BAFICI 2017: Críticas de la Competencia Internacional y Noches Especiales (24)
Aqui se irán subiendo y actualizando las críticas de la Competencia Internacional, las Noches Especiales y de las funciones de Apertura y Cierre del Festival de Cine Independiente de Buenos Aires.
Otra edición del BAFICI, otra serie de posts con críticas y reseñas de películas que he visto e iré viendo antes y durante el Festival. Los distintos posteos se irán actualizando diariamente –el dato que delata novedades es el número de críticas en el título del post– y, es probable que, como en años previos, haya más de un centenar de títulos reseñados al terminar el evento. Datos que vale la pena recordar para seguir esta serie de posteos: las películas que tienen su estreno mundial en el festival solo aparecerán una vez que hayan tenido su proyección de prensa oficial, por lo que la mayoría de las películas argentinas que están aquí recién aparecerán reseñadas durante el festival. Y una novedad: este año las críticas tendrán puntajes, ya que varios lectores me han pedido hacerlo porque, al ser películas que casi nadie vio previamente y que luego no se mantienen en cartel durante un tiempo como los estrenos comerciales, muchos prefieren no enterarse de que van y leer los textos después de verlas.
Sin más preámbulos, aquí van las críticas de la Apertura, Cierre, Competencia Internacional (y fuera de competencia), además de las llamadas Noches Especiales.
APERTURA
CASTING, de Nicolas Wackerbarth (8)
Presentada en la reciente Berlinale, CASTING se centra en una serie de jornadas en donde se realiza el casting del personaje femenino central de una remake televisiva de LAS AMARGAS LAGRIMAS DE PETRA VON KANT. La principal diferencia con el filme homónimo de Rainer W. Fassbinder es que aquí la relación central es heterosexual por lo que el otro rol lo encarna un hombre. Pero, como es costumbre en algunas sesiones de casting, mientras eligen a la actriz, el que encarna a su «partenaire» es un suplente, alguien que ocupa el lugar del actor principal para hacer con ellas las escenas. Es así que este tal Gerwin –un actor con poca trayectoria que dejó la profesión y hoy trabaja en otros rubros– es el compañero de las cuatro estrellas que llegan a las audiciones.
El proceso no es fácil porque la directora, Vera, no logra decidirse respecto a qué actriz elegir. Exigente pero dubitativa, ninguna parece convencerla. Y los tiempos corren, ya que apenas quedan unos pocos días para comenzar la producción y, si eso no se resuelve rápido habrá que cancelar todo. Es así que somos testigos de varias escenas de la pieza (que antes de ser un filme fue una obra teatral y que transcurre en gran parte en una casa) en las que Gerwin va ensayando con distintas divas. Y él, que empieza agradecido de estar ahí acompañando a estrellas que obviamente admira (ninguna de ellas lo conoce y se fastidian porque el actor elegido no está ahí), pronto va mostrando no solo ser un muy buen partenaire sino el que mejor entiende y actúa las escenas, lo cual confunde aún más a la realizadora.
Sin entrar en más detalles de cómo va cambiando el asunto, diremos que el filme de Wackerbarth es no solo un sólido homenaje al de Fassbinder sino un profundo y complejo estudio acerca del trabajo de preparación de un filme y, especialmente, el de los actores: sus pretensiones, sus miedos, sus obsesiones y, claro, su talento para sacar grandes escenas en medio de incómodas y tensas circunstancias. Pero, finalmente, es la historia de Gerwin, un hombre en principio amable y relajado que saca en sus escenas un talento que supera no solo el de su cartel y su fama sino hasta el de las estrellas a las que supuestamente acompaña. Claro que esto, en algún momento, se volverá un pequeño problema, ya que el propio Gerwin se sentirá más parte del proyecto de lo que realmente está. ¿O no?
CASTING es una gran película sobre el trabajo creativo. Actores, directores y hasta productores y técnicos que trabajan tanto en cine como en teatro sentirán que captura lo ajustado de las emociones y las tensiones que se viven allí. Y para los que no conocen de cerca los choques de ego, conflictos, problemas, ilusiones y temores que existen en ese mundo, es una ventana bastante realista (al principio está filmada de forma pseudo-documental y uno podría pensar que lo es) a las dificultades del proceso creativo. Y, en especial, a la difícil y delicada tarea de ser actor.
COMPETENCIA INTERNACIONAL
KILLING GROUND, de Damien Power (6)
El BAFICI tiene ya como costumbre poner una película de género, puro y duro, en la competencia principal. Es cierto que hay una competencia específica para género y una sección (Nocturna) para películas de la densidad casi terrorífica de este filme australiano, pero es ya tradición tirar una sorpresa así en la competencia internacional y desacomodar al público. Y durante la primera hora de este intenso thriller australiano uno podía tener la sensación que la elección había sido un acierto.
El filme comienza con la clásica parejita inocente que se va a pasar unos días a un paraje tan idílico como oculto (algo similar a lo que se ve en la mexicana CARROÑA) atravesando rutas y personajes que las recorren y que tienen pinta un tanto preocupante. Al llegar al lugar, Power presenta su operación narrativa central: abre los puntos de vista y los tiempos del relato generando una suerte de confusión en el espectador que de a poco se va aclarando. Al llegar a la laguna la pareja encuentra allí una carpa vacía. En paralelo vemos a dos sujetos en la ciudad que tienen aspecto de estar metidos en problemas. Y, a la vez, vemos a una familia (padre, madre, hija adolescente y bebé) ocupando esa misma carpa que los protagonistas ven desocupada. Pronto nos daremos cuenta que no todo sucede en el mismo momento y que los tiempos empezarán a conectarse entre sí.
No conviene adelantar más, solo que una vez que las distintas intrigas y la creciente tensión que van apareciendo en ambas carpas (en el pasado y en el presente) lleguen a su climax, la película entrará en una zona directamente violenta, cruenta y hasta sádica. Si bien el director por lo general trata de mantener los momentos más repugnantes fuera de campo, en otros no tiene tanto cuidado.
La película produce en esa última parte una enorme incomodidad, y si bien no trata temas ni muestra cosas que no se hayan visto en otros títulos similares, tal vez la conciencia que hoy existe sobre ciertos asuntos (la violación, el femicidio) la tornan más controversial. Lo que antes podía ser considerado simplemente como «exploitation B cinema» –mujeres en peligro a manos de sujetos malvados y libidinosos– hoy es difícil no verlo como algo morboso y hasta repulsivo, por más que la protagonista femenina sea tan o más sagaz y corajuda que los que la rodean.
Estará en cada espectador saber cuál es su límite respecto al manejo de estos temas y a su tratamiento en la película. Como filme de suspenso, por lo general, funciona muy bien, en esa veta australiana ya vista en filmes como WAKE IN FRIGHT o RAZORBACK. Respecto al resto de los temas y asuntos con los que lidia, la cuestión es más compleja. Si bien consigue mantener la tensión, la pregunta que uno se hace al llegar a las partes más desagradables del relato es: «¿para qué?» Yo no lo tengo muy claro…
MY ENTIRE HIGH SCHOOL SINKING INTO THE SEA, de Dash Shaw (7)
Este filme animado arranca como una película de Wes Anderson, se convierte en cine catástrofe a la manera LA AVENTURA DEL POSEIDON y termina como un episodio de GIRLS. Todo eso, que parece imposible juntar en una película –y menos en una que dura apenas 75 minutos– está en la opera prima de este artista gráfico independiente, cuyos satíricos comics le han ganado una enorme reputación dentro de ese mercado y que hace aquí su primer largo.
