Series: crítica de «Sharp Objects», de Jean-Marc Vallée (HBO)

Series: crítica de «Sharp Objects», de Jean-Marc Vallée (HBO)

por - Críticas, Estrenos, Series
27 Ago, 2018 08:13 | comentarios

Culminó la miniserie (o la primera temporada, nunca se sabe en estos casos) de la adaptación de la novela de Gillian Flynn. Protagonizada por Amy Adams y Patricia Clarkson, contó con buenas actuaciones y un tono inquietante pero muy malas decisiones de dirección y puesta en escena que terminaron arruinando el producto.

Hay muchas escenas que podrían ejemplificar esta idea que quiero desarrollar sobre SHARP OBJECTS pero voy a citar solo una, que me parece por demás evidente, si bien en el curso de la trama es menor: el personaje de la novia de John Keene, uno de los principales sospechosos de las muertes de dos chicas en Wind Gap. Escena tras escena, su única relación con la trama es si contar o no contar lo que sabe (o no sabe) en función de si eso la hará aparecer en los diarios y en la televisión. Una y otra vez, ante cada posibilidad, su único motivo y tema de conversación es ese y sus diálogos no salen de ahí. Es como si alguien en el guion hubiese escrito «MOTIVACION: SER FAMOSA, MEJORAR SU STATUS SOCIAL» y todos lo demás surgiera de ahí.

Es más complejo, pero bastante parecido lo que pasa con Camille (Amy Adams). Para reforzar que es alcohólica tiene que beber en TODOS los planos, ante cada vaso, copa o botella que aparezca, una y otra vez, sin parar. Sabemos que es alcohólica, nos quedó claro a los 5 minutos de serie. ¿Hace falta reiterarlo mil veces? Podría decir lo mismo de Alan, el inoperante marido de Adora y padrastro de Camille. Sabemos que escucha música en equipos excesivamente costosos y a alto volumen quizás para negar/tapar lo que sabe que sucede en otras partes de la casa. La serie nos lo muestra decenas de veces y, encima, cada canción que pone tiene un IMPORTANTE SIGNIFICADO en relación a la trama. ¿Es necesario?

Si a estas cosas se le agregan el exasperante uso de un montaje clipero que intenta generar la idea de que Camille vive (en cierto modo como el personaje de la propia Amy Adams en LA LLEGADA) mentalmente en diferentes momentos de su vida a la vez, la un tanto absurda idea de que en una ciudad supuestamente acechada por algún tipo de asesino en serie las chicas se pasean en mini-shorts y patines una y otra vez, una y otra vez, una y otra vez (y todos se cruzan con todos siempre), y la para mí un tanto incomprensible necesidad de mostrar el auto-flagelo de la propia Camille con TODO su cuerpo cubierto de cortes (juro que hice pruebas estirándome y tratando de ver si se puede escribir algo coherente en ciertos sectores de la espalda y juro que es imposible) lo que veo en SHARP OBJECTS es una montaña de detalles fastidiosos montados sobre una trama potencialmente interesante.

Cuando digo que la serie es mala no digo que la historia sea mala ni que la novela sea mala. En este caso, ni siquiera las actuaciones (o la mayoría de ellas) lo son. Digo que las decisiones de dirección, de puesta en escena, y en algunas ocasiones de guion, son malas. Que el personaje de Chris Messina es ridículo, marginado a mitad de la trama cuando parece que será importante. Que la continuidad entre una escena y la siguiente muchas veces no tiene ninguna lógica. Que la sensación de «pueblo chico, infierno grande» está tan, pero tan subrayada que pierde toda fuerza, reforzando todos los clichés. Por ejemplo: es evidente que las compañeras de Camille que se quedaron en Wind Gap son más convencionales que ella, pero ¿hace falta que lloren al mirar todas juntas una telenovela y una se deprima porque su marido no la deja tener más de cuatro hijos cuando ella quiere… cinco?

Lo sé, me dirán que los pueblos chicos son así. Que lo sean no quiere decir nada porque SHARP OBJECTS ni apuesta por el realismo puro y duro y porqué, aún siéndolos, no hace falta remarcar hasta la exasperación lo que queda obvio de entrada. Y podría seguir hasta el infinito dando ejemplos similares donde la dirección apuesta al subrayado, desde el anciano negro que observa sentado al comportamiento de los adultos varones del pueblo, unos «machirulos» de manual. Y estamos hablando de HBO, un canal para un público, si se quiere, un poco más culto que el promedio. Podría llegar a entender ciertos subrayados de ese tipo en un programa de la TV abierta, pero este es un canal supuestamente prestigioso. Y, también supuestamente, confía en la inteligencia del espectador. O debería hacerlo.

Hay, sí, algunos elementos interesantes dando vueltas que, como no son tan jugosos como Amma imitando a Lolita, pasan muy rápido. El «Síndrome de Munchhausen por poder (by proxy)» (sus siglas son SMBP), la enfermedad que explica en buena parte quiénes tienen responsabilidad en los crímenes actuales y en alguno previo, es mencionada muy rápidamente cuando se trata de un trastorno sumamente complejo e interesante de analizar. Es la misma situación que marca a fuego la relación entre los protagonistas de EL HILO FANTASMA, por ejemplo, y aquí también se apuesta a escenificarla de modo, si se quiere, hitchcockiano: el que sufre esa enfermedad envenena al otro para volverlo dependiente de él y ser el centro de atención de ese modo. En realidad es un sistema de relaciones bastante más complejo que eso. Lo mismo se puede decir de la propia patología de Camille.

Es cierto que la criminología se ha vuelto cada vez más una forma de investigación psicológica pero con tantas series así, extraño los buenos y viejos tiempos en el que los criminales mataban por dinero o, como sucede en EL ANGEL, sin que se sepa muy bien porqué: placer, entretenimiento, psicosis pura y dura, poder, etc. Este tipo de series va por ese camino, en muchos casos, porque permiten mucho más lucimiento a los actores (Amy Adams y Patricia Clarkson están muy bien) y son ellos los que motorizan la producción de estos proyectos. Cualquiera puede imaginar el gusto que para ambas actrices tiene personificar a seres tan psicológicamente dañados y extravagantes. El problema es que los directores parecen ponerse más que nada al servicio de ellos (ellas, en este caso) y todo lo que hacen alrededor funciona en ese sentido, más un touch de lucimiento personal. Y nadie parece pensar en lo que realmente debería hacer funcionar la historia, la trama.

Cuando terminó la temporada hice una comparación tuitera con BETTER CALL SAUL. Sé que se tratan de cosas diferentes, pero me da la impresión que Vince Gilligan y su equipo entiende cuál es la mejor manera de narrar cinematográficamente una historia y que muchas veces aquella famosa frase de que «menos es más» sigue teniendo sentido. Reconozco también que hay una cuestión de gustos y sensibilidades. Ese maximalismo a toda costa de Jean-Marc Vallée pocas veces me interesa, me gusta, me da resultado. Pero reconozco cuando funciona, cuando está bien utilizado. BIG LITTLE LIES era uno de esos casos: la propia trama pedía un tratamiento sobrecargado, over the top. SHARP OBJECTS no. O no necesariamente. Tengo la impresión de que la sensación que me dejó –de promesa incumplida– tiene que ver con ese error. La película PERDIDA (GONE GIRL, no confundir con la argentina del mismo nombre), también basada en una novela de Gillian Flynn, la dirigió David Fincher. Solo basta comparar resultados…