TV: «Louie» (Temporada 5)
Promediando la quinta temporada de LOUIE –buen momento para hacer un balance de lo visto hasta ahora– está claro que el autor, actor y director de la serie ha logrado dar rienda suelta a sus obsesiones más personales casi sin limitación alguna. No sé si habrá una sexta temporada, pero da la impresión que en […]
Promediando la quinta temporada de LOUIE –buen momento para hacer un balance de lo visto hasta ahora– está claro que el autor, actor y director de la serie ha logrado dar rienda suelta a sus obsesiones más personales casi sin limitación alguna. No sé si habrá una sexta temporada, pero da la impresión que en la quinta Louis CK funciona como si no hubiera un mañana. O al menos no uno dentro de las reglas más o menos estandarizadas de la televisión norteamericana.
LOUIE funciona cada vez más como una puesta en escena de la psiquis de su creador, practicamente no mediada por la verguenza, el pudor o la discreción. Si al principio LOUIE era una versión neorrealista de SEINFELD –o, digamos, del viejo y buen Woody Allen– para luego evolucionar hacia la experimentación visual y narrativa, hoy CK procede desde la sustracción, desde la incomodidad, desde poner en primer plano los secretos más personales y temores más inconfesables de su mente.
En cierto modo es una temporada un tanto más convencional que la anterior, plagada de experimentaciones formales, pero a la vez es una en la que esas historias, por más que se revelen relativamente plausibles y cotidianas, aprietan zonas o se meten en lugares psicológicos no usuales, esas zonas íntimas que la mayoría de las personas que no se llaman Louis C.K. se guardan para sí mismas.
En estos cinco episodios que se han visto hasta el momento, LOUIE explora, básicamente, el choque entre el protagonista y un mundo que lo rodea y lo excede. Ni él lo comprende ni el mundo lo comprende a él. Hay una zona en la que el personaje trata de todas las maneras posibles de hacer «lo correcto» pero no solo nunca logra hacerlo del todo sino que termina siendo castigado por tratar. Más víctima que nunca, Louie es hoy un personaje que no comprende el mundo que lo rodea y que se siente incomprendido por él.
Las circunstancias pueden ser muy distintas pero todas, más o menos, apuntan a lo mismo. Puede ser un ex cuñado policía que lo invita a ver un partido en el Madison Square Garden, puede ser su «amigovia» que lo invita a jugar con los roles y los géneros en una situación sexual para luego abandonarlo, puede ser otra mujer embarazada que le pide ayuda o una separada que se apoya en él. Hay de todo en esos encuentros/enfrentamientos. Si bien hay excepciones (como la del policía o la de su hermano), en la mayor parte de los casos los choques son con personas del sexo opuesto con las que Louie trata de hacer lo correcto pero no puede evitar caer en zonas equivocadas.
Hay una chica joven que atiende un local y que no le quiere vender sus productos. Hay otra que, sin demasiados motivos, lo golpea en la calle. Otra que le pide ayuda para mover una pecera y le pinta una crisis emocional. La que está a punto de dar a luz y se mete, digamos, en complicaciones con él. Una madre de una compañera de su hija, lesbiana, que lo invita a una fiesta de padres y lo maltrata. Toda la temporada, de hecho, parece disparada por aquel episodio de la temporada anterior en la que Louie tenía una larga conversación con una chica un tanto gordita que le daba una serie de lecciones sobre las relaciones entre hombres y mujeres. El episodio, que uno imagina Louie pensó como más que adecuado en cuestiones de política de género, fue vapuleado por la cada vez más invasiva «policía de la corrección política», esa que por un motivo u otro invalida cualquier propuesta cinematográfica o televisiva que se atreva a ir más allá de los lugares comunes de lo que debe ser «correcto» entre los sexos. Y acaso esta temporada completa sea una respuesta a su respuesta.
A través de toda la temporada Louie se ve expuesto a situaciones con mujeres que lo descolocan, con las que trata de hacer lo que cree correcto y termina siendo castigado –de diversas maneras– por eso. El episodio clave, en ese sentido, es el cuarto, en el cual Louie es golpeado por una mujer en la calle, le pide a su novia que lo maquille para tapar las marcas de los golpes y todo eso deriva en un juego sexual que pasa de divertido a amargo en un segundo. Es cierto que, tomando siempre su punto de vista, Louie parece una garantía de cordura frente a la galería de lunáticos con los que se topa, pero tampoco el hombre demuestra estar siempre en sus cabales ni hacer lo debido en cada momento. Se victimiza un poco, es cierto, pero no se considera mejor que los demás. Es capaz de hacer cosas peores que ellos.
De todos los episodios el que más disfruté es el que menos tuvo que ver con la «batalla entre los sexos», que parece ser el tema central de esta temporada. El mejor episodio para mí fue aquel en el que se encuentra con su ex cuñado policía que intenta llevarlo a ver un partido y pierde su arma en el interín. Tal vez la anécdota no sea lo más original del mundo, pero el personaje compuesto por el veterano Mark Rappaport tiene un grado de verdad que lo vuelve conmovedor. Es un tipo de persona que hemos visto mil veces –el amigo pesado, el que pasa de amable a cargoso en un segundo y luego se vuelve tan insoportable como comprensible–, pero en la piel de Rappaport logramos entender la angustia qué lo lleva a comportarse como se comporta.
El último episodio hasta el momento –el quinto– es quizás el más bizarro, con su estructura de sueños dentro de sueños dentro de sueños, pero siempre sostenidos por ese miedo/fascinación que le produce a Louie el género femenino, por su incapacidad de saber cómo manejarse en ese universo. Solo basta comparar la relación con su novia y la que tiene con otras mujeres para entender su confusión.
Si hay dos mujeres que apaciguan, hasta cierto punto, la vida de Louie son sus hijas, aunque ya queda claro que la menor –con sus sueños raros, sus dolores inmanejables y sus reacciones extrañísimas– va en camino a convertirse en un personaje que, de adulto, sería incomprensible para C.K. A lo largo de sus desventuras en la quinta temporada, lo que queda claro es que nuestro pelirrojo antihéroe se siente incapaz de manejar sus relaciones con el sexo opuesto: su incomodidad es evidente y sus limitaciones quedan expuestas de una manera brutal.
Pero no solo las mujeres son el tema de la temporada. Varios episodios lidian con la escatología (uno empieza con su necesidad de ir al baño y la imposibilidad de hacerlo en lugares públicos; otro termina con una asombrosa canción sobre bebés y diarrea) de una manera frontal, honesta e incómoda desnudando casi por completo la psiquis del protagonista, al punto que ya no parecen haber secretos entre él y los espectadores. Ese costado casi terapéutico explota en el último episodio, el de los sueños, en el que se visualizan sus principales temores, que van desde la más convencional aunque aterradora presencia de monstruos a los previsibles pánicos sexuales, empezando por una pesadilla en la que su órgano sexual se deforma hasta convertirse en una especie de flor.
Ok, tal vez su relación con las mujeres sea, en definitiva, el eje de la temporada…