La película, cuya animación casi manual y cruda, que pasa de cierto realismo inicial a momentos entre abstractos y surreales respecto a su inquietante forma, toma los tópicos de las high school movies y, literalmente, las da vuelta. Lo que hace es poner en imágenes la expresión «atravesar las peligrosas aguas de la secundaria» de manera concreta. Lo que seguimos aquí son las desventuras de un grupo de alumnos de una escuela ubicada en un acantilado que da al mar. Dos de ellos, Dash y Assaf (con voces de Jason Schwartzmann y Reggie Watts) son bastante nerds, casi no tienen amigos y escriben historias sin demasiado interés para la revista el colegio, pero se creen la reenarnación de William Faulkner.
Pero entre ellos se pelean ya que aparece la editora de la revista (Maya Rudolph) que prefiere a Assaf sobre Dash para escribir una nota y rompe esta amistad. Assaf, celoso, busca la forma de vengarse y encuentra que la escuela no está preparada para un terremoto. A poco de decirlo, el terremoto sucede, y los tres, junto a una problemática gimnasta (Lena Dunham) y a la veterana y preparada Lunch Lady (Susan Sarandon) deben sobrevivir en una escuela que se está, concretamente, hundiendo en el mar. Esta segunda parte del filme se vuelve menos interesante que la primera ya que, si bien los diálogos filosos se mantienen, el centro está puesto en las peripecias de los personajes. Pero lo que pierde en riqueza narrativa lo gana en ambición conceptual: la animación se va volviendo más loca y experimental hasta llegar a momentos de surrealismo puro.
Una curiosidad con mucho ingenio, un formato bastante indie y radical, y diálogos propios de la más ácida de las comedias, MY ENTIRE HIGH SCHOOL… es más entretenida como relato cómico de secundaria a lo RUSHMORE (mezclada con un toque de THE LIFE AQUATIC) que como bizarra película de aventuras. Pero más allá de sus desniveles, se trata de otro de esos «coming of age» que tanto gustan al festival. Aunque aquí hasta los propios personajes saben que están adentro de un «coming of age»… Y seguramente estén sentados, esperando las críticas, al final de la proyección. Búsquenlos…
MEDEA, de Alexandra Latishev Salazar (8)
Adentrándose en la vida y las experiencias de María José, este inusual pero muy poderoso filme es un retrato íntimo y cercano de un personaje un tanto inquietante, que se escapa de toda convención pero que no tiene muy claro hacia donde quiere ir con su vida. La chica anda por los 25 años, vive con sus padres a los que escuchamos pero que casi siempre parecen estar fuera del cuadro del filme. Juega al rugby, sale por las noches con amigos y suele entregarse con cierto abandono a los placeres y complicaciones que puedan surgir de esas experiencias, que le resultan más atrapantes que el tedio universitario. Robusta y de cuerpo contundente, juega además al rugby, donde parece descargar sus no del todo focalizadas energías.
Pero en la universidad conoce a un chico en apariencia simple, amable y tierno con el que empieza a verse cada vez más. María José no habla mucho pero parece contenta con la compañía, con escucharlo y pasar tiempo con él. En un filme más dedicado a transmitir las sensaciones y las experiencias de la protagonista en planos que recuerdan al cine de Lucrecia Martel o de Lynne Ramsay –antes que a «contar un cuento» en el sentido clásico–, vamos adentrándonos de a poco en los conflictos de la protagonista, que tienen que ver con su cuerpo y su identidad pero tal vez no de la manera en la que nos imaginamos.
Para el, digamos, «tercer acto», sus problemas quedarán un poco más claros, mediante un par de escenas duras pero manejadas con mucho tacto y cuidado por Latishev, cineasta con un gran ojo para acercarse a su atribulada y por momentos casi zombie protagonista que parece estar siempre un tanto removida de la realidad, como viendo el mundo a través de un espejo deformante que también le entrega una imagen inusual –para ella– de sí misma. Una película sobre el cuerpo, sobre las decisiones y libertades que una mujer puede tomar con él (y también los problemas y conflictos que conlleva), MEDEA es una historia potente y un filme inquietante con un personaje tan complejo y contradictorio como difícil de olvidar. Otra película, además, que deja en claro que en Centroamérica están pasando cosas nuevas e importantes en lo cinematográfico.
UNA AVENTURA SIMPLE, de Ignacio Ceroi (5)
La aventura puede ser simple pero la película es desconcertante. A mitad de camino entre el filme de aventuras, la reflexión sobre el cine de aventuras, un devenir por las vidas de un grupo de personajes, una road movie y vaya uno a saber qué más, la opera prima de Ceroi intenta jugar en una zona cercana a la que lo hacen cineastas como Mariano Llinás, Alejo Moguillansky o hasta el propio Matías Piñeiro pero lo que queda es un pastiche de influencias (de hecho, por momentos parece como si cada bloque del filme siguiera los lineamientos estéticos de alguno de los realizadores citados, una especie de «¿cómo haría esto…?») que no llega a ninguna parte. Y no me refiero a lo narrativo sino a lo cinematográfico.
La película tiene un arranque intrigante, donde vemos en lo que parece ser el pasado a dos hombres investigando en unas cavernas y encontrando un objeto antiguo. Uno de esos hombres desaparecerá y, años después, en un futuro cercano, lo que se intentará contar es la historia de la hija que sale a buscarlo. Pero el filme allí apostará por una previsible relectura modernista del género, permitiendo que ese misterio/aventura gire sobre sí mismo y empiece a ser un relato sobre este nuevo grupo. Así es que los vemos a partir de allí son sus actividades cotidianas: tocan en una banda, hacen curiosas experiencias con plantas y árboles y, en algún punto, emprenden ese viaje en busca del personaje perdido, lo cual solo ocupa una parte breve del de por sí ya brevísimo filme.
Más allá de la saludable inventiva y la apuesta por escaparle a cualquier formato convencional narrativo, la película no convence ni como rara historia de aventuras, ni como descripción de un grupo de jóvenes que juega con esa misma idea, la de estar participando en una película de aventuras. Queda flotando la sensación de que, como el padre de la protagonista que se perdió en el pasado (y al que vemos a través de flashbacks), la película también se perdió en medio de escenas caprichosas que no logran construir algo, aún dentro de la limitada coherencia interna del filme. Los materiales en crudo están ahí y hay algunos momentos en los que se lucen, pero la película no hace más que boicotearse, como si escaparle a cualquier norma o lógica sea un mérito en sí mismo. Y no, no siempre lo es.
REINOS, de Pelayo Lira (7)
Esta opera prima chilena, que se estrena mundialmente en BAFICI, se centra en la relación que se establece entre dos compañeros de la universidad que empiezan una relación de pareja. Todo parece funcionar muy bien, aunque el más tímido y tranquilo Alejandro está un poco sorprendido por la intensidad sexual casi violenta de Sofía, que es un poco mayor que él y parece tener más experiencia y control sobre la situación. Pese a las diferencias evidentes en la personalidad de ambos, todo parece fluir más o menos bien, especialmente a partir de la profusa actividad en la cama. O, bueno, sobre cualquier otra superficie…
Pero de a poco esas mismas diferencias se irán haciendo notar: es evidente que Alejandro busca algo distinto y acaso más romántico en la relación que Sofía, que él quiere tener algo parecido a una pareja y que ella, por lo que parece, solo busca un compañero con quien tener sexo. Y cuanto más agresivo, mejor. Así, entre escenas de sexo intensas y los conflictos y las distancias que empiezan a aparecer, transcurre la película de Lira, un filme cuya franqueza a la hora de retratar la intimidad de estas personas no le impide poder ver más allá de eso.
