Viennale 2014: «Heaven Knows What», de Ben & Josh Safdie y «Happy Christmas», de Joe Swanberg
Trazar una genealogía del cine independiente (norte)americano a esta altura es casi inútil, más que nada tomando en cuenta que después de tantos años de existencia y variedad de generaciones, la única cosa en común que tienen y que los define como tales es su relativa independencia del sistema de estudios. Y sin embargo, hay […]
Trazar una genealogía del cine independiente (norte)americano a esta altura es casi inútil, más que nada tomando en cuenta que después de tantos años de existencia y variedad de generaciones, la única cosa en común que tienen y que los define como tales es su relativa independencia del sistema de estudios. Y sin embargo, hay una generación que lleva más o menos una década y cuyo cine posee algunos elementos en común, más allá de sus obvias diferencias. De cuatro películas vistas en Viennale de esa generación me toca hablar en estos dos posts. Me refiero a lo nuevo de Joe Swanberg y los hermanos Safdie (aquí) y Alex Ross Perry y Nathan Silver (en el próximo), cuatro cineastas que suelen trabajar casi siempre fuera de los límites de Sundance (festival que parece marcar un ranking respecto a niveles de independencia en EE.UU.) pero suelen ser mejor recibidos afuera, en festivales como Locarno, Venecia o la Viennale, donde tuve la ocasión de ver sus filmes.
Pronto algunos estarán en los festivales argentinos. Otros, con un poco de paciencia, los encontrarán online. Aquí vamos con dos de ellos. En una próxima entrada, los otros dos.
HEAVEN KNOWS WHAT, de Ben & Josh Safdie.
Imagino que pocos esperaban una película así de la dupla de hermanos realizadora de DADDY LONGLEGS y THE PLEASURE OF BEING ROBBED. Si bien en todos sus filmes el realismo sucio callejero está presente y es central a su universo cinematográfico, en esta ocasión se corren un paso más afuera en el mundo de la marginalidad dejando casi fuera de campo a ese «otro» (¿la sociedad?) que los vuelve marginales. Se trata de una película sobre las vivencias y experiencias por las calles de Nueva York de un grupo de adictos a la heroína, con una chica como personaje central: Arielle Holmes, la misma que escribió la novela MAD LOVE IN NEW YORK CITY en la que se basa la película.
El mundo del filme es el de sus desventuras cotidianas por conseguir dinero (robando, generalmente, o pidiendo limosna) para seguir consumiendo, su circular por el centro de Nueva York siendo invisibles para el mundo casi tanto como el mundo es invisible para ellos y, fundamentalmente, sus peleas personales: Arielle está enamorada de uno de su grupito e intenta suicidarse ya que él no responde a sus afectos, mientras que otro de los chicos del grupo la quiere y la cuida pero ella no puede evitar seguir pensando en el primero.
Pero no esperen una historia de amor en el sentido convencional ni mucho menos. Con una banda de sonido ambiental/electrónico (tomada de versiones de Isao Tomita de música de Debussy) que mete de lleno al espectador en el confuso, entre acelerado y perturbado estado mental de los protagonistas, HEAVEN… pone la cámara a la altura de sus protagonistas y nos hace vivir sus rabiosas experiencias, sin romanticismo alguno pero sin tampoco exagerar por el lado de la búsqueda del shock. Tiene, obviamente, algo del KIDS, de Larry Clark, del primer Gus Van Sant o de los filmes de nuestro Luis Ortega (especialmente CAJA NEGRA, DROMOMANOS y LULU), aunque es más oscura que todas ellas. Especialmente porque casi no parece haber lugar para otro mundo fuera de ese mundo.
Hay peleas y discusiones constantes, intentos de suicidio, sexo violento. Y sin embargo, nunca termina de volverse a una película cruel ni despiadada. Hay algo en la mirada de los Safdie, en la forma de filmar estas situaciones, que jamás busca la explotación de sus personajes o el shock a las buenas conciencias, si bien es un límite que cada espectador pone en distintos lugares usualmente. Como en películas tipo KEANE, de Lodge Kerrigan, lo que se transmite es una experiencia que es más personal y psicológica que social, al menos desde la puesta en escena. Si hay una decisión sociológica en el filme, está también ahí: en el decidir no mostrar a ese «otro» que es el mundo en el que vive la mayoría de nosotros, que ni siquiera observa a personajes como los que habitan y hacen vibrar (hasta la irritación, hay que decirlo) a este filme.
