Festival de Locarno: «Los hongos», «Navajazo», «Los enemigos del dolor» y «Vientos de agosto»
Curiosamente, a la par de un gran año del cine argentino en festivales internacionales, no fue éste un 2014 demasiado generoso con el resto del cine latinoamericano, al menos en lo que se refiere a los grandes eventos mundiales. Aclaro: no quiere decir que no haya grandes películas de América Latina este año, sólo que […]
Curiosamente, a la par de un gran año del cine argentino en festivales internacionales, no fue éste un 2014 demasiado generoso con el resto del cine latinoamericano, al menos en lo que se refiere a los grandes eventos mundiales. Aclaro: no quiere decir que no haya grandes películas de América Latina este año, sólo que las argentinas repercutieron mucho más que otras que, en los años previos, habían empezado a dominar el panorama, como la mexicana o la chilena.
Buen reflejo de ese «dominio» argentino en festivales está en la sección Horizontes Latinos que se programa año a año en el Festival de San Sebastian y que es una suerte de Grandes Exitos del cine del continente. De los 14 títulos que se exhibirán este año ocho son argentinos y el resto se reparte entre algunos países del resto del continentes: tres películas brasileñas, una colombiana, una mexicana y una chilena. La diferencia no refleja el nivel del cine de cada país, pero sí su repercusión internacional mainstream a lo largo de 2014. De hecho, uno podría cambiar varias de esas 14 películas y el nivel (de bueno para arriba) seguiría siendo muy parejo.
Uno de los festivales que sí tuvo presencia latinoamericana de varios países fue el de Locarno. No fui al festival (debe ser el único festival grande al que jamás fui) pero logré ver las películas argentinas y latinoamericanas que allí se exhibieron. Aquí van las reseñas de cuatro películas que pasaron por ese evento suizo: la colombiana LOS HONGOS, de Oscar Ruiz Navia; la uruguaya LOS ENEMIGOS DEL DOLOR, de Arauco Hernández; la mexicana NAVAZAJO, de Ricardo Silva, y la brasileña VIENTOS DE AGOSTO, de Gabriel Mascaró que ya fue también reseñada por Alexandra Zawia en este post previo aquí en este mismo blog.
LOS HONGOS, de Oscar Ruiz Navia (Colombia)
El segundo largo del realizador de EL VUELO DEL CANGREJO cuenta varias historias urbanas a la vez, pero la principal tiene que ver con la relación de amistad que se establece entre dos jóvenes de condiciones sociales (y raciales) distintas a través de su mutua pasión por el graffiti. Ras es un muchacho de los barrios bajos, de madre religiosa, bastante displicente para el trabajo, en donde lo único que parece importarle es robar latas de pintura para tagear la ciudad (el filme transcurre en Cali). Calvin es un chico de clase media que estudia arte en la universidad y se ocupa con enorme devoción de cuidar a su abuela. A través de las actividades cotidianas de ambos –la relación que Ras tiene con su madre y la de Calvin con su novia son también centrales–, Ruiz Navia intenta hacer un retrato cotidiano de una generación en conflicto con la sociedad que la rodea.
Acaso los apuntes políticos del filme sean lo menos interesante del filme. Ras y Calvin viven rodeados de las noticias políticas colombianas, de las inminentes elecciones y están interesados en las noticias de la Primavera Arabe al punto de querer usarla de tema para un gran mural que planean hacer con otros, más experimentados, grafiteros de la ciudad. Las reuniones y actividades de ese grupo –y sus consignas político/revolucionarias Manu Chao Style— tienen algo demodé, como si la película contara una historia sucedida algunos años atrás. Algo parecido pasa con las fiestas y bandas punk a las que la dupla va a ver.
Lo mejor del filme está en la relación entre ambos y en la solidaridad que surge en esa convivencia en aparencia poco convencional, pero que se vive con extrema naturalidad y se siente muy verdadera. Otro elemento a favor del filme es la relación entre Calvin y su abuela, una anciana maravillosa que, pese a su avanzada enfermedad (entiendo que era la abuela real del director y que murió poco después del rodaje), es la que aporta los más sabios consejos a la dupla de confundidos amigos. La película tiene algunos otros apuntes que dan toda la impresión de ser autobiográficos, algo que notarán en algunos detalles (fotos, apellidos) al ver la película.
Estilísticamente, LOS HONGOS es una mezcla algo curiosa. Tiene, por un lado, un sesgo casi documental en su retrato del mundo de los jóvenes, pero su fotografía y trabajo de cámara por momentos buscan reflejar algún tipo de estado o sensación interior, con juegos de montaje, de puestas de cámara y hasta alguna situación de corte «musical» que llaman la atención sobre sí mismas, en unas ocasiones más logradas que en otras. Aún con sus imperfecciones –que la tornan más vivida y creíble aunque también distraen–, el segundo filme del realizador es uno de los mejores del cine colombiano del último tiempo.