En juego también entran las historias personales y familiares, y el tema “educativo” tampoco está fuera de la agenda, especialmente cuando se juntan con otros compañeros de la facultad. Pero el centro, claramente, está puesto en la relación entre ellos, relación que –desde un principio– uno puede ver cómo va en camino a complicarse, aún cuando todo arranque maravillosamente bien. Cruda, realista, humana, sin exagerar a la hora de buscar explicaciones para entender el comportamiento de los protagonistas, REINOS describe muy bien lo que sucede en una pareja cuando los dos no buscan lo mismo ni tienen similar entendimiento de lo que significa una relación.
HOY PARTIDO A LAS 3, de Clarisa Navas (7)
El fútbol femenino ha sido tratado en un par de documentales argentinos, pero esta es la primer ficción que, más allá de la impronta documentalista, se acerca de lleno al tema y lo cruza con temáticas de género y sexuales. Aquí la acción se centra en un grupo de jugadoras que tienen que jugar un partido de fútbol en Chaco a la hora que da título al filme y que, por diversos motivos, se posterga una y otra vez. Navas –realizadora correntina– elige retratar ese tiempo, esa espera, esas idas y vueltas de un torneo que tarda en comenzar centrándose en la relación entre las jugadores, en la mayoría de los casos ligadas a las tensiones y deseos sexuales que se van manifestando y hasta poniendo en práctica con el paso de las horas.
Si bien hay personajes con mayor desarrollo que otros –y una subtrama de aprovechamiento político del torneo de fútbol femenino–, no hay una historia central en el filme sino que es, más bien, un retrato coral, con un estilo que bordea el documental (da la impresión que ninguna de las protagonistas es una “actriz profesional”) y que va mostrando cómo ese deseo circula cual balón de fútbol, como si pasara de unos a otros personajes sin solución de continuidad. Y, así en el fútbol como en la vida, ese balón pocas veces llega a la meta.
En la última parte del filme, ese deseo volverá a centrarse en lo estrictamente futbolístico, pero lo mejor de la película está en el afuera, en lo que pasa en esa “previa” del torneo en el que las jugadoras se miran, compiten, sueñan con ganar y, a la vez, trasladan ese deseo futbolístico a un terreno más personal. Hay algo de esa circulación de miradas mezcladas con el deporte que recuerda al cine de Marco Berger y Martín Farina. Para cuando pare la lluvia, lleguen las jugadoras que faltan y, en el medio del barro que cubre la cancha haya que definir el mini-campeonato, lo que ya sabemos de las protagonistas es tanto que, más allá del resultado, lo que nos importa son sus vidas. Y ése no es un logro menor de esta pequeña pero muy querible opera prima.
VIEJO CALAVERA, de Kiro Russo (8)
«Bueno para nada» es una definición que podría caberle perfectamente a Elder Mamami, el nominal protagonista de VIEJO CALAVERA, opera prima del realizador boliviano Kiro Russo, que estudió cine en Argentina (en la FUC) y ha hecho varios cortos premiados en diversos festivales. Elder vive borracho y peléandose con todo el mundo, es agresivo, hosco, ladrón, no hace nada todo el día y cuando su padrino le consigue un trabajo en la mina del pueblo boicotea tanto su trabajo que hasta sus propios compañeros piden que lo echen. Es que Elder no tenía ninguna intención de trabajar, pero como murió su padre en circunstancias un tanto misteriosas, no le quedó otra que tomar su puesto en la mina, gracias a la influencia de su padrino, que trabaja también allí.
Pero el filme de Russo está lejos de ser un relato de suspenso convencional y tampoco intenta convertirse en un drama acerca de la dura vida de los mineros. Más que cualquier otra cosa, es una inmersión sensorial a ese universo oscuro y peligroso, con la presencia del siempre borracho Elder como un elemento que suma tensión a cada plano. La fotografía de Pablo Paniagua crea climas perturbadores mientras observamos los largos pasillos ténuemente iluminados y las máquinas trabajando creando una sensación de infierno bajo tierra.
De tanto en tanto veremos conversaciones de los mineros hablando de sus problemas sindicales, debatiendo sobre qué hacer con Elder y, ellos también, bebiendo en cualquier ocasión que se presente. La narración, como el look del filme, es intencionalmente oscura, por momentos ardua de seguir. Pero no es eso lo que más le interesa al realizador. De hecho uno podría pensar que la misma historia permitiría un acercamiento más tipo thriller (por momentos recuerda al filme chino BLACK COAL, THIN ICE, que ponía el elemento policial por delante), ya que se deja entrever que entre el padre y el padrino de Elder puede haber habido algún conflicto, pero eso no se explora en profundidad.
Más inspirados en cineastas como Pedro Costa o Jia Zhangke, Russo y Paniagua utilizan las posibilidades del digital para crear planos sugerentes y ominosos tanto en la mina como en algunas de las viviendas. Tanto es así que cuando los mineros tienen una serie de actividades a la luz del día, parece que estuvieran en otro planeta. Y en algún punto lo están. Usando al protagonista más como puerta de entrada al universo que como un ser de compleja psicología (que tampoco parece fácil de descifrar, en su permanente estado de sopor alcohólico y palabras casi incomprensibles), y utilizando a verdaderos mineros en el resto de los roles, VIEJO CALAVERA es una inmersión cinematográfica densa y potente a un universo con sus contradicciones y complejidades. Y la mirada de Russo puede ser un tanto preciosista pero no es necesariamente políticamente correcta ni «bienpensante». Más bien es la de un observador que trata de ser lo más honesto posible con el mundo que eligió retratar.
ARABIA, de Affonso Uchoa y Joao Dumans (7)
En lo que parece ser un combo entre ficción y documental (o un muy logrado registro neorrealista enmarcado en otro más clásico), ARABIA propone un recorrido por la experiencia diaria y sufrida, a lo largo de los años, de un trabajador migrante del estado brasileño de Minas Gerais. El filme empieza como un clásico relato ficcional acerca de un adolescente que vive con su hermano un tanto enfermo –sus padres viajan todo el tiempo– pero pega un giro brusco cuando el aparente protagonista encuentra un diario de un trabajador que acaba de morir en un accidente. La lectura del diario abre las puertas al cuento dentro del cuento, uno que será relatado por la lectura del propio manuscrito.
Los directores van narrando las diferentes idas y vueltas laborales de Cristiano, un hombre que se gana la vida haciendo todo tipo de trabajos y yendo de un lugar a otro, suerte de trabajador “golondrina”, un buscavidas que recorre el estado de fábrica en fábrica, de campo en campo, tratando de sobrevivir. A lo largo de este viaje que abarca dos décadas, Cristiano se va cruzando con gente (amigos, una pareja, jefes y así) que la película va mostrando a partir de pequeñas situaciones, cuentos y anécdotas, como la que da título a la película.
Con actores que parecen ser no profesionales y muchas historias que parecen provenir de las verdaderas experiencias de los que las narran, ARABIA va avanzando con paso lento pero firme en esta especie de pintura panorámica y sensible acerca de las dificultades –y, en menor medida, los placeres– de la vida de este tipo de trabajadores. El look excesivamente prolijo y estudiado de la película por momentos opera en contra de la espontaneidad y la urgencia de algunas situaciones que se cuentan y, acaso, al protagonista le falta un poco de carisma para soportar todo el peso de la historia. Pero también es cierto que su rostro funciona más que nada como un receptáculo de historias, monólogos y situaciones que les suceden a los demás.
