Estrenos: «El ardor», de Pablo Fendrik
El «western» latinoamericano es un género poco explorado, si bien –como demuestra EL ARDOR– casi todos sus elementos básicos y, si se quiere, prototípicos están ahí. Lo que hace Pablo Fendrik en su tercer filme es adaptar formalmente esos elementos hacia una narrativa clásica del western, pero con las particularidades y el territorio propios de la zona […]
El «western» latinoamericano es un género poco explorado, si bien –como demuestra EL ARDOR– casi todos sus elementos básicos y, si se quiere, prototípicos están ahí. Lo que hace Pablo Fendrik en su tercer filme es adaptar formalmente esos elementos hacia una narrativa clásica del western, pero con las particularidades y el territorio propios de la zona limítrofe entre Argentina y Brasil en la que transcurren los hechos.
EL ARDOR funciona como una relectura, además, en versión oscura y descarnada del género. Están presentes el heroísmo, si se quiere, clásico, y el choque entre las fuerzas que intentan proteger la civilización frente a la «destructora», pero los ejes aquí están invertidos ya que los villanos destructores no son indígenas ni mucho menos sino los sicarios enviados por los propios terratenientes. La trama es clara al punto de ser modélica y podría pertenecer –de hecho, por el tono algo místico y sombrío sería casi igual de lógico– a una película de samurais.
Hay un grupo de mercenarios que trabajan para algún tipo de terrateniente y que se dedica a echar gentes de sus tierras, amenazándolos de muerte si se niegan a firmar falsos «contratos de compraventa» de sus terrenos en medio de la selva. Hay un agricultor que, con su hija, vive en la zona. El choque es inevitable y lo que sucede después –el rapto de la hija– también. La figura propia del western es el aparente vagabundo que encuentra cobijo y refugio en esta casa y que luego se dedicará a rescatar a la damisela.
Las máximas narrativas son claras y precisas desde el principio y si bien Fendrik modificará algunos elementos para sorprender al espectador (hay una presencia acaso mística recorriéndolo todo), la línea clásica está estipulada de entrada. Lo que es original es la manera en la que se enfrenta a esta historia: los tempos narrativos, la planificación visual, el tono sombrío y oscuro, las inesperadas reacciones de algunos personajes. Los mercenarios son tres hermanos de distintas personalidades: el jefe, cruento y organizado (un excelente Claudio Tolcachir); el hermano más violento y salvaje (Jorge Sesán), y el más confundido y timorato (Julián Tello). Son ellos los que deben encontrar la forma de lidiar tanto con la mujer secuestrada (Alice Braga) y sus inesperadas reacciones, como con la presencia animalística del enigmático Kai (Gael García Bernal), que marcha al rescate.
Por las propias condiciones del terreno, por momentos el filme se parece a un juego de escondidas. No están aquí los enfrentamientos a campo abierto ni las cabalgatas del western. La lucha entre los secuestradores y Kai, primero, y lo que va sucediendo a lo largo del relato hasta el esperado y esperable gran choque final, funciona en lo que parece ser un laberinto de enormes árboles, altos pastizales y humo que generalmente no permiten ver demasiado. Detrás de árboles, arrastrándose por el piso o escondidos en canoas, los personajes se enfrentan desde la sorpresa y el silencio.
Se habla poco y en tono bajo en EL ARDOR (es una película de mínimos y minimalistas diálogos), la violencia es seca y contundente, y el trabajo sonoro del filme apoya esa zona sombría, más cerca por momentos de película bélica (con un escenario tipo Vietnam) o hasta similar a películas de Apichatpong Weerasethakul, especialmente TROPICAL MALADY, aquí también con la presencia de animales que funcionan como guardias de ciertos secretos que parece esconder la selva. Es esa figura animal (tan imponente como brutal) la que le agrega al filme un toque místico o de corte ecologista: los hombres defienden a los hombres, los animales defienden a la tierra.
