Festival de Roma 2014: «Lucifer», de Gust Van den Berghe
Lo primero que notará todo aquel que se acerque a LUCIFER será, sin duda, el llamado Tondoscope. El efecto-artificio-sistema es tan central, literalmente, a la película que es inevitable empezar por ahí. Desarrollado por el director de fotografía Hans Bruch Jr, con la ayuda de investigadores de una universidad de Bruselas, esta coproducción belga-mexicana tiene […]
Lo primero que notará todo aquel que se acerque a LUCIFER será, sin duda, el llamado Tondoscope. El efecto-artificio-sistema es tan central, literalmente, a la película que es inevitable empezar por ahí. Desarrollado por el director de fotografía Hans Bruch Jr, con la ayuda de investigadores de una universidad de Bruselas, esta coproducción belga-mexicana tiene en principio una imagen redonda, perfectamente circular, dejando en negro todo el resto de la pantalla. Pero esto, si bien es lo más notorio, no es lo único particular del sistema, sino que por momentos la imagen en sí misma se torna circular, distorsionada de manera tal que derecha e izquierda terminan uniéndose, como si alguien hubiera intentado mostrar el mundo en su natural forma circular, o como en las pinturas de las cúpulas de ciertas iglesias. Es más fácil verlo –aquí les dejo una imagen– que explicarlo.
El punto es que –como JAUJA, con su imagen casi cuadrada y sus bordes redondeados, o POST TENEBRAS LUX, con sus similares efectos difusores– lo que cuenta es lo que hay dentro (y fuera) del cuadro. Y en el caso de este filme rodado en México por el director de LITTLE BABY JESUS OF FLANDR, Gust Van den Berghe, lo que hay es una suerte de poética narrativa entre mística y cómica en el que se plantea la posible pero improbable aparición del Diablo en un pequeño pueblo mexicano habitado por campesinos.
Y si la forma tiene cosas en común con el cine de Alonso y Reygadas, también lo une en cierto modo la temática (más al segundo que al primero), lo mismo que a Bruno Dumont, todos cineastas distribuidos también por la misma compañía Mantarraya, creada por el realizador mexicano, y que parece cada vez más interesada en adentrarse en un terreno que combina lo experimental con lo místico, lo humorístico con lo religioso y lo metafísico con lo poético. Son películas distintas entre sí, pero las coincidencias formales/temáticas son demasiado evidentes como para ser pasadas por alto.
Filmada en una locación de Michoacán, pequeño pueblo muy cerca del volcán más joven del mundo (el Paricutin), la película presenta a Gabino Rodríguez (actor de varias películas de Nicolás Pereda, entre otras) como un ser algo misterioso que se aparece en el pueblo en cuestión y es tomado como un ángel caído del cielo, un ser milagroso capaz de curar a los enfermos, aunque desde la voz en off se nos da a entender que bien podría ser un enviado del Diablo, el propio Lucifer o, bueno, un mentiroso/chanta que aprovecha la credulidad de la gente del pueblo ya que lo único que hace es curar a un hombre que se hacía pasar por enfermo (decía no poder caminar, pero no era cierto).
La película, dividida en tres episodios, mantiene todo el tiempo esta dualidad tonal entre lo místico/serio y lo casi paródico. La gente del pueblo empieza a entusiasmarse con la llegada de esta figura y lo que se produce alrededor de él (incluyendo anuncios por altavoces, la creación de una literal «escalera al cielo» y hasta una fiesta popular) tiene casi todo el tiempo ribetes humorísticos. Un poco como sucede en P’TIT QUINQUIN, de Dumont, pero de manera más sutil: lo que allí es comedia hecha y derecha, aquí se la intuye y fácilmente se escapa de las manos. Similar es su trato con la gente del lugar, con la cual parece haberse establecido una relación más de complicidad que de «burla», ya que los diálogos por momentos son directamente cómicos, especialmente para los que hablamos castellano (en la función en Roma, con un público que leía subtítulos, no muchos se reían, ya que la tomaban más en serio).
La historia tomará luego otros caminos en los que «Lucifer» se verá involucrado en una película que, narrativamente, es más clara y directa de lo que sugiere su formato y sus trucos visuales, a los cuales uno se va acostumbrando. Lo que provoca LUCIFER en todo momento es la sensación de trasladar a la pantalla un universo entre lo real, lo místico y lo absurdo, jugando en un tono que curiosamente termina resultando casi natural. Es como si Van der Berghe tomara el misticismo y religiosidad de los habitantes y lo aplicara de manera casi plausible a situaciones de la vida diaria, dejando al espectador a mitad de camino entre la incredulidad y la sensación de que existe un universo inexplicable rodeando nuestras vidas cotidianas. Y sí, un poco absurdo también…
Uno podría relacionar la película con otros filmes que han intentado explorar el misticismo en las vidas de seres comunes (o figuras religiosas interpretadas por seres «comunes»), desde FRANCISCO, JUGLAR DE DIOS, de Roberto Rossellini a EL EVANGELIO SEGUN SAN MATEO, de Pier Paolo Pasolini, pasando por momentos del cine de Dreyer, Bresson, Buñuel o, más recientemente, el propio Albert Serra con su EL CANT DELS OCELLS, incluyendo los ya citados Dumont y Reygadas. Si bien el filme del belga no llega a las alturas de muchos de estos clásicos (es, acaso, algo disperso), por momentos posee una belleza casi inexplicable, de esas que transforman el momento más cotidiano en una experiencia mística y singular. Se recomienda, de vez en cuando, ver el mundo a través de ese prisma. O, al menos, el cine…