Humanista y sensible, calma y pausada como un cuento de campo (no es del todo absurdo, aunque suena raro, que usen música country norteamericana en más de una ocasión), ARABIA –una de las ocho películas que compite por los premios Tiger en Rotterdam– es un filme que muestra a un nueva generación de cineastas brasileños buscando encontrar un lenguaje propio, en cierto sentido cercano al de películas como BOI NEON, de Gabriel Mascaro, pero sin la potencia narrativa y visual de ese filme. A ARABIA le falta, tal vez, un poco de fuerza y originalidad para ser vista como una propuesta cinematográfica novedosa o renovadora, pero su neorrealismo empático y su generoso poder de observación le dan un valor propio que no es para nada desdeñable.
ESTIU 1993, de Carla Simón (9)
La autobiográfica opera prima de Simón, reciente ganadora del Premio a la mejor Opera Prima en la Berlinale, es una magnífica película acerca de la niñez, tomando con un enorme poder de observación, mucha humanidad y un magnífico entendimiento de su propia historia las dificultades de Frida, una niña de seis años que, a partir de la muerte por causa del sida de su madre en 1993, se va a vivir a la casa de sus tíos, en el campo, a unas horas de Barcelona.
Los tíos la adoptan como una hija suya, pero ellos ya tienen una propia, de 4 años, y la adaptación de la recién llegada no será sencilla por más amor y comprensión que todos le ofrezcan. Frida atraviesa una situación emocional complicada que no alcanza a procesar del todo y por más que se entretenga con su prima convertida en hermana pronto comenzará a irritarse y a irritar a sus nuevos padres y hasta pondrá en peligro la delicada armonía de esta nueva familia a partir de sus actos.
Si a eso se le suma la constante visita de sus amables pero excesivamente religiosos abuelos y los análisis de sangre que le hacen permanentemente (los que por momentos la transforman casi en una paria social, «la chica a la que no hay que tocar» por las dudas de algún contagio), la vida de Frida y su nueva familia se vuelve menos bucólica de lo que podría ser, pese a la bella casa y la apacible y bonita zona campestre en la que viven.
Simón captura a la perfección las delicadas emociones de la niña y de sus nuevos padres. Su filme no busca sobredramatizar ninguna de las situaciones que se viven y va desde lo más narrativo-episódico (las travesuras, berrinches y caprichos de Frida) a otra zona un tanto más observacional e impresionista, tratando de capturar en imágenes y gestos las ambiguas vivencias de la niña y los que la rodean. La inolvidable escena final, seguramente, hará que los espectadores salgan del cine no solo con lágrimas en los ojos sino con la sensación de haber atravesado una experiencia emocional honesta y verdadera. Tan confusa, extraña y memorable como la niñez.
NIÑATO, de Adrian Orr (7)
Con bajísimo presupuesto y lo que podría definir, sin ironía alguna, muchos «recursos humanos», esta pequeña película se centra en la vida cotidiana del personaje cuyo apodo le da título al filme, un treintañero que se dedica al hip-hop, tiene que hacerse cargo de sus tres hijos y no le queda otra que vivir en la casa de sus padres. Interpretado por la verdadera familia en algo que podríamos definir como docuficción, la película de Orr se ocupa de detallar los esfuerzos diarios de David por cumplir su función de padre –que no son pocas– mientras intenta sobrevivir a la difícil situación económica en la que se encuentra.
El disparador dramático del filme es la posibilidad de que su novia actual se vaya al exterior a hacer una beca, pero en su breve desarrollo el acento del filme está puesto en el detalle de la relación del padre con sus hijos, que por momentos parecen no prestarle atención pero que, finalmente, dejan en claro que tienen un vínculo profundo con un hombre que, pese a sus limitadas posibilidades y caótico estilo de vida, hace lo posible por crear un fuerte lazo con ellos. Mostrándolos buena parte del tiempo en el espacio cerrado y bastante oscuro en el que conviven, la película deja por un lado una sensación de desamparo y angustia, pero a la vez deja entrever una pequeña luz ligada a ese protegido espacio familiar que logra construir pese a un desangelado universo que pone todas las fichas en su contra.
95 AND 6 TO GO, de Kimi Takesue (7)
Otra de las películas del BAFICI en poner un fuerte acento en la familia, este documental rodado por una cineasta norteamericana de origen japonés se centra en la relación entre la propia documentalista y su abuelo, que tiene más de 90 años. Kimi –a quien escuchamos hablarle detrás de cámara pero casi nunca vemos– está escribiendo un guión que quiere producir y que, al ser una historia de un japonés que se enamora de una mujer pese a estar casado, pide consejos a su abuelo para que lo ayude con el texto. El simpático y vivaz anciano se toma seriamente el trabajo y empieza a aconsejarla, revelando a partir de esas charlas su propia historia personal.
Tom Takesue es viudo y vive en Hawaii, rodeado de un bello y azul mar. También ha tenido otras tragedias personales, pero a diferencia de lo que uno podría imaginar, el hombre es muy práctico y poco emocional a la hora de hablar del guion y de cómo eso se puede conectar con su propia historia. Le hace modificaciones, le recomienda a su nieta que pasos seguir para lograr filmar la película –la música es un tema clave y a Tom le interesa saber cómo funcionan las cosas en la industria del cine– y, mientras ambos conversas y recuerdan, es ésta la película que, claramente, en un momento Kimi se dio cuenta que había que hacer. La otra, no solo podrá esperar, sino que en cierto modo aquí ya está incluida.
Esa manera más práctica y menos sentimental de enfrentar esa serie de conversaciones que recorren buena parte de la vida y de los sufrimientos (pobreza, guerra, muerte de seres queridos) del personaje hacen que la película tome giros imprevisibles. Y si bien, por momentos, es un tanto caótica y desorganizada en su construcción, mantiene siempre el eje claro en su protagonista, un personaje que llega a la edad que da título al filme (ya verán a qué viene el «6 to go») todavía capaz de elegir no solo el título que quiere para la película de su nieta sino también las canciones que mejor cuentan su historia.
DARK NIGHT, de Tim Sutton (7)
Seguramente muchos recordarán la masacre que hubo en un pueblo en Estados Unidos cuando alguien, disfrazado, entró a un cine en el que daban BATMAN: EL CABALLERO DE LA NOCHE ASCIENDE y asesinó a una docena de personas hiriendo a muchas más. El filme de Sutton parte de ahí (el título, de hecho, revela esa cercanía) para intentar poner en imágenes una situación potencialmente similar. No trata de recrear ese crimen (de hecho, se lo ve en las noticias de la TV) sino montar una situación lo suficientemente similar como para entender qué puede llevar a los jóvenes y alienados habitantes de un pequeño pueblo a cometer actos de este tipo.
Sin duda, la referencia más clara y evidente del filme es ELEPHANT, de Gus Van Sant, así como varias de esas películas independientes norteamericanas que muestran la vida en los suburbios como una especie de infierno de aburrimiento sobre la tierra. Aquí se nos muestra la vida de un grupo de personajes, cualquiera de los cuáles capaz de cometer un crímen de similares características.
Un adolescente es «entrevistado» por el director junto a su madre y parece compuesto e inteligente, pero luego sabremos que casi no sale de su cuarto y que el único amigo que tiene está online y no lo conoce personalmente. Otro grupito de skaters pasa de consumir drogas a circular por estacionamientos con la vista perdida en la nada. Un veterano de la guerra de Irak que sufre claros síntomas de stress post-traumático hace terapia con otros en similar situación pero sigue obsesionado con sus armas. Una aspirante a modelo no hace otra cosa que sacarse selfies en poses sexies y subirlas a redes sociales. Un joven solitario que ha sido aparentemente dejado por su novia recorre la ciudad en auto y parece estar planificando algo espantoso. Una chica latina es marginada por las otras chicas de su clase. Esos, y otros, son los personajes que el filme muestra en su cotidianeidad, casi sin diálogos más allá de los circunstanciales. Todo, claro, parece encaminarse a un final igual de traumático que el de aquella masacre.
