamente suyo. RK
Me imagino que en algun hotel termal de Cordoba se podria hacer tranquilamente la remake telurica de la peli de Wes, con nazis y todo, je!