TV: «The Young Pope», de Paolo Sorrentino (Temporada 1)

TV: «The Young Pope», de Paolo Sorrentino (Temporada 1)

por - Críticas, Series
27 Ene, 2017 10:18 | 1 comentario

La serie centrada en un joven papa norteamericano (Jude Law) que desafía a todos con sus medievales ideas sobre la Iglesia es un material perfecto para que el realizador de «La grande bellezza» de rienda suelta a sus obsesiones temáticas y estéticas, creando un producto que es a la vez extraño, perturbador y absurdo. Diane Keaton, Silvio Orlando, Javier Cámara, Cecile De France y Ludivine Sagnier completan el internacional elenco.

La obra cinematográfica –y, ahora, televisiva– de Paolo Sorrentino se maneja siempre en los bordes, en los extremos. Por un lado, están las yuxtaposiciones entre lo sacro y lo profano, lo emotivo y lo ridículo, lo grandioso y lo berreta que caracterizan todas sus películas, que no dudan en mezclar museos, iglesias y obras de arte con fiestas electrónicas, reuniones donde gente de supuesta alcurnia dice o hace las cosas más absurdas y grotescas posibles, la tele más berreta y así. En THE YOUNG POPE, su primera serie televisiva, esto no ha cambiado demasiado, pero al meterse de lleno con el Vaticano y las más altas esferas de la Iglesia católica esas yuxtaposiciones son aún más frontales y, para algunos, provocativas. Suerte de hijo bastardo de Federico Fellini y Marco Bellocchio –un admirador e imitador que por ahora no ha logrado perforar del todo la superficie y llegar a las profundidades que los otros dos llegaron–, Sorrentino es un cineasta al que parece definirlo un concepto de «italianidad» pensado desde afuera. Es, casi, el cliché del realizador italiano, el que utiliza algunos de los recursos visuales y formales más reconocidos de algunos de los cineastas de su país como obvia inspiración para su obra.

Pero, a la vez, Sorrentino logra captar como pocos esa contradicción visible a cualquiera que haya tenido un mínimo contacto con el país y sus habitantes: el choque entre lo sagrado y lo profano, lo culto y lo trash son moneda corriente en la cultura italiana post-Berlusconi. Y THE YOUNG POPE no escapa a mostrar esos choques. De hecho, nada mejor que la iglesia como «ejemplo» de esa doble moral. Allí conviven, supuestamente, la religiosidad y el misticismo con las chicanas políticas y hasta los crímenes que se cometen en su nombre. Si bien su protagonista es norteamericano (Jude Law es el «joven papa» del título), tanto por sus comportamientos como por la forma en la que se relaciona con los demás, deja en evidencia que es un personaje claramente creado por un italiano como Sorrentino.

La serie que emitió Sky en Europa, HBO acaba de estrenar en Estados Unidos y que aquí llegará via Fox integra todas esas facetas del mundo de Sorrentino, a las que le agrega una que, por lo general, engrandece esta serie en comparación a sus películas: la posibilidad de explorar las vidas de sus personajes más allá de los efectismos a los que muchas veces quedan reducidos en sus películas. Con la que más tiene que ver, claro, es con LA GRANDE BELLEZZA, que tenía como tema ese choque entre lo sacro y lo profano. En la serie, lo que Sorrentino se permite es crear personajes más ambiguos y contradictorios, los observa ir y venir en viajes personales que no parecen tener un destino evidente, y los enfrenta a lidiar con complejos problemas tanto personales como institucionales.

Lenny Belardo (el papa Pio XIII) resulta ser, para sorpresa de los cardinales que lo eligieron, un retrógrado medieval que quire volver a la Iglesia oscurantista y «misteriosa» de esa época. Elegido por los cardenales más políticos del Vaticano como una suerte de «marioneta» sobre quien operar a piacere, Lenny demuestra tener sus propias ideas sobre lo que debe ser la institución, ideas que están casi en las antípodas de las que hoy dice profesar Francisco, quien seguramente también debe haber sorprendido al Vaticano con sus posturas. Pio XIII no quiere saber nada con ninguna modernización, ni apertura de la iglesia a la gente, ni cambios de los dogmas más antiguos de la institución. No quiere viajar ni ser fotografiado ni tolera a los homosexuales y se caracteriza por un trato bastante cruento y directo con la gente que lo rodea, en especial el Cardenal Voiello (un genial Silvio Orlando), el que solía mover los hilos políticos del Vaticano por detrás de todo pero ahora encontró su oponente perfecto. A la única que respeta es a la Hermana Mary (Diane Keaton), la monja que lo cuidó desde chico, desde que sus padres hippies lo abandonaron. Tanto, que la llevó a Roma como su consejera.

