Cannes 2015: «The Lobster», de Yorgos Lanthimos
El cine del griego Yorgos Lanthimos tiene sus fans y sus detractores. A mí, el tipo de cine que hace muchas veces me resulta irritante, por su carácter sistemático y su combinación entre lo absurdo, lo cruel y lo irónico de maneras que superan muchas veces el límite de mi paciencia. Sin duda es un […]
El cine del griego Yorgos Lanthimos tiene sus fans y sus detractores. A mí, el tipo de cine que hace muchas veces me resulta irritante, por su carácter sistemático y su combinación entre lo absurdo, lo cruel y lo irónico de maneras que superan muchas veces el límite de mi paciencia. Sin duda es un generador de ideas provocativas y de escenas y momentos inolvidables, pero bajo esos recursos lo que sobresale es una misantropía muchas veces burlona por sus criaturas, en general personas bastante estúpidas capaces de cometer actos de crueldad por razones que creen correctas.
Esta película está claramente dividida en dos partes y lo curioso es que la que funciona mejor es, a la vez, la más irritante, mientras que la segunda –si se quiere, más humanista– es la más desorganizada y pobremente narrada. Como si fuera de esos «sistemas», el director de DOGTOOTH y ALPS no supiera bien cómo manejarse.
El «sistema» en este caso es un hotel al que van las personas cuando se quedan solas en una sociedad relativamente futurista. Allí tienen 45 días para encontrar una pareja ya que, de no hacerlo, serán transformados en un animal de su preferencia. En el muy regimentado y bizarro hotel, existen una serie de procedimientos y obligaciones, encuentros, eventos y prácticas que los clientes deben realizar. Una de ellas es salir a casar «solitarios», que son los hombres y mujeres que huyeron del hotel y que circulan por el bosque que lo rodea. Cada «solitario» que matan les agrega un día de vida.
Pero la verdadera necesidad es encontrar pareja ya que eso los salva de convertirse, digamos, en lobos o camellos, y ahí el protagonista (interpretado por Colin Farrell) se da cuenta que para conseguir una a veces lo conveniente es hacer alguna trampa. En una suerte de metáfora un poco banal de cómo funcionan las relaciones en una sociedad, digamos, normal, Lanthimos deja en claro que las parejas muchas veces se forman en base a mentiras, por conveniencia y como último recurso de supervivencia.
La segunda parte del filme tendrá lugar entre los que se han escapado e intentan derribar este sistema, aunque también tienen sus propias y extrañas prácticas, no del todo comprensibles aunque se proponen opuestas a las del hotel en cuestión. Allí habrá también historias de amor prohibidas que complicarán el funcionamiento del sistema, casi como probando la teoría de Lanthimos de que no hay realmente salida política o posibilidad de un amor verdadero en ningún tipo de sociedad organizada.
En ese sentido, salvo Farrell y unos pocos más, el resto del elenco cambia casi por completo de la primera a la segunda parte del filme. La que transcurre en el hotel tiene momentos graciosos y extraños aunque es de una crueldad tremenda, describiendo lo que parece ser una suerte de crucero de psicóticos o un hotel de lujo de gente con problemas mentales en el que lo único que cuenta es la supervivencia a toda costa, traicionando a quien sea.
Ese GRAN HOTEL BUDAPEST se vuelve más JUEGOS DEL HAMBRE cuando los huéspedes se meten en el bosque a cazar solitarios y más aún cuando la película se traslada a ese otro mundo, sumando al elenco a Rachel Weisz y Lea Seydoux, entre otros. Allí las cosas parecen manejarse de una manera más sincera y humanista (serían los «rebeldes» que enfrentan al «sistema», una suerte de guerrilla futurista), pero luego veremos que las cosas no son tan positivas como ellos quieren verlas allí tampoco.
En este panorama negrísimo, Lanthimos sigue mostrando una habilidad para la puesta en escena, con curiosos y efectivos recursos visuales, pero siempre dando la sensación que los macabros juegos que organiza solo sirven para burlarse de los pobres personajes, perdedores y solitarios que buscan el amor y que terminan perdiéndolo todo, o casi todo, en el camino.
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