Visualmente espectacular pero sin buscar ningún tipo de belleza pintoresquista, EL ARDOR es un filme de acción pero no en el sentido más accesible del género: es perturbadora, violenta y desprovista de cualquier tipo de sentimentalismo. De hecho, se la puede alinear un poco a JAUJA, la película de Lisandro Alonso que también va a Cannes y que tranquilamente puede ser considerada como un western –más extremo, pero western al fin–. Ambas son películas de secuestro, de pérdida, de revancha, de viajes por territorios inexplorados (árido uno, selvático el otro) y de enfrentamientos entre los ocupantes y los dueños de la tierra.
Lo que es un logro importante de EL ARDOR es haber podido armar una coproducción entre varios países latinoamericanos que se sienta totalmente natural, ya que la zona en la que transcurre está habitada por personajes que hablan portuñol y no hay nada forzado en esa combinación. Hasta la presencia del mexicano García Bernal es completamente natural: no sólo porque en cierto modo ya es un argentino más (vive buena parte del tiempo aquí y su acento es impecable) sino que su personaje parece surgir de la nada y sus actitudes y comportamientos no necesitan, al menos de entrada hasta que se sabe algo más de su pasado, justificación territorial.
En una cinematografía que apuesta poco al género y cuando lo hace muchas veces parece imitar películas más que tomar modelos narrativos, el tercer filme de Fendrik es una gran noticia: la prueba que el cine de acción, aventuras y suspenso puede estar hecho con la misma gravedad y rigor que una película de autor, y que no necesita subestimar al espectador en ningún momento ni, digamos, «dorarle la píldora». Desde los tiempos de Fabián Bielinsky, muy pocos en la Argentina pudieron hacerlo.
(Crítica publicada originalmente durante el Festival de Cannes 2014)
Ya es tiempo de poner en cuestión lo de que el cine argentino actual «apuesta poco al género»: de un tiempo a estaparte hay muchas apuestas a este tipo de cine. El problema es que, como en cualquier apuesta «industrial», la mayoría son productos sin brillo propio. Pero no solo porque «muchas veces parece imitar películas más que tomar modelos narrativos», sino porque lo autoral no está en su horizonte. En ese sentido, practicamente todas las peliculas argentinas que este año fueron a Cannes van por ese lado, con la de Szifrón a la cabeza. De hecho, por lo visto en las críticas y reportajes, ya le han puesto el sayo de Bielinsky… Pero lo que hacía notables a «Nueve reinas» y «El aura» era precisamente su inimitabilidad (ahí está la horrible remake de la primera para atestiguarlo), mientras que el horizonte de Szifrón parece ser la adaptación (en todo sentido). No es extraño entonces que diga que le gustaría hacer una de Bond… y tampoco que lo consiga. Pero si ese es el modelo que se postula para la renovación del cine argentino, estamos en problemas.
No creo que Szifron sea comparable a Bielinsky, Nico. Para mí es alguien que vio muchas, muchísimas películas y las procesa de una manera personal. Lo «autoral» está en su horizonte (más todavía en esta película), pero creo que no tiene –o todavía no tiene– un universo tan específico como el de Fabián.
De todos modos, en relación a la discusión del nuevo cine de género en Argentina, estas dos me parecen un poco más generosas en su mirada hacia los géneros que esas pelis de terror que copian pelis específicas de la Hammer o ese tipo de modelo imitación Tarantino que, nos dicen, son la nueva cara del cine de género en Argentina.
Prefiero, honestamente, alguien que toma, imita o se basa en modelos narrativos clásicos amplios que el que, por irla de «cool», copia una copia de una copia y lo que logra es un pastiche intolerable.