Sutton logra transmitir de manera magnífica y perturbadora ese clima de soledad y alienación. No trata de entender ni de justificar a personajes que podrían cometer actos de este tipo sino de mostrar el universo casi vacío de sentido y de objetivos en el que viven. Algunas de las observaciones pueden parecer un tanto obvias o ya comentadas hasta el hartazgo –los videojuegos violentos, la libertad para conseguir armas, el bullying, la desconexión emocional, la profunda soledad– como motivos de potenciales actos criminales, pero lo que importa aquí es cómo Sutton organiza visualmente y da sentido a esas formulaciones propias de columnas de opinión. Y si bien los momentos con acompañamiento musical del filme (y algunos oníricos) probablemente sobren, la película casi en ningún momento pierde de vista su centro: mostrar los suburbios de un pequeño pueblo casi como un desierto apocalíptico en el que los personajes que lo habitan siempre están a un paso de perder el ténue hilo que todavía los une al mundo real.
LIBERAMI, de Federica Di Giácomo (8)
Este documental italiano apunta a un tema controvertido: la relación de la Iglesia con el exorcismo. El filme se centra en un cura italiano que en un pueblo de Sicilia realiza exorcismos, tanto en misas generales como en citas particulares y, lo que es más absurdo aún, por teléfono. Hacia él van decenas, cientos de personas con evidentes problemas psiquiátricos quienes, junto a sus familiares, recurren a religiosos de este tipo que, por lo general, recitan similares mantras (en plan «fuera Satánas») y les dicen a las familias que todo pasará si creen más en Dios y van más seguido a la Iglesia. A su Iglesia.
El filme hace foco en un grupo de personajes –una mujer y una adolescente que sufren ataques y un joven adicto con tendencia a actos violentos– y los muestra, tanto en la iglesia como en sus casas, haciendo sus sesiones y atravesando momentos de aparente posesión demoníaca. La directora los muestra muy de cerca, pero no subraya ni toma posición directa respecto a lo que vemos, por lo que dependerá en muchos casos de cómo cada espectador se relacione previamente con este tipo de creencias si toman a estas prácticas como absurdas o sensatas. Pero todo parece indicar que hay mucho de «chanta» en el cura en cuestión (luego veremos que hay más, muchos más, y que la práctica están en franco crecimiento) y mucha confusión y miedo en los personajes «poseídos» y, especialmente, en sus familiares.
La presencia excesivamente cercana de la cámara es, sin duda, un elemento a tomar en cuenta, ya que es inseparable de esas «performances» de posesión demoníaca. Entendiendo que los familiares dieron permiso para ser filmados es difícil saber hasta qué punto la cámara no es un elemento que modifica o altera los comportamientos de personas que, es evidente, están realizando algún tipo de llamado de atención o pedido de auxilio. Si los medicamentos no pueden y el cura tampoco, tal vez las cámaras los salven de Satanás.
OUT THERE, de Takehiro Ito (8)
Intima y melancólica, pero a la vez poética, política y cinéfila, la opera prima de Ito es una reflexión sobre la identidad contada a partir de las experiencias de Ma, un joven taiwanés que ha vivido también en Estados Unidos y Japón pero que, si bien habla los idiomas de todos los países, no se siente del todo a gusto en ningún lugar. No pertenece ni a Taipei ni a Tokio ni mucho menos a «América». Si existe algún «lugar» o espacio en el que encuentra algunas señales de identidad es el cine. Ma es actor, o se presenta al menos al casting de una película para convertirse en uno y, tal vez, encontrar allí su lugar de pertenencia.
En su un tanto complejo entramado, el filme se nutre de tres ejes/espacios centrales. Por un lado está la entrevista del casting en sí, en la que Ma responde a las preguntas de Haruo, un director de cine japonés, que está tratando de hacer una película en Tokio tras tener que cancelar el rodaje de otra en Taiwan. Por otro lado la película sigue a Ma en sus recorridos urbanos en rollers y, en Taipei, conversando a sus padres quienes –en secuencias que parecen documentales– le cuentan sobre su historia personal y los motivos que los llevaron a emigrar y luego volver. En otro espacio podemos ver lo que parece ser el inicio de una relación entre Ma y una chica combinadas con imágenes que bien podrían pertenecer a la película que filman.
Si bien entender del todo bien cómo encajan las piezas puede ser arduo, se recomienda no enredarse demasiado en eso y disfrutar de los climas y diálogos que el filme propone: los recorridos en patines por las calles de Tokio capturados por una steadicam, las íntimas conversaciones de Ma con sus padres, sus paseos por cines abandonados y la relación que establece tanto con la chica como con el director, que tiene también sus propios problemas, tanto de identidad como de producción, ya que realizar el filme que quiere le está resultando complicado.
Con ese pianito tan clásico como encantador de los dramas japoneses, OUT THERE presenta una serie de viajes literales e imaginarios en lo que finalmente es una película centrada en la noción de encontrar un lugar en el mundo, aún cuando ese lugar sea uno imaginario como el cine. Con un estilo influenciado en parte por el cine de Edward Yang (Ito hizo esta película cuando se cayó la producción de un documental que estaba haciendo sobre ese director y usó materiales pensados para aquel filme), esta coproducción entre Japón y Taiwan es una de las más frágiles y delicadas ofertas de la competencia oficial. Y si bien podría ser un tanto más breve (dura 142 minutos y podría ser más efectiva, en especial en su segunda mitad, con varios menos), su reflexivo pero a la vez encantador espíritu nos acompañará por días luego de verla.
THE WEDDING RING, de Rahmatou Keita (6)
Como una fábula que transcurre en las castas más altas de una ciudad de Niger (Zinder, en el llamado Sultanato de Damagaran), este filme muestra lo que sucede cuando Tiyaa, una joven mujer, vuelve allí tras pasar varios años estudiando en Francia. El choque se produce entre los hábitos tradicionales de las aristocráticas familias del lugar (a las que ella pertenece) y las nuevos y occidentales costumbres de Tiyaa, quien se ha enamorado allí de un hombre también de origen africano pero de otra tribu y descendencia.
La película seguirá las peripecias de Tiyaa, sus amigas y familiares, ligando su propia situación sentimental (que aparece en unos un tanto telenovelísticos y breves flashbacks) a las de muchas de las otras mujeres del grupo: algunas escapadas de sus casas a partir de situaciones tensas con sus maridos, otras buscando parejas siguiendo, o no, los rituales tradicionales. Ella, en tanto, observa y espera, tratando de que el choque cultural de su secreto romance no le traiga más problemas a su gente. Es por eso que acepta, a regañadientes, la ayuda de un «zimma», suerte de vidente del lugar, quien la ayudaría –mediante un curioso mecanismo simil brujería– a mejorar las dolencias de su «corazón partido».
Keita cuenta su historia de una manera cercana a la de cuentos como «Las mil y una noches». Hay algo de relato tradicional y clásico, formalmente conservador aunque con una perspectiva ligeramente feminista. Los tiempos son pausados y los diálogos por momentos pecan de obvios y reiterativos, pero lo que a la película le falta en cuanto a interés formal lo recupera en cuánto a curiosidad sociológica. Es cierto que por momentos bordea cierto pintoresquismo en el detallado retrato de los coloridos y curiosos hábitos culturales de esta aristocrática tribu de la región saheliana, pero a la vez se trata de un universo casi en vías de desaparición por lo que su registro, aún en este esquema un tanto vetusto del relato cinematográfico, es valioso para hacerse una pintura de Africa bastante diferente a la más conocida.
