Estrenos: «Jersey Boys», de Clint Eastwood
JERSEY BOYS es una película cuya absoluta «normalidad» genera algún tipo de extraña inquietud. No estamos ante ningún ejercicio raro ni metalinguístico respecto al musical. Al contrario, si hay algo que Clint Eastwood evita aquí es cualquier tipo de relectura posmoderna. Como mucho, se puede decir que el hecho de que los narradores (los cuatro […]
JERSEY BOYS es una película cuya absoluta «normalidad» genera algún tipo de extraña inquietud. No estamos ante ningún ejercicio raro ni metalinguístico respecto al musical. Al contrario, si hay algo que Clint Eastwood evita aquí es cualquier tipo de relectura posmoderna. Como mucho, se puede decir que el hecho de que los narradores (los cuatro miembros originales del grupo The Four Seasons) hablen directa y sucesivamente a cámara, amerita un cierto grado de modernidad narrativa. Pero es mínimo, en términos de rupturas formales. No, nada de eso: JERSEY BOYS es una película, digamos, normal.
Ahora bien, por otro lado, esa normalidad resulta bastante extraña y acaso la única forma de entender esa extrañeza tenga que ver con que la película de Eastwood jamás parece transcurrir en el mundo real. La historia de estos amigos de New Jersey que luego de muchos años llegaron al éxito comercial para luego rápidamente pelearse y separarse está adaptada de un musical de Broadway y esa estilización está presente en cada fotograma. Y si bien Eastwood tomó la decisión de «airearla», sacarla a pasear, hacerla respirar en las calles del barrio –buscando contar una historia cuyo momento idílico estaba más en los amigos correteando chicas, cometiendo pequeños delitos y cantando en bares nocturnos que en los momentos de éxito–, esa sensación de «caja de resonancia» escénica se mantiene.
¿Cómo? Reemplazando los escenarios por sets de filmación que se hacen evidentes –lo mismo que los excesivos maquillajes y las actuaciones/acentos excesivamente ampulosos–, dejando casi de lado cualquier contacto profundo con la realidad –lo que pasa afuera de la interna del grupo apenas se sugiere y tampoco se muestra una cronología clara– y desdramatizando las situaciones de una manera que solo Eastwood puede hacerlo: JERSEY BOYS es una película extrañamente atonal, sin cambios de ritmo ni climas narrativos: probablemente el primer musical desafinado de la historia del cine.
Esto, que bien podría ser una dificultad (y que seguramente hará que no se convierta en un éxito ya que el filme no recorre los caminos melodramáticos trazados por el género en sus distintas versiones), hace de JERSEY BOYS una experiencia muy peculiar y rica en análisis. Sí, en cierto modo, intenta remedar el falso realismo de musicales de los ’50 como AMOR SIN BARRERAS, pero salvo una excepción no tiene escenas musicales bailadas. Sí, parece ser un musical biográfico como tantos otros, pero ni las situaciones dramáticas responden a esa lógica ni los personajes son demasiado claros en sus conflictos. Y, también, su look «scorseseano» (un cruce de BUENOS MUCHACHOS con NEW YORK, NEW YORK, con un toque de CALLES SALVAJES) parecería buscar un grado de realismo crudo para contar la historia, pero lejos está de eso.
Tal vez Eastwood buscó todas esas cosas pero, como el personaje del compositor Bob Gaudio en el filme (el único miembro de la banda que no es un italo-americano de New Jersey), lo que logró aquí es «interpretar» ese mundo desde afuera sin nunca transmitirlo como algo vivido y propio. Tal vez, para Clint, ese universo que todos conocemos vía incontables DeNiros/Gandolfinis/Palmitieris sea solo un mundo que existe en las películas y en las canciones, experiencias que se consumen como productos de realismo pop y no como reales. Algo así transmite la música de Frankie Valli –el cantante del falsete angelical– y sus amigos/compinches musicales: la apropiación pop de un mundo que, en lo concreto, es mucho más sucio, duro y brutal.
Hay momentos en que JERSEY BOYS parece una película hecha durante la misma época que retrata, tan estudiadamente falsa que resulta en sus detalles. No hablamos de retro –Eastwood no maneja ni quiere manejar ese tipo de concepto– sino orgullosamente clásica, hasta antigua si se quiere. Pero en otras cuestiones, será una película curiosamente moderna ya que más que centrarse en los personajes o en la épica del recorrido triunfo-caída-homenaje parece ser una película cuyo objetivo principal es hablar del trabajo. La música como profesión, como negocio, como cuentas, pagos, impuestos, abogados, contratos y las peleas que surgen a partir del dinero, acaso el tema principal del filme.
Es en ese sentido, que pese a todo su falso realismo teatralizado, JERSEY BOYS termina siendo una película inusualmente verdadera. Cualquiera que haya leído biografías de bandas de rock sabe muy bien que, más allá de los egos y las locuras, muchas bandas de rock se separan (bah, muchas relaciones se quiebran y no solo en el mundo de la música) por problemas de plata. Aquí, el tema dinero es central desde el principio (los dudosos contratos con clubes nocturnos, los robos que empiezan por una caja de seguridad, los gastos fuera de control, las deudas con la Mafia) y es el que se mantiene como eje hasta el final, central a la vida profesional de Frankie Valli, un hombre talentoso que creció con una voz prodigiosa y una fidelidad a los códigos del barrio que terminarían por complicarle a la carrera. Allí donde había que decidir entre los billetes y la amistad, Frankie prefirió honrar la tradición y terminó quedándose sin ninguna de las dos cosas.
El tema que sostiene a JERSEY BOYS, finalmente, está muy ligado al de muchas otras sagas italo-americanas. Como EL PADRINO, el filme de Eastwood cuenta una historia cuyo eje es la economía paralela del inmigrante, la versión Lado B del Sueño Americano, una épica acerca del acceso al poder y a la gloria a través de una mezcla de talento y conexiones, con la muchas veces consiguiente caída de acuerdo a esos mismos «contactos» que los ayudaron a triunfar. No es del todo casual que muchos poderosos de la industria musical los confundieran al escuchar sus primeros singles (gemas del pop como «Sherry», «Big Girls Don’t Cry» y «Walk Like A Man») con un cuarteto vocal negro, otro grupo social/étnico/racial que funciona a partir de una economía marginal. Lo dice Tommy, uno de los miembros de la banda y el más conectado con los Capos: «Hay solo tres formas de salir de Jersey: el Ejército, la Mafia o lo fama». Los Four Seasons lo hicieron de las dos últimas maneras. El barrio fue su gloria y fue también su condena.
Me gustó leer tu reseña y coincido que la única ruptura con la normalidad es cuando los personajes le hablan al espectador. Y tiene una cosa muy Clint Eastwood: el héroe solitario, que no espera mucho de nadie, se hace (casi) solo y mantiene los códigos. Como dije en Otros Cines, Clint es como Roger Federer: aún en velocidad crucero supera a la gran mayoría.