Estrenos: «Sin nada que perder», de David Mackenzie

Estrenos: «Sin nada que perder», de David Mackenzie

por - cine, Críticas
01 Feb, 2017 05:55 | comentarios

Cuatro nominaciones al Oscar –incluyendo mejor película y guión– recibió esta extraordinaria mezcla entre western y policial acerca de dos hermanos que roban bancos en el Oeste de Texas y los dos policías que los persiguen. Con grandes actuaciones de Jeff Bridges, Chris Pine y Ben Foster, la película hace recordar a los mejores exponentes del cine de género de los años ’70.

Amanece en un pequeño y dormido pueblo del Oeste de Texas, la misma zona –potencialmente violenta, salvaje, visiblemente quedada en el tiempo y plagada de ciertos arquetipos– que vimos en la reciente ANIMALES NOCTURNOS. Gente que porta armas 24 horas al día y no teme dispararlas, que toma botella tras botella de cerveza en los porches de sus casas campestres («nadie se emborracha con cerveza», dice un personaje cuando otro le advierte que debe manejar), que desconfía de la autoridad y que, muy probablemente, años después de lo que se relata en SIN NADA QUE PERDER, haya votado a Donald Trump. Al borde de las rutas, señales de la crisis inmobiliaria de 2008, con sus casas abandonadas y sus carteles ofreciendo créditos para pagar deudas. Siglos atrás, corazón del territorio comanche.

En medio de esa calma de pueblo olvidado dos hombres enmascarados entran al banco más triste del mundo y lo roban. Quieren solo el cambio de la caja, nada más. Se suben a un auto y salen a toda velocidad. Un rato después hacen lo mismo en otro banco. Aquí sí hay una persona que les dispara al irse pero todo es muy veloz y vuelven a salirse con la suya. Los ladrones en cuestión son hermanos: Toby y Tanner. El primero (Chris Pine, con look Marlboro Man) es, claramente, el menos experto e incómodo de los dos. El otro (Ben Foster, en un papel hecho a medida) es un ex presidiario que sabe muy bien lo que está haciendo y, a diferencia de su hermano, parece disfrutarlo. Lo que no sabemos bien es cuál es su plan, ya que son muy insistentes en no tomar más dinero que el de las llamadas cajas chicas («Nada de billetes encintados», le dice Tanner a una de las cajeras) y se ocupan de enterrar el coche tras cada atraco y cambiarlo por otro.

Estamos en un territorio de western, de policial clásico que parece remitir a modelos clásicos del cine norteamericano. SIN NADA QUE PERDER hace una interesante operación/conjunción entre dos modos de acercarse a ese universo: el policial más puro y duro de acción de los ’80 y el un tanto más reflexivo y «temático» de los ’70. Entre Sam Peckinpah, Sidney Lumet y Walter Hill, con un pie en las novelas de Jim Thompson y otro en las de Larry McMurtry, la película del británico David Mackenzie (HALLAM FOE, STARRED UP) con guión de Taylor Sheridan (SICARIO) opera como un perfecto thriller de acción y suspenso pero también explora en profundidad a un grupo de personajes atravesados por problemas personales y enfrentados a la citada crisis económica. Y hasta se hace espacio para el humor y para reflexionar sobre la conflictiva historia de un lugar atravesado por el racismo, la violencia y la expropiación de la tierra.

Los otros dos personajes del filme son sus perseguidores: dos policías de los Texas Rangers encargados de encontrar a los culpables de estos robos. Marcus (Jeff Bridges, cuya presencia aquí acumula ecos de varios de sus filmes de los ’70) es el clásico agente de la ley a punto de retirarse que conoce el paño de memoria y se da cuenta que estos no son ladrones convencionales. En su tarea lo ayuda Alberto (Gil Birmingham), que es mitad comanche/mitad mexicano y con el que tiene una relación de esas que parecen de maltrato pero en realidad son puro afecto y compañerismo. Marcus se burla de él y lo fastidia (sus comentarios son claramente racistas aunque dichos como al pasar), pero todo en un tono humorístico que deja en claro que se necesitan el uno al otro.

Como Marcus se da cuenta, los hermanos tienen un plan concreto para hacer lo que hacen pero es mejor no revelarlo aquí. Sus robos tienen un sentido, si se quiere, ético (los carteles al costado de la ruta que hablan de deudas y crisis no están ahí porque sí) y un deadline cercano, lo cual pone a los personajes en un movimiento contrareloj perpetuo. Pero la lógica y el formato del «operativo» es complicado de llevar adelante con precisión. Toby es el necesitado organizador y Tanner su ayudante experto, y la trama los llevará a cometer otros robos, siempre con el viejo sabueso Marcus tratando de predecir cada uno de sus movimientos.

SIN NADA QUE PERDER funciona como un thriller clásico con aroma a western pero también como una retrato lleno de empatía hacia todos sus personajes. Raro es el policial que no pone al espectador de uno de los lados de la balanza, pero Mackenzie no lo hace nunca. Y aunque Tanner sea lo más parecido a un sociópata que tiene la película, el motivo de sus acciones lo vuelve redimible. Lo mismo sucede con Marcus: uno debería, en los papeles, preferir que el policía racista texano no logre cumplir con su misión y permita a los hermanos salirse con la suya, pero hay un carisma y un profesionalismo en cada uno de sus pasos que es imposible no ponerse también de su lado.

La película recorre escenarios y hasta situaciones similares a las de SIN LUGAR PARA LOS DEBILES, el filme de los hermanos Coen basado en la novela de Cormac McCarthy, pero aquí no hay lugar para el cinismo ni para grandes discursos. De hecho, los «grandes temas» que la película pone sobre la mesa (el rol de los bancos en la crisis, las familias quebradas, la historia violenta de Texas, la persecución de los comanches) suelen aparecer en comentarios casuales, hasta graciosos. El clima del filme se construye momento a momento, escena a escena, y Mackenzie pone tanta atención en las situaciones en apariencia intrascendentes (dos mozas de muy distintos bares brillan en sus breves roles) como en las más propulsivas: los robos, las persecuciones, los tiroteos. Y la música incidental de Nick Cave y Warren Ellis, que incluye canciones de Townes Van Zandt, Waylon Jennings y Chris Stapleton, entre otros (ver playlist abajo), es otro aporte sin el cual la película no tendría el mismo peso elegíaco.

SIN NADA QUE PERDER es una película modélica, un ejemplo claro de que se puede hacer un cine popular e inteligente, potencialmente masivo pero no banal, relatos de suspenso y acción que no subestimen al espectador ni lo obliguen a desconectar la mitad del cerebro antes de entrar a la sala. Viendo la película fluir parece hasta sencillo pero por las poquísimas veces que aparecen filmes así, evidentemente, no lo es.