Es que los personajes del filme no son simpáticos, entre dos opciones siempre eligen la peor, cometen un acto incomprensible tras otro y no buscan ganar ningún campeonato de la amistad, incluyendo la protagonista. Sin embargo, uno no puede evitar sentir la angustia y la desesperación tras cada uno de sus actos, como si en esas imposibles historias de amor que persiguen estuviera la posibilidad de una salvación que siempre se les escapa. Hay un mundo, supuestamente, allí afuera, donde muchos sueñan con irse (la última parte del filme tiene que ver con eso), pero por ahora les es imposible acceder a él. Ese «amor loco» del que habla la película (las drogas, el romance, las calles de Nueva York) es así: no se puede explicar, no tiene sentido, pero es inevitable.
————————————————————————————————————————-
HAPPY CHRISTMAS, de Joe Swanberg.
Si algo une, hoy, a los muy diferentes mundos cinematográficos de los Safdie con el de Swanberg es su predilección por el «cotidiano» de sus personajes. Eso –que muchos definieron como «mumblecore» pero que va encontrando otras formas en la mayoría de sus practicantes– hace que los mundos tan diferentes que se ven en esta película merezcan un post en común. Evitando los grandes momentos dramáticos, manteniendo siempre la cámara en un grupo de personajes específico, haciendo maravillas con las limitaciones presupuestarias y centrándose en personajes jóvenes atrapados en mundos de los que no pueden o saben salir, ambos filmes se parecen. Más allá de eso, son muy distintos. Y respecto a su mirada sobre el mundo, quizás también.
Después de la casi hollywoodense –en el mejor sentido– DRINKING BUDDIES llega esta película que gira sobre ejes parecidos pero en un tono menor y reduciéndose, casi, a escenas en un par de locaciones. El propio Swanberg y Melanie Lynskey encarnan a Jeff y Kelly, una pareja con un bebé pequeño (el hijo del director) que vive una convencional vida de clase media, aparentemente apacible, aunque se nota que ella no está del todo feliz con tener que dedicarse casi exclusivamente al bebé dejando para algún otro momento su segunda novela tras el discreto «éxito de culto» de la primera.
Las cosas cambian con la llegada de la más inestable Jen (Anna Kendrick) que se ha separado de su novio y viene a vivir por un tiempo con ellos y se instala en el subsuelo muy coquetamente decorado de su casa de Chicago. Jen está un poco perdida en el mundo y su convivencia empieza siendo casi explosiva: sale una noche a una fiesta con su amiga (Lena Dunham) y termina completamente borracha, al punto que su hermano tiene que ir a buscarla. Promete ocuparse del bebé unas horas y no lo hace. Se «engancha» con el baby sitter amigo de la pareja, pero pone trabas a cualquier avance posible de la relación. Y más cosas de ese tipo. Tiene, digamos, una neurosis importante, aunque Swanberg nos deja claro de entrada, ya hasta por su forma de entender el cine, que nada del todo grave nunca va a suceder.
Pero de todos modos su presencia en la casa empieza a tener otras implicancias en lo que respecta a su relación con Kelly, quien pasa de odiarla y quererla lejos de su vida a apreciar (o añorar) algunas de las libertades que ella se toma y hasta, de a poco, su compañía. La capacidad de Jen de complicar y a la vez ayudar a su cuñada (instándola a volver a escribir y hasta, a su manera, ayudándola en el proceso) va volviéndose el centro de la trama, dominada también por estas dos grandes actrices, con los aportes siempre divertidos de Dunham, quien básicamente hace de sí misma.
Swanberg, como es su costumbre, no se caracteriza por un estilo visual muy inventivo ni mucho menos, pero sí es un director que logra sacar verdades de sus personajes, en este caso haciendo de Jen un personaje con muchas aristas y dándole a Kendrick un rol que casi ninguno de los que la actriz de la saga CREPUSCULO le permite. Anna –ya lo ha demostrado en decenas de filmes– es una gran actriz y HAPPY CHRISTMAS es una de sus más claras demostraciones en ese sentido, permitiéndole (acaso su carita de niña buena y dulce le ayuda) armar un personaje que puede ser simpático e intratable a la vez, hacerte la vida mejor y también ponerla en peligro. Como tantos de esos parientes que nos irritan pero en el fondo no podríamos vivir sin ellos.