La serie es particularmente episódica y salta de uno a otro encuentro de maneras que puedan parecer un tanto arbitrarias para los que están acostumbrados a la escuela de guión entre precisa y mecánica de la televisión norteamericana. Situaciones y personajes que parecen importantes desaparecen por muchos capítulos, otros pintan para relevantes y se abandonan. Siempre la prioridad de Sorrentino y sus coguionistas parece estar en describir la vida cotidiana de Lenny/Pio en los jardines, salones y pasillos del Vaticano, aprovechando sus maniobras políticas (se entera de los secretos de confesión de sus pares mediante el chantaje) para estar siempre adelantado a lo que hacen, dicen y hasta piensan los demás. Es tan oscuro, maquiavélico y retrogrado que no parece tener forma de ser «salvado» por guionista alguno.

Pero pronto se mostrarán fracturas en su seca y desafiante fachada, en su ego vengativo y desatado. Por un lado, se deja entrever que puede llegar a tener algún tipo de poder divino que le permiten que se cumplan la mayoría de sus deseos (algunos nobles, otros no tanto), y a partir del contacto con otros personajes que habitan el Vaticano (como el padre Gutiérrez, que interpreta muy bien Javier Cámara, o el reencuentro con su viejo compañero de orfanato, el cardenal Dussolier) algunas cosas en él empiezan a modificarse. A lo largo de los diez episodios de la serie se seguirán, por un lado, las idas y venidas de la política eclesiástica (el rol de la directora de marketing, que encarna una Cecile de France un tanto pasada de revoluciones, es un contrapunto en principio cómico muy efectivo) y, por el otro, las crisis personales de Lenny respecto a la fe y su trauma familiar, trauma que acaso sea el punto más flojo de la creación del personaje, especialmente por su insistencia en volver a él, una y otra vez, hasta el cansancio.

Curioso es el efecto que logra Sorrentino, quien de a poco empieza a ponernos del lado de este Papa que en principio parece desagradable en casi todos sus aspectos (menos a la vista, digamos), desde el trato personal a sus ideas políticas. Pero su enfrentamiento con la parte más marketinera, política y de poder económico de la Iglesia le juega a su favor, lo mismo que otras situaciones que aparecerán a lo largo de los capítulos: su solidaridad con algunos personajes más marginales y en crisis (como el que encarna Ludivine Sagnier), sus pequeñas y curiosas obsesiones y sus inteligentes y ácidas acotaciones en cualquier momento y lugar.

Lo que seguramente llamará la atención a los que están más acostumbrados a las formas y tiempos televisivos norteamericanos que a los del cine de autor europeo no solo serán los ritmos y los pasillos narrativos laterales que una y otra vez toma Sorrentino sino su preciso y detallado ojo para la composición visual, los por momentos excesivos planos o escenas en las que busca generar algún tipo de poética emoción a través de la combinación de imágenes y música, su minuciosa descripción de rostros, objetos, detalles, pasillos y así. La serie no siempre «avanza» sino que son muchos los momentos en que se dedica a la contemplación. Son recursos clásicos de su cine y, como suele suceder allí, a veces funcionan generando la emoción buscada, en otras ocasiones parecen la versión publicitaria de esa misma emoción y, en otros, directamente, bordea el ridículo.

Pero eso ha sido siempre la marca de fábrica del director de YOUTH y no iba a modificarla aquí, y menos ante un tema que tanto se presta para esos choques entre lo místico y lo banal. La selección musical está en esa línea y en la de casi todas sus obras, combinando música contemporánea (Górecki, Arvo Part, John Adams, Max Richter etc), canciones pop y disco italianas y europeas de las últimas décadas (de Peppino DiCapri a Domenico Modugno pasando por un gran tema de la cantante Nada), música sacra, algo de tecno, IDM y ambient, y un toque de indie norteamericano: el leit motiv es de Andrew Bird, la música de apertura es un cover instrumental de «All Along the Wachtower», originalmente de Bob Dylan, interpretado aquí por Devlin.

Todo esto, que uno bien podría definir como un «cocoliche» (perdón por usar una obvia referencia italiana), es inherente al universo Sorrentino.  Es, casi, un tómalo o déjalo. Cuando funciona bien, como es en la mayoría de las ocasiones a lo largo de THE YOUNG POPE, puede lograr yuxtaposiciones notables, emotivas (los episodios 8 y 9 tienen varias situaciones así) y tocar casi cierto estado de gracia. En otras –por suerte aquí son las menos–, el golpe es banal, chato, efectista. Algo similar a lo que pasa con las constantes salidas humorísticas que la serie tiene: algunas funcionan y otras no, o empiezan funcionando hasta que se agotan, como la obsesión de Voiello por el Napoli, en especial por Maradona y el «Pipita» Higuain (en eso la serie quedó ya vieja). Pero pedir otra cosa de Sorrentino es, a esta altura, absurdo. Su universo es éste y, cuando los materiales se adecúan a su estilizada visión del mundo y de la construcción audiovisual, se las arregla para crear personajes y universos únicos e inolvidables, con excesos y todo. Esta misteriosa historia de un controvertido papa joven es uno de ellos. Y atravesar sus desventuras televisivas es una experiencia única.