PORTO, de Gabe Klinger (8)
El crítico y ahora cada vez más afianzado cineasta Gabe Klinger presentó en la sección Nuev@s Realizador@s del Festival de San Sebastián PORTO, su primer largo de ficción después un muy buen documental sobre Richard Linklater y James Benning (DOUBLE PLAY). Es una historia de un amor breve e intenso que se desarrolla, mayormente, a lo largo de unos pocos días en la ciudad portuguesa que da el título al filme. La película no trabaja sobre un desarrollo narrativo convencional, sino que cuenta primero desde el punto de vista de él, luego del de ella y, por último, del de ambos, ese romance furtivo, maravilloso y potencialmente desgarrador que puede durar apenas una noche pero impacta durante toda la vida.
Un poco a la manera de Wong Kar-wai –el acercamiento poético al romance tiene algunos puntos de contacto con CON ANIMO DE AMAR, pero poco y nada de su reserva y pudor– y con toques evidentes del cine francés de los ’70 (Jean Eustache, principalmente), PORTO narra en distintos formatos (Super 8, 16mm y 35mm) en forma de rompecabezas la historia de amor entre Jake (Anton Yelchin, en su último trabajo antes de su trágica muerte hace pocos meses) y Mati (Lucie Lucas), un norteamericano y una francesa que se cruzan en la bella y antigua ciudad portuguesa de Porto y quedan prendados, uno del otro, en cuestión de minutos.
Narrativamente la película se construirá de a retazos, yendo y viniendo en el tiempo, pero más allá de cierta confusión que las idas y vueltas puedan causar en el espectador pronto queda claro que la cronología específica es lo de menos. Lo que PORTO trata de captar y en gran medida lo logra es la sensación de ensoñación, mareo y fascinación de un romance que nace por casualidad, se convierte en una noche de sexo y pasión e impacta a sus protagonistas de manera tal que los hace creer, en ese momento, que es algo único en sus vidas y que durará para siempre. Algo que no suele suceder, digamos…
Tanto en los “antiguos” recursos visuales (el uso del Súper 8 es notable) como en la entrega emocional de los actores y en el crudo romanticismo imperante, la película parece un objeto casi de otra época, alejado de cualquier tipo de moda, de comportamientos cínicos o cancheros, y con personajes que parecen entregarse a esta aventura con todo lo que tienen para dar. Si bien él es norteamericano y ella francesa, el look antiguo de la ciudad invade cada poro del relato dándole un tono melancólico y una cierta tristeza que podríamos definir como portuguesa aunque, tomando en cuenta el origen brasileño del director, más bien habría que definirla como el concepto de saudade vuelto cine.
PORTO es bella, triste y romántica, una sensación de enamoramiento furtivo y de fractura emocional posterior que impacta a cualquiera que haya vivido una historia de amor que, por más fugaz que pueda haber sido, se transformó en un hecho fuerte de su historia personal. Estos dos expatriados buscándose la vida y encontrándose en los lugares más recónditos tal vez no terminen pasando demasiado tiempo juntos, pero esas horas, esas miradas, esos momentos románticos y esos quebrantos emocionales no los olvidarán fácilmente. Y la película es como la puesta en escena visual de esa sensación, la de la ensoñación del enamoramiento, la de la saudade de lo que podría haber sido.
WIND, de Tamara Drakulic (7)
Una chica de 16 años pasa el verano con su padre en unas playas paradisíacas pero bastante deshabitadas de la costa montenegrina. Para Mina, allí no hay mucho para hacer, más que observar a un grupo de jóvenes con aspecto de surfistas que practican con enormes barriletes que se mueven brutalmente con los vientos del lugar. Pero a Mina no le interesa estar con ellos, no tolera demasiado a su padre (quien parece dejarla sola todo el día e irse a visitar a alguna novia) y encima tiene que estudiar para un examen. De hecho, lo que la chica querría hacer es pasar una semana en un hotel en Tunez, como lo hacen sus burguesas amigas.
La película retrata durante buena parte de su breve metraje el aburrimiento de la un tanto caprichosa Mina en ese lugar lleno de pájaros y playas solitarias. Si bien puede ser comprensible que para una adolescente de su edad un lugar así aparezca como el colmo del «embole» también rechaza las invitaciones de los otros a unirse a su grupo. Hasta que de a poco no le queda otra que empezar a conectar, con ellos y con el ambiente.
Drakulic es muy precisa para mostrar la bucólica abulia que atraviesa la protagonista, pero el problema que tiene el filme no está ligado a su falta de propulsión narrativa (gran parte del tiempo se pasa con ella en la playa, tirada, mirando al mar, nadando o durmiendo en una hamaca) sino a que la protagonista es un tanto insoportable, una suerte de burguesa caprichosa que no hace más que quejarse mientras mira la puesta de sol en una casa frente al mar. Recién sobre el final –por motivos que no conviene revelar– el personaje empieza a volverse un tanto más reconocible y la película cobra un interés mayor, poniendo a la historia en una zona más cercana a un clásico «coming of age» o de esas historias de potenciales romances playeros cercanas al espíritu de Eric Rohmer. Toma un tiempo, pero como la película apenas dura poco más de una hora, vale la pena esperarlo…
EL CANDIDATO, de Daniel Hendler (8)
La segunda película del reconocido actor uruguayo tiene un planteo inquietante y un tono de comedia oscura que lo hace aún más curioso. En una estancia enorme (nunca se aclara si es en Uruguay o en Argentina, aunque tomando en cuenta que comen «pulpón» como corte de carne en un asado vamos a suponer que es Uruguay) un grupo se reúne para preparar el lanzamiento de la campaña política de un empresario. Si bien cualquier parecido con la realidad puede ser pura casualidad, digamos que se trata de un empresario millonario que no tiene pasado político ni una ideología muy definida y que una de sus obsesiones principales es despegarse lo más posible de su padre, a quien claramente pertenece la fortuna familiar.
Muy bien interpretado por Diego De Paula, este personaje un tanto extraviado en sus propios pensamientos (o en la nada, o en las estrellas de Hollywood que tanto le fascinan) y que apenas conecta, y de las formas más extrañas, con quienes lo rodean, se somete a su manera a las decisiones de este grupo de publicistas y ayudantes (la directora de campaña, un diseñador gráfico, un sonidista, un jefe de campaña, un hitchcockiano asistente, etc.) a sus ideas respecto a cómo transmitir su imagen a los votantes.
En esas bizarras discusiones –en las que se discuten, además de tipografías, tipos de pájaros o de árboles que mejor representan la idea del candidato, aunque no haya una idea real que representar– quedan en claro que el aparato puede estar en marcha, pero nadie tiene mucha idea de que quiere, políticamente hablando, el candidato en cuestión. «¿Usted es de centro?», pregunta el recién llegado, joven y más inocente diseñador. «No, no me gusta el centro –contesta–. Prefiero extrema izquierda o extrema derecha, el centro es aburrido».
En medio de las un tanto absurdas idas y vueltas de la preparación de la campaña, es evidente que hay algunos manejos internos y fidelidades no del todo claras dentro del grupo, conflictos que saldrán a la luz cuando, en un asado preparado para recibir a la hermana del candidato (una mujer con más experiencia en política de la que él se quiere alejar para formar su propia agrupación) se descubran algunos secretos.
