Estrenos: «Inside Llewyn Davis», de Joel y Ethan Coen
El “tumbleweed”, el “rolling stone”, esa maleza o piedra rodante que avanza con destino incierto por los caminos perdidos de los Estados Unidos, esa imagen tan usada por la música folk, country o por el rock (y por el cine) podría servir para describir al protagonista de INSIDE LLEWYN DAVIS, la nueva y excepcional película de […]
El “tumbleweed”, el “rolling stone”, esa maleza o piedra rodante que avanza con destino incierto por los caminos perdidos de los Estados Unidos, esa imagen tan usada por la música folk, country o por el rock (y por el cine) podría servir para describir al protagonista de INSIDE LLEWYN DAVIS, la nueva y excepcional película de los hermanos Coen. Se trata de un cantante folk que se gana la vida cantando en bares –preferentemente del Greenwich Village, como el mítico Gaslight Café, aquí retratado en 1961– y que así como va de escenario en escenario casi rebotando, lo mismo lo hace con su vivienda. Sin lugar fijo donde parar, cada noche es una pequeña aventura que incluye saber donde irá a depositar sus huesos.
Llewyn Davis es evidentemente talentoso, pero su estilo de folk más franco y autoral, menos delicado y cadencioso todavía no prendió como iría a hacerlo cuando llegue al escenario ese chico de rulitos que lo mira cantar desde una mesa al principio de la película. En ese momento se lo ve entre sombras un segundo nomás, pero luego se confirmará que es Bob Dylan. Davis está inspirado en el verdadero cantante –y uno de los mentores de Bob–, Dave Van Ronk, quien tiene un disco llamado “Inside Dave Van Ronk”, cuya tapa es idéntica a la del de Llewyn Davis. Ambos representan al músico que llega antes de tiempo, un adelantado a una movida musical que crecerá más tarde.
Pero el filme de los Coen no es una escuelita de música popular, si bien los fanáticos de estos géneros se harán un festín con las referencias, las canciones, los looks y actitudes de los cantantes “falsos” de la época evidentemente inspirados en reales. Los Coen no hacen una parodia del folk de entonces, pero es imposible no sonreír con esos sweaters de cuello enorme o la forma en la que Carey Mulligan se para frente al micrófono antes de cantar.
Esta película presenta, para los Coen, un desafío artístico del que salen más que airosos. Es que la moda beatnik/folk pre-Beatles de principios de los ’60 está tan codificada que es muy sencillo burlarse de ella. Y ellos, al menos en ese sentido, no lo hacen. Los elementos de comedia ácida están ahí (la «autenticidad» y la «sinceridad» son ejes que los Coen suelen parodiar), pero por suerte ellos van por otro lado. El respeto por la música de los directores es evidente, no sólo en las canciones compuestas sino en la intensidad y emotividad con la que están interpretadas, al punto que –de entrada nomás– nos queda claro que todas las canciones serán mostradas de principio a fin en la película.
Lo que no terminan de lograr del todo encadenar es que esa empatía se asocie del todo a los personajes. Es cierto que, pese a que todo le sale mal, hay un evidente cariño por Davis (similar al del protagonista de A SIMPLE MAN) y su esfuerzo por triunfar en su carrera musical (y en su complicada vida, de paso), pero eso no logra que los directores no le lancen un par de crueldades al paso que podrían evitar. Cuando la película, como las canciones, puede volverse demasiado emocional, cual comediantes de stand-up los Coen la cortan con una broma que usualmente suele ser bastante macabra.
Ese cinismo, tengo la impresión, les impide y les impedirá siempre hacer una obra maestra, pero no quita que lo suyo es, en todos los aspectos de lo cinematográfico, excepcional. Desde los detalles de la reconstrucción de época, la letra, música y performances de las canciones, las particularidades de cada personaje (Mulligan, Justin Timberlake y Adam Driver su lucen en papeles breves, más que John Goodman y F. Murray Abraham) a la oscura poesía que tiene la película, INSIDE LLEWYN DAVIS es de una perfección que roza lo fastidioso.
La trama es muy leve y sigue a Davis de bar en bar, de casa en casa y de una situación conflictiva a otra. Con una ex que está embarazada de un bebé que puede ser suyo y por eso lo maltrata, con una familia amiga que le pide que cante en una cena con la que se pelea, con un músico de jazz que lo maltrata, promotores que lo maltratan, personajes misteriosos que lo maltratan, trabajadores del puerto que lo maltratan y una hermana que lo maltrata. Hasta un gato que se le escapa, una y otra vez, parece tenerlo a maltraer.
Condenado como un pariente cercano de Barton Fink, Llewyn es talentoso y se banca cualquier cosa siguiendo su vocación musical, aunque los desvíos en el camino no parecen conducirlo hacia ningún lado promisorio. En casi todas las escenas del filme, sin embargo, no hay un abuso de los Coen para con el personaje. Al contrario, se siente una fuerte (para los Coen) empatía con el protagonista, convirtiendo al filme –casi– una celebración de su aguante frente a las sucesivas derrotas.
(Versión extendida de la crítica publicada durante el Festival de Cannes 2013)