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LOS ENEMIGOS DEL DOLOR, de Arauco Hernández (Uruguay)
Película fallida, rara, misteriosa, LOS ENEMIGOS DEL DOLOR tiene la particularidad (a su favor) de no parecerse demasiado a nada de lo que se produce en el cine latinoamericano últimamente. En su contra, digamos, tiene la particularidad de no generar tampoco nada demasiado novedoso o fascinante. Es, por decirlo de una manera sencilla, una rareza: temática, estilística, tonal. De entrada uno podría pensar que tiene mucho que ver con cierto cine uruguayo lacónico que, se ha dicho hasta el cansancio, transforma a Montevideo en la versión rioplatense del Helsinki de Aki Kaurismaki, con un humor seco, personajes algo áridos (ariscos, de pocas palabras) y escenarios grises y semi-abandonados. Pero no es tan así…
La historia de un alemán que se llega hasta Montevideo sin que el espectador sepa hasta promediar el relato cuáles son sus motivos para estar allí empieza como una suma de confusiones: el hombre habla poquísimo español e insiste en hacerse entender, a los gritos, en alemán, algo que por supuesto no consigue. De a poco esas confusiones lo van enredando en una suerte de trama policial que involucra a una serie de variopintos personajes de un curioso submundo (con actuaciones, como mínimo, desparejas), a mitad de camino entre realista y absurdo, como de extraviado policial negro del Este de Europa.
De a poco, sin embargo, las confusiones dejan de ser simpáticas para volverse tan arbitrarias como irritantes (da la sensación de que la gran mayoría sucede porque sí), y la suma de personajes y lugares que nuestro sufrido y ofuscado alemán conoce y visita empiezan a tornarse reiterativos y algo monótonos. Lo más logrado es, en todo momento, el mundo que lo rodea, especialmente esos barrios bajos urbanos mostrados casi como si fueran parte de un planeta abandonado de película de ciencia ficción (algo que el filme refuerza desde el sonido y la música) o de policial a lo Wim Wenders, más apoyado en universos cinéfilos que en cualquier tipo de realismo.
La mezcla no funciona demasiado bien y la película languidece hasta llegar a un final simpático pero no del todo convincente. Una apuesta diferente, sin duda, al realismo –muchas veces de vuelo raso– que inunda el cine de este continente, pero una que no alcanza a sostenerse como una opción viable. Es una rareza. Fallida, pero rareza al fin.
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NAVAJAZO, de Ricardo Silva (México)
Ahora, si de rareza se trata, hay que hablar de esta película, tal vez uno de los filmes más originales y lanzados que he visto en los últimos tiempos. La película debutó en FICUNAM (festival que programa Roger Koza, quien seguramente escribió en su blog vecino sobre el filme) y se terminó por consagrar ganando el premio de su competencia en Locarno. A mitad de camino entre el documental y la ficción, entre el filme de ensayo y el experimental, parte ensayo sociológico y parte juego cinéfilo, la película de Silva toma a varios personajes (reales o no, pero presentados como si lo fueran) marginales de Tijuana –adictos a las drogas, prostitutas, actores de películas de clase Z, músicos ambulantes y pornógrafos, entre otros– y muestra lo que parecen ser sus vidas cotidianas en ese intensísimo lugar situado en la frontera con los Estados Unidos.
El tipo de personajes y el modo de acercamiento puede hacer recordar a cineastas como Harmony Korine, Larry Clark o Ulrich Seidl, pero la propuesta de Silva es ligeramente distinta. En principio, porque su discurso en todo momento es más «meta»: NAVAJAZO se plantea y le plantea todo el tiempo al espectador qué tipo de película es. Traspasa los límites del documental, interviene en los hechos desde lo narrativo (aparece la cámara, el director, hay indicaciones de movimiento) y hace lo mismo mediante algunas características curiosas que generan un efecto de distanciamiento con el realismo de lo que sucede: textos leídos, imágenes en Super 8 y de películas clase B, canciones de cuna de Albert Plá que producen un curioso efecto con las por momentos shockeantes imágenes de adicción a las drogas o situaciones de sexo más que explícito.
La mayor parte de las apuestas de Silva funcionan, si bien por momentos exagera con los «recursos» que intentan quitarle al filme la pátina de documental etnográfico, de esos que lo pondrían en el límite con lo éticamente indefendible (hay una escena de sexo oral entre dos adictos que es clave al respecto). Algo parecido sucede con la música que es encantadora por sí sola y hasta funciona bien en muchas de las escenas, pero generan al todo una pátina cool que no se corresponde del todo con lo que se ve.