Seca sátira política, la película de Hendler no da nombres pero deja evidente espacio para una lectura por ese lado hecha desde el ámbito local. Con un elenco que completan Ana Katz, Verónica Llinás y César Troncoso, entre otros, el que verdaderamente se luce es De Paula, entendiendo a la perfección esa suerte de cómica alienación con arranques de bonhomía o de infantiles caprichos (la discusión sobre qué cortes de carne usar en el asado es clara al respecto) de aquellas personas que parecen funcionar más allá del bien y del mal. Como cierto políticos, empresarios y celebridades.
FUERA DE COMPETENCIA
ATRAS HAY RELAMPAGOS, de Julio Hernández Cordón (8)
El cineasta guatemalteco-mexicano nacido en Estados Unidos (lo sé, es complicado) filma esta vez en Costa Rica y entrega la que para mí es su mejor película desde LAS MARIMBAS DEL INFIERNO. Con personajes y temáticas comunes a filmes como el reciente TE PROMETO ANARQUIA pero sin la oscura crudeza de ese filme que transcurría en México, ATRAS HAY RELAMPAGOS toma como personajes principales a un grupo de ciclistas que hacen BMX, esa modalidad acrobática que los acerca a los skaters. Y se centra en dos de ellas, grandes amigas –Ana y Sole– que también se entretienen armando bromas a lo «Jackass» en lugares públicos como supermercados y así, de los cuáles escapan en sus veloces bicicletas.
Pero de un día para otro sus vidas pegarán un giro inesperado. Estando en la casa familiar de Sole –un enorme predio de su adinerada abuela– revisan unos autos viejos que eran de su abuelo y encuentran en uno de ellos un cadaver un tanto descompuesto. Ana quiere llamar a la policía y Sole no quiere meter a su senil abuela en problemas. Pero como tienen ganas de usar ese auto, no tienen mejor idea que mover el cadáver al baúl de otro de los coches. Y para cuando finalmente llega la policía al lugar las chicas se han implicado solitas en el asunto. En realidad, Sole es la que es detenida, ya que ella decide hacerse cargo sola y no enredar a su amiga.
Cuando todo parece indicar que la película seguirá con la investigación del caso, el director pega un inesperado giro narrativo y decide continuar la historia mostrando como las chicas y el grupo de bikers siguen sus vidas primero tratando de hacer como si nada hubiera pasado pero luego teniendo que lidiar con algunas emociones y situaciones que derivan del caso: la realidad les dio un golpe del que no podrán salir tan fácilmente aunque pretendan hacerlo. El interés del realizador de GASOLINA pasa más por ver cómo este grupo, y estas chicas de situación económica acomodada, pueden llegar a salir sin muchos problemas de las situaciones legales en las que se han metido (no es que cometieron un crimen, pero lo que tontamente hicieron es severamente penable por ley) pero cómo, de todos modos, sus vidas han sido afectadas definitivamente. En eso recuerda un poco al filme chileno AQUI NO HA PASADO NADA, de Alejandro Fernández Almendras.
Con muy buena música (incluyendo a Santiago Motorizado haciendo una versión acústica en vivo de un gran tema de El Mató a un Policía Motorizado), la película tiene una ligereza de tono que no tapa del todo la situación difícil que viven pero que da a entender cómo los personajes juegan en una zona gris entre la impunidad, la libertad, la irresponsabilidad y cierta ignorancia del «afuera». A la vez, arma una pintura del mundo de los bikers que refleja claramente sus modos de comunicación y hábitos (hay algo del cine del argentino Mariano Blanco en ese tipo de retrato). ATRAS HAY RELAMPAGOS no necesita de shocks (salvo en un momento) ni de subrayar lo complejo de las situaciones ligadas a la violencia social, la inmigración y el privilegio de clases para engancharnos en su historia y lo que se mueve por debajo. Y no solo eso. Nos hace querer y entender a sus chicas protagonistas, por más confundidas e irritantes por momentos puedan ser.
NO INTENSO AGORA, de Joao Moreira Salles (9)
A una década de su extraordinario documental SANTIAGO, el menor de los hermanos Salles regresa con el trabajo más ambicioso de su carrera, uno que combina el análisis de material documental familiar filmado en China por su madre a fines de los ’60, en plena revolución cultural maoísta, con materiales periodísticos de las distintas revueltas europeas de esa misma época, especialmente la francesa. El eje de Moreira Salles no está, sin embargo, en hacer una historia o un racconto de esa intensa época política sino en observar sus contradicciones, analizar esas imágenes casi como un espía para tratar de ver más allá de las palabras que los distintos actores de esos movimientos manifiestan en primer plano.
El estudio es minucioso y muy sorprendente. Por un lado, Salles muestra el viaje de su madre con imágenes increíbles capturadas en China en la época más optimista de la Revolución Cultural, revolución con la que su madre parece entusiasmada, pero que develan ser más complejas de lo que parecen vistas hoy. Por otro lado, sorprendido de que ella haya viajado a China en pleno caos parisino –donde la familia estaba viviendo entonces–, el director analiza los movimientos estudiantiles franceses, las dificultades que tuvieron para convencer a la clase obrera y la manera en la que fueron manipulados y finalmente vencidos por la inteligencia de De Gaulle, los medios de comunicación y hasta la publicidad, que transformó sus míticas frases «revolucionarias» en slogans comerciales. En ese sentido, las idas y vueltas de Daniel Cohn-Bendit, lider de ese movimiento, es uno de los ejes narrativos de la parte francesa del filme.
La extensa película hablará también de la gente que quedaba en segundo plano en esos movimientos (las mujeres y los «no-blancos») y cómo una serie de crímenes y suicidios fueron impactando a la población de distintos países (Checoslovaquia, a partir de la primavera de Praga, y el propio Brasil, con sus movimientos de resistencia a la dictadura) de distintos modos. De una manera bastante abarcativa, lo que intenta Moreira Salles no es desestimar ni desprestigiar del todo a estos movimientos, sino mirar por detrás de la verborragia, de las discusiones del noticiero de TV, y leer las imágenes que muchas veces contradicen lo que se dice. Salles observa los materiales como quien, con el tiempo y la memoria de su lado, puede ver una serie grande de grises donde antes solo se veían blancos, negros… y rojos.
NOCHES ESPECIALES
LAI, de Rusi Millán Pastori (8)
Una de las más originales y creativas biografías de un escritor, este documental se centra en el ya mítico autor de «Los Sorias», Alberto Laiseca, fallecido el año pasado. Pero lejos está el realizador de elegir formatos convencionales para recordarlo, homenajearlo o describir su trabajo. Lo que hace es mostrarlo en la intimidad de su taller con sus alumnos, en conferencias, charlas y una muy inquietante lectura para un grupo de alumnos de escuela primaria que seguramente jamás olvidarán esa mañana en que un veterano con un gran bigote y voz de ultratumba vino a contarles historias de terror.
El director desconecta las imágenes del audio en muchos momentos por lo que las charlas e historias son muchas veces seguidas de imágenes que describen su taller, fotos de su pasado, su biblioteca, videoteca y así. De a poco, el propio «Lai» nos irá envolviendo con sus historias sobre su hasta ese momento no concluida novela sobre Vietnam, una de sus grandes obsesiones (la otra, «las tetas»), sobre la saga del monarca portugués Pedro I y su trágica historia de amor, sobre su desprecio por la cerveza fría, sobre sus incumplidos deseos de juventud de convertirse en asesino serial y otros cuentos ante los oídos de sus alumnos (uno de ellos es la escritora Selva Almada), de la cámara y, por ende, de los espectadores.
