Cannes 2014: «Maïdan», de Sergei Loznitsa
No es nada sencillo construir filmes duraderos basados en circunstancias políticas actuales y en movimiento. No sólo porque no se suele tener la suficiente distancia crítica con los acontecimientos en sí, sino que ni siquiera los propios acontecimientos han llegado a algún tipo de conclusión que sostenga un análisis. Eso es lo que pasa con […]
No es nada sencillo construir filmes duraderos basados en circunstancias políticas actuales y en movimiento. No sólo porque no se suele tener la suficiente distancia crítica con los acontecimientos en sí, sino que ni siquiera los propios acontecimientos han llegado a algún tipo de conclusión que sostenga un análisis. Eso es lo que pasa con Ucrania ahora y eso es lo que hace doblemente excepcional a MAIDAN, el filme de Sergei Loznitsa que sigue los procesos políticos que se vienen sucediendo en ese país desde el año pasado.
Otras películas como la reciente THE SQUARE, sobre las revueltas en Egipto, optan por un registro algo más periodístico que funciona siempre y cuando las circunstancias políticas no se modifiquen entre el fin del montaje y el estreno. Esa lógica no puede sostenerse demasiado cinematográficamente. Pero la de Losnitza es perfecta porque es registro puro. Mediante planos fijos y a una distancia entre considerable y prudencial de los acontecimientos, su cámara filma las manifestaciones callejeras que tuvieron lugar en el centro de Kiev desde noviembre de 2013 a febrero de 2014. El registro va desde detalles mínimos (gente entrando y saliendo de un edificio, comida que se va juntando, personas que caminan o cantan el himno) hasta momentos un poco más centrales, como discursos en vivo o lecturas/actuaciones musicales desde el escenario central.
Lo que va logrando, de a poco, y a través de esos largos planos y fijos, es ir mostrando cómo esa «primavera» callejera que hizo salir a la gente a la calle a protestar contra el gobierno casi a la manera de un festival universitario (familas, jóvenes, viejos, música, comida, sensación de fiesta) se fue oscureciendo y oscureciendo de a poco hasta terminar, literalmente, en batallas campales, con violencia al por mayor y varios muertos. Es, sabemos, una línea narrativa lógica y hasta previsible para los que hemos convivido con manifestaciones políticas de este tipo, pero la claridad formal con la que lo analiza Loznitsa es asombrosa.
Si bien es claro que la película toma partido por los manifestantes –el enemigo está en las sombras–, Loznitsa es lo suficientemente riguroso y toma la distancia adecuada para ir mostrando como el caos va dominándolo todo, transformando los mismos festivos escenarios en algo que parece extraido de un noticiero de la Segunda Guerra Mundial: balas, humo, caos, barricadas. Los planos son lejanos y panorámicos. El grupo parece ser un todo que se manifiesta, avanza y retrocede en conjunto, con el centro de la ciudad volviéndose cada vez más gris con el paso de los acontecimientos y las constantes represiones.
Es también excepcional el trabajo de edición de sonido que tiene MAIDAN ya que no se escuchan demasiados diálogos más allá de los anuncios o discursos, y sin embargo el sonido ambiente transmite de manera bestial la sensación de desesperación que, sobre el final, se vuelve ya más claramente dramática y emotiva. Cierto grado de patriotismo y religiosidad puede llegar a resultar algo excesivo –especialmente para los que no nos llevamos demasiado bien con ninguna de las dos cosas–, pero son consistentes con «el relato» de lo que fue sucediendo allí.
Pase lo que pase en Ucrania, la película de Loznitsa quedará como un testimonio impresionante de un momento clave de la historia europea de estos tiempos.