Estrenos: «El blanco afuera, el negro adentro», de Adirley Queirós
Película original por donde se la mire, EL BLANCO AFUERA, EL NEGRO ADENTRO –más allá de un título en castellano que suena a película porno– combina dos (o hasta tres) géneros que parecen imposibles de unir: el documental sociopolítico, el filme de ciencia ficción y el musical. A lo largo de 90 minutos en los […]
Película original por donde se la mire, EL BLANCO AFUERA, EL NEGRO ADENTRO –más allá de un título en castellano que suena a película porno– combina dos (o hasta tres) géneros que parecen imposibles de unir: el documental sociopolítico, el filme de ciencia ficción y el musical. A lo largo de 90 minutos en los que seguimos a tres personajes, el director brasileño Adirley Queirós nos introduce en un mundo muy específico: el de Ceilandia, la periferia de Brasilia, que fue construida como barrio para que vivan los obreros que trabajaron en la construcción de la capital del país.
Las diferencias entre la moderna Brasilia y la densamente poblada y complicada periferia urbana se fueron haciendo cada vez más grandes y el filme las sintetiza en dos ejes narrativos. Por un lado, en un episodio que tuvo lugar en marzo de 1986 en Quarentao, una fiesta/baile popular del barrio que fue víctima de una redada policial cuya orden es la que da título al filme («los blancos se pueden ir, los negros se quedan» sería una traducción más ajustada) y que dejó muy maltrechos a dos de los protagonistas de la película. Por otro, una fantasía retro-futurista en la que un enviado de 2073 llega al presente a tratar de impedir una acción terrorista –digamos– que las dos víctimas planean hacer en Brasilia.
Marquim era un habitué de Quarentao en su adolescencia, de esos que se juntaba con sus amigos durante toda la semana a preparar pasos de baile para la fiesta, musicalizada habitualmente por hip hop, R&B y soul americano, más que por los tipos más conocidos de música brasileña («baile funk» de favela, como se lo suele denominar). Ese episodio policial, que él mismo narra al inicio de la película, lo dejó paralítico y hoy anda en silla de ruedas. Marquim narra el episodio –y luego otros– de una manera que trastoca el habitual testimonio de documental: es una suerte de DJ casero que habla, cuenta historias y pasa vinilos en su casa (adaptada a sus necesidades y dificultades físicas) y sus relatos están estructurados en ese formato.
Por otro lado hay otro personaje que también perdió una pierna en ese hecho y que hoy parece deambular por Ceilandia participando en una suerte de mercado negro de la ortopedia. El tercer personaje parece pertenecer a la pura invención y es un viajero del futuro que aterriza, con un container como nave espacial, desde el futuro con la intención de investigar ese hecho policial, encontrar a un tal Sartana y detener lo que fue –el hombre viene del futuro, no olvidemos– un atentado contra Brasilia que, iremos viendo, los otros protagonistas están planeando de una manera bastante particular. Esa mezcla entre documental y ficción incluye además otro ángulo que pone las cartas raciales más claramente sobre la mesa: para moverse entre Ceilandia y Brasilia hace falta un pasaporte que nuestros antihéroes necesitan falsificar con la ayuda de un traficante que es a la vez productor musical…
Todo esto tiene mucho más sentido y claridad viendo el filme que narrado aquí ya que, por más absurda que suene, la combinación tiene muchísima lógica viendo los espacios en los que se desarrolla y el tono que Queirós le da a la historia. EL BLANCO… tiene algo del cine negro norteamericano, como si Spike Lee y Godard se hubieran cruzado con Glauber Rocha en algún desolado lugar brasileño con que por momentos hace recordar a las desoladas autopistas de Detroit o algún lugar así, sensación que la música (mucho soul de Stax, algún hip hop bien ochentoso y apenas un par de temas del más brasileño forró) acrecienta.
Si los protagonistas y la música son claves, un tercer gran «personaje» del filme es el lugar en el que transcurre la historia. Barrios abandonados, casas deshechas, basureros públicos, favelas que parecen arrasadas por algún tornado, es el universo de la marginalidad, el ghetto patrullado desde siempre por la policía, esa que mantiene al «negro adentro» y encerrado, y a la vez «afuera» de la institución que representa la capital. Usando la imaginación para cubrir la falta de presupuesto –la nave espacial y el atentado son claras muestras de cómo resolver con poco algo que tendría un costo millonario en una película más grande–, con una excelente selección musical que seguramente es más cara de lo que la producción podía pagar (no hay créditos de los temas por lo cual es pensable que la película se hizo sin los derechos de las canciones), Queirós crea una película sumamente personal y a la vez universal, una que desde la originalidad de sus búsquedas estéticas, conecta también con una situación social y política muy real, como también lo hacía la reciente AVANTI POPOLO, de Michael Wahrmann.
Son películas como estas dos –y también SONIDOS VECINOS, de Kleber Mendonca Filho, también estrenada recientemente en el marco de los Encuentros con el Cine Brasileño– las que muestran un futuro viable y original para el cine de ese país. Y, ¿por qué no?, para el resto del cine latinoamericano.
(En el Cine Gaumont, todos los días a las 19)