De todos modos, más allá de lo interesante o no que sean los personajes, lo incómodos o no que se puedan sentir los espectadores y hasta los propios protagonistas en cada uno de los hechos que se muestran (algunos son simpáticos e inocentes, tampoco es cuestión de exagerar), lo que transforma a NAVAJAZO en una fascinante y hasta un punto admirable película es el evidente amor que el director siente por sus personajes, la calidez con la que los retrata aún en sus costados menos amables. No hay juicio sobre sus comportamientos, tampoco condena moral. Es un retrato por momentos juguetón y por otros sórdido sobre una comunidad que, a su manera, lo único que parece buscar es algún tipo de conexión entre su gente.
Es cierto (y es uno de los problemas del filme, aún sin quererlo) que NAVAJAZO llamará la atención y hasta ganará premios muchas veces por los motivos equivocados, esos mismos que llevan a que muchos festivales programen películas por su contenido potencialmente shockeante, más allá de sus méritos artísticos. Silva –sociólogo de profesión– parece tener en claro que su película se mueve en un territorio patinoso y escurridizo, por lo que resguarda su costado documental en esta especie de metatexto que termina siendo el filme. Pero su triunfo verdadero está en otro tipo de resguardo: el de la integridad emocional de sus personajes.
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VIENTOS DE AGOSTO, de Gabriel Mascaró (Brasil)
Una suerte de combinación estéticamente elegante y sutilmente poética entre documental y ficción, la nueva película del director de DOMESTICAS se mete en un mundo casi desconocido –un pequeño pueblo nordestino en Brasil, dedicado a la plantación de cocos– para explorar, en principio, las vidas y la relación de una joven pareja en su cotidianeidad, que va de ir al medio del mar a pescar, explorar las profundidades del océano y tomar sol (la primera escena combina todo eso más un clásico punk como «Kill Yourself» de Lewd y la prueba de que la Coca-Cola serviría como bronceador), para de ahí pasar a recolectar cocos y a tener relaciones sexuales arriba del camión con el que los transportan.
Pero esa especie de idílico paraíso tiene sus complicaciones que de a poco van dejándose ver. Shirley no parece muy contenta de tener que estar ahí cuidando a su abuela anciana y a la señora tampoco le cae simpático, bueno, haber llegado a esa edad tan maltrecha. Jeison, en tanto, que parece más relajado, se topará con un par de novedades que le irán haciendo perder esa inocencia que, más que por la edad, le viene por el medio ambiente en el que vive. Primero encuentra una calavera en medio del mar y, poco después, un cadáver reciente flotando en el agua, que puede ser (o no) de un sonidista que ha pasado por el pueblo grabando los particulares sonidos que hace el viento en ese área.
El filme será la exploración, de parte de Mascaro, de ese cambio de actitud en la vida de Jeison, que pasará a obsesionarse por la suerte de ese cadáver al punto de cuidarlo y limpiarlo mientras lo deja a la vista de todos a la espera de la policía que nunca llega a investigar qué pasó. Y, en un sentido más profundo, a obsesionarse con la muerte y la finitud en general (simbolizado en ese misterioso y ululante «viento de agosto» que acecha al Paraíso), en medio de ese lugar en el que parece que uno podría estar exento de ese tipo de preocupaciones.
La sensación se va adueñando del tono de la película, que es siempre una mezcla de documental y ficción (personas reales y algunos actores interactuando en situaciones, en apariencia, algunas más guionadas que otras) y que se va volviendo más oscura dramáticamente con el paso de los minutos. A la vez, la desatención completa de las autoridades respecto a lo que pasa allí le deja en claro a Jeison y a los espectadores no solo el abandono del lugar sino el desinterés que tiene para el resto del mundo las vidas y las muertes de quienes viven o pasan por allí.
Con una enorme elegancia para la composición de cada cuadro que siempre impactan aunque por momentos peque de excesivamente cuidada y algo preciosista, VIENTOS DE AGOSTO funciona como una suerte de poema tonal con algo del cine de la japonesa Naomi Kawase, en la forma en la que la combinación entre naturaleza y muerte genera su propio tipo de particular poética visual y narrativa. Un bello y finalmente angustiante filme.
Por tu descripción, ‘Vientos de agosto’ parece rendirle tributo a ‘Limite’, de Mario Peixoto.
Es cierto. No en algo general –la película va por otro lado–, pero hay sí algunas imágenes especialmente al principio que son, claramente, un «homenaje» a ese clásico de clásicos…