No sé cuál es el modelo para la renovación. La verdad es que me encantaría que no hubiera ninguno…
Desde ya que Szifron no es comparable a Bielinsky, Diego. Lo que digo es que la crítica es la que lo pone en ese lugar «vacante» de paradigma del cine de autor industrial, digamos. Y desde ahí inevitablemente se lo piensa como modelo (no solo desde la crítica: también los productores, los cineastas, y los estudiantes…). Es como si finalmente se hubiera encontrado la síntesis entre Llinás y Campanella (por poner los dos «modelos» exitosos opuestos en que se pensaba el cine argentino). Y efectivamente, lo mejor es que no haya ninguno. Pero para que haya renovación hace falta una tendencia… Y la que parecen marcar estas películas no se si es la mejor (para el NCA, digamos, para Szifrón o Fendrik sin duda es conveniente…).
Creo que la gran película argentina de género sigue siendo EL AURA. Nada la puede reemplazar ni superar desde entonces.
Hay mejores y peores, pero nada se compara. Ojalá Damián o Pablo puedan, pero no les va a ser fácil…
Hoy una peli como EL AURA tendría que ganar Cannes. En su momento fue bastante ninguneada.
dios mio. que facil es hablar, o escribir sobre cine. Como se nota que no filman. dios mio. El cine es vida, gente que filma, hace peliculas. Hablar y quejarse y soñar con movimientos cinematograficos nacionales que no existen mas que en sus mentes, es parte de la nada, la quietud, la muerte. No hay vida ahi. No busquen mas. miren las peliculas y disfruten de los que hacen. nada mas.
No estaría entendiendo tu comentario. Lo que querés decir es que es al pedo la tarea de escribir críticas… O me equivoco?
El Ardor es puro formalismo y cero guión. Los malos que vienen a usurpar tierras obligando a los lugareños a firmar contratos de compraventa es un recurso muy trillado. Hasta la serie Brigada A lo hacia en forma regular. Y que el personaje de Gael sea un místico que comuna con la naturaleza es muy obvio, especialmente en la escena del tigre que lo mira y se va. Me parece que es una película demasiado formalista que Fendrik no se tomó el trabajo de colocarla en una buena historia, sino que se quedó con solamente eso. Mención aparte es la escena de sexo: totalmente descolocada e injustificada.
Pablo Fendrik ya hace un tiempo que tiene ganas de probar con algo «más masivo», lo decía después de «La sangre brota», tomo un extracto de la nota de Radar que le hizo a Pablo Fendrik: “Después de estrenar La sangre brota en el circuito comercial y observar que muchas veces las salas estaban subpobladas, por no decir medio vacías, me dieron ganas de hacer una película que fuese capaz de convocar una audiencia mayor y más amplia. Porque cuando venís de la experiencia festivalera, donde las salas siempre están llenas, te creés que la cosa es siempre así. Lo asimilás naturalmente. Y después te enfrentás a la dura realidad del mercado: ahí terminás de comprender un poco qué cine estás haciendo también. Y debo decir que eso fue determinante a la hora de planear un nuevo proyecto.” Y esto es real, a veces el artista (director-guionista) vive afuera de la realidad, no significa que si «Bañeros 4» mete 2 palos de espectadores todos tengan que salir a reproducir ese tipo de películas. Me parece que finalmente PF hace una película en la que mucha gente la va a ver y que probablemente haga un camino inverso al rastrear sus películas anteriores, a interesarse por ese cine que cuando salió a la calle le pasó de largo. No concuerdo con lo que dice Nicolás al catalogar a esta película como «industrial» por más que detrás haya una co-producción de cinco países, es en todo caso una fase más «profesional» del cine de Fendrik y es una apuesta más ambiciosa, Cannes fue un trampolín para vender la película sí, pero sus dos films anteriores también pasaron por allá antes de estrenarse aquí. No creo que él haga un producto que se fabrica en serie, si entendemos por industrial algo que se produce en forma serial para obtener réditos. Es, dentro de la filmografía de este director, una película de experimentación… como lo dijo en varias oportunidades, que aprende de los géneros; de sus procedimientos, de sus modos y de sus estructuras. Me parece que es hora de ver a las películas un poco despojada de sus aparatos, de sus afueras y valorarlas (en un sentido crítico, me refiero) por como producen sentido, porque temas utilizan y por las formas del lenguajes empleadas.