Sin caer en casi ninguno de los lugares comunes del género –hay elementos biográficos dispersos, pero siempre ubicados de manera sutil, salvo unas mínimas e innecesarias reconstrucciones de su infancia– y sin duda ayudado tanto por la personalidad poco convencional del escritor así como por haber sido hecho y armado con Laiseca aún vivo (lo que lo evita caer en la hagiografía tan propia del homenaje), LAI es igualmente, y por esos mismos motivos, el mejor homenaje que el autor podía haber recibido, uno que respeta su inconfundible voz, su inconformismo, su singular personalidad y, claro, sus obsesiones.
TODO SOBRE EL ASADO, de Gastón Duprat y Mariano Cohn (3)
No quiero ya ser repetitivo con el tema –mi opinión sobre las películas de Cohn-Duprat ya está bastante expresada en otros posts y críticas–, pero me sigue resultando sorprendente que se considere a esto que hacen como «cine». Su último, digamos, trabajo, muestra las peores facetas de este dúo: es un documental (por momentos falso) condescendiente, burlón, poco imaginativo, con un humor infantil, filmado con dos pies izquierdos y narrado como si los espectadores fueran idiotas o tuvieran cuatro años recién cumplidos sobre, digamos, la cultura del asado en la Argentina.
Con la voz grabada de «El Negro» Alvarez como narrador y en muchos casos falso entrevistador (las preguntas salen de su voz pero suenan grabadas la mayoría a posteriori, lo cual hace pensar que no es él muchas veces el que hace las entrevistas), el filme va recorriendo todos los lugares comunes posibles de la cultura del asado y la parrilla argentinas en un viaje en el que aprovechan para burlarse o dejar mal parados (sin que la mayoría de ellos se den cuenta cuando están siendo filmados, ahí está la clave siniestra de todo el asunto) a decenas de personas ligadas al tema, desde carniceros hasta dueños de parrillas, desde personas comunes a doctores/psicólogos, desde especialistas en halitosis hasta el propio narrador, que da la impresión de no caer en la cuenta que, la mayor parte del tiempo, está siendo tratado de estúpido. Muchos de los entrevistados, aclaro, parecen falsos, como si parte del chiste fuera inventar especialistas y especialidades que no existen.
En algún que otro momento se puede sacar un dato que otro interesante para los que se dedican al tema (en lo específico, no en las banalidades de la «cultura argentina del asado»), pero el tono es tan sobrador, tan irritante que es imposible tomarse con humor lo que se intenta mostrar, ya que el sistema consiste básicamente en reírse de la persona entrevistada o exhibida cual estatua, por sus costumbres, sus dichos o su aspecto. Sea real o no lo que se muestra ahí –por momentos parece falso–, la secuencia de la familia judía que se dedica a preparar chacinados y que tiene un hijo con algún tipo de deficiencia mental es directamente repudiable. Y así, uno tras otro. Sobre el final, el llanto del dueño de un restaurante al hablar del poco reconocimiento que tienen los trabajadores en la cocina genera el único momento que suena genuino y emotivo en todo el filme. Ese nivel de humanidad se les debe haber escapado sin querer…
EL BAR, de Alex de la Iglesia (4)
Es innegable que el tema de “El Mal”, así en mayúsculas, es central al género del terror y del suspenso. Y lo es, también, a la carrera del español Alex de la Iglesia. Allí donde la tensión se pueda generar poniendo a una persona a hacerle cosas horribles a otra –y viceversa–, allí es donde el realizador de LA COMUNIDAD meterá la cabeza de lleno. Es esa negrura que traen, per se, la que causa los problemas que atraviesan. Si algo distinguía a una reciente película de cierto linaje similar como INVASION ZOMBIE era que, ante el ataque de las criaturas, uno ponía su “corazoncito” en la salvación de los sobrevivientes. Salvo uno, claro, que era más malo que la peste y uno deseaba verlo crujir.
Bueno, imaginen que en EL BAR todos los personajes –o casi todos– son como ese gordito empresario del filme coreano. Imaginen, entonces, tratar que nos importe, por más mínimo que sea, cómo salen del problema en el que se han metido. Es imposible. Hay personajes que desaparecen, mueren, y jamás nos enteramos ni nos importa lo que les ha pasado. Y hay otros que seguirán viviendo para poder demostrar(nos) que ante cualquier situación medianamente de vida o muerte, los seres humanos sacaremos sin duda lo peor que tenemos adentro y haremos todo lo que esté a nuestro alcance para salvarnos y, a la vez, cagarle la vida a los demás. De eso, después de todo, parece tratarse el siglo XXI. Y ése, dirían algunos, es el profundo comentario social de esta película cuya única profundidad es la de las cloacas (otra metáfora, vea) en la que muchos personajes terminan…
Pero De la Iglesia no parece actuar como un crítico o denunciante de esa situación. Tanto la disfruta –a juzgar por la mayoría de sus películas– que da la impresión que la comparte. La humanidad es insalvable y tanto los que están en “el bar” o fuera de él son igualmente merecedores, por distintos motivos, de perecer: por su miserabilismo, su misoginia, su egoísmo, su crueldad (cloacas, ¿entienden?). En algún momento un personaje see justificará con una especie de “el mundo me hizo así/no puedo cambiar”, pero esa admisión de fragilidad no cambiará nada. Dos minutos después ese mismo personaje cometerá un acto repulsivo. Porque, bueno, hay que sobrevivir como sea.
Lo que causa esta nueva versión de la clásica historia de “eran diez indiecitos” es, en principio, un misterio. Tanto que lo mejor sería no adelantar nada ya que ni los trailers lo hacen. Hay un grupo que, por distintos motivos y distintas circunstancias, coincide en un bar de mala muerte del centro de Madrid una mañana cualquiera. Uno de ellos sale afuera y recibe un tiro en la cabeza. Otro corre a ayudarlo y le pasa lo mismo. La gente en la calle desaparece. Los cadáveres también. En la tele no dicen nada, la policía no aparece y los celulares no tienen señal. ¿Qué está sucediendo? ¿Ehhhh?
Como si haber visto LOS OCHO MAS ODIADOS de Tarantino le hubiera dado una inyección de adrenalina en plan “homenaje”, EL BAR tratará de ser su versión urbana y semi-apocalíptica de ese formato narrativo, muy de obra teatral. Hay un grupo de gente en un bar. Algo horrible pasa y no se sabe ni qué es ni quién es el culpable, por lo que obviamente se empiezan a tirar unos a otros con toda la artillería posible. Y no diremos más: lo que sigue será una maquinaria de calamidades repulsivas que se irán apilando unas tras otras, para sufrimiento y tortura no solo de los espectadores sino del elenco encabezado por Blanca Suárez (quien tendrá que terminar en ropa interior, obviamente), Mario Casas, Carmen Machi y nuestro Alejandro Awada, entre otros, quienes no la pasarán nada bien en los agotadores cien minutos del relato.
De la Iglesia tiene el talento suficiente para generar algunos momentos de genuino humor y otros de creciente suspenso, pero el desinterés casi programático que generan sus personajes hacen que esos pequeños momentos no se sostengan en el tiempo. Es, básicamente, la historia de un montón de imbéciles haciéndose cosas horribles entre sí para escapar de una segura muerte, muchos de ellos, literalmente, hundiéndose en la mierda… Y una escena se encadena con la siguiente sin giro alguno en la lógica y un mismo nivel de griterío permanente: una mujer que busca el amor pero no lo encuentra, un publicitario creído, el clásico “predicador diabólico”, la señora solitaria, la dueña mala onda del local y así. Un catálogo de personajes desesperados y desesperantes que hacen de EL BAR una experiencia que solo apreciarán los ultrafanáticos del director de EL DIA DE LA BESTIA.