Series: crítica de «Succession» (Temporada 1)

Series: crítica de «Succession» (Temporada 1)

por - Críticas, Series
07 Ago, 2018 05:47 | Sin comentarios

Llegó a su fin la primera temporada de la que probablemente sea la mejor serie nueva de 2018. Creada por Jesse Armstrong y emitida por HBO, es un drama con toques cómicos acerca de las luchas de poder en una familia de empresarios de medios en los Estados Unidos.

Las críticas norteamericanas no habían sido demasiado efusivas cuando arrancó la temporada de SUCCESSION. El argumento principal tenía que ver con la siguiente y hoy repetida pregunta: «¿quién quiere ver otra serie sobre el 1% de millonarios blancos que dominan y controlan el país?». Como agumento, digamos, es bastante pobre (GAME OF THRONES o THE CROWN son, en algún punto, también sobre los ricos y los poderosos, además de gran parte de la mejor literatura mundial), pero en esta época de corrección política a toda costa –y de soportar a diario como presidente a Donald Trump, cuya familia podría tener contactos con esta– la idea era que «la tristeza de los niños ricos» no era tema para el momento, como sí podían serlos los de THE HANDMAID’S TALE o, digamos, LITTLE BIG LIES.

Pero la serie de HBO creada por el británico Jesse Armstrong (que ha trabajado en series sobre el detrás de escena de la política en su país natal) fue convenciendo a los incrédulos con una combinación perfecta entre drama shakespereano sobre el paso del poder en una familia que controla un imperio mediático y una comedia por momentos disparatada sobre las propias acciones de estos mismos personajes. La mezcla no es fácil de lograr pero Armstrong lo hace con la pericia de un veterano (que no lo es): política, negocios, situaciones absurdas y drama familiar se van cruzando entre sí con tal elegancia y naturalidad que los guionistas parecen haber jugado en el mismo equipo toda la vida.

A partir de la segunda mitad de la temporada –cuando los jugadores de este rompecabezas de poder empiezan a mover sus fichas de maneras cada vez más agresivas– la tensión familiar y dramática crece: ¿podrá el hijo sacar del medio a su padre, cuyo estado físico y mental parece dudoso y cuyas ideas políticas y su visión de negocios atrasa décadas? ¿O la propia presión de ese decadente pero aún poderoso rey lo hará tambalear en sus intentos? En medio de esa gran trama, que también incluye a otros tres hijos, cada uno con su particular problemática personal y familiar, hay espacio para el absurdo y el humor, a partir de algunos personajes secundarios (el marido de la hija, un primo que aparece de sorpresa en la vida de los demás y ellos mismos), pero el balance se mantiene siempre en su punto justo.

De aquí en adelante hay algunos SPOILERS de la segunda mitad de la temporada.

Logan Roy (un excelente Brian Cox) ha superado un intento por sacarlo de su lugar como máximo responsable de la compañía, golpe que encabezó su hijo Kendall (Jeremy Strong) juntando votos que, cuando las papas quemaron, se esfumaron. Pese a su inestabilidad mental y sus discutibles decisiones empresariales, Logan es de los que hacen temblar el piso por donde caminan y son muy pocos los que se atreven a desafiarlo. Su relación con Ken es el corazón de la serie: el hijo quiere seguir y mejorar los pasos de su padre pero, si bien su visión comercial puede ser (un poco) más lúcida, no tiene ni la personalidad agresiva ni la sangre fría asesina del padre. Y Logan lo sabe. Y no tiene mucho más que hacer que mirarlo fijo para controlarlo.

El hijo mayor Connor (Alan Ruck) está fuera de combate, y es uno de los pocos recursos cómicos que para mí no funciona, por lo que el asunto pasa por los otros dos herederos: Shiv (Sarah Snook) parece más interesada en la política que en el negocio familiar y, de hecho, apoya a un candidato progresista (Eric Bogosian en plan Bernie Sanders) que se opone a todo lo que su padre representa, pero tampoco se juega del todo por él y siempre trata de quedar bien «con Dios y con el Diablo». Roman, el menor (Kieran Culkin), el hijo díscolo y un tanto payaso, es de esos millonarios caprichosos y malcriados, muy ácidos y sagaces, pero incapacitados para tareas importantes. Es uno de esos «nenes de papá» al que les dieron unos millones para jugar a ser grandes, algo que Culkin hace de manera muy autoconciente, graciosa y efectiva.

Esta saga de sucesión familiar tiene varios personajes secundarios intrigantes, aún más difíciles de definir que los propios Roy. Uno es Tom Wamsgans (Matthew Macfadyen), el prometido que, en los episodios finales, se va a casar con Shiv. El viene de una familia de otro origen y nivel socioeconómico y trata de acomodarse como sea al Clan Roy. No se sabe muy bien si es o se hace, y su caracter pasivo-agresivo (y muy gracioso también) lo vuelve impredecible, como queda claro cuando empieza a sospechar que su mujer tuvo o tiene un affaire amoroso. Y el Primo Greg («Greg the Egg») arranca siendo un claro comic relief —el primo despistado que no tiene idea de dónde se metió– pero para la última parte de la temporada parece ya tener más en claro cómo se juega el juego. Acaso mejor que los propios herederos del clan, lo cual tampoco es mucho decir. Ambos también tienen un cada vez menos secreto pacto de proteger cierta información confidencial que podría hundir a la empresa, tema que seguramente explotará en la temporada siguiente.

Lo notable de SUCCESSION es lo bien ensamblada que está. La trama, los personajes, las combinaciones y relaciones entre todos ellos (los que nombré y una docena más) y las situaciones que se van generando surgen con una naturalidad totalmente orgánica. Muy pocas veces uno siente el golpe de efecto guionado que suele servir para forzar una situación dramática. De hecho, el gran error para mí del último episodio estuvo en haber introducido dos elementos que la serie había evitado hasta el momento: la aparición de un cadáver (casi no hay serie que no tenga muertos con los que lidiar e investigaciones al respecto y ésta venía evitándolo) y lo un tanto forzada que se vuelve la situación que lleva a esa muerte. Refleja, sí, otros grandes casos de familias poderosas norteamericanas que lidiaron con este tipo de situaciones (es decir, pueden ser los Murdoch pero también los Kennedy, entre otros), pero uno siente más la manipulación dramática. De todos modos, la resolución (suponemos que parcial) a esa situación es tan buena y abre tantas nuevas avenidas a explorar que hasta justifican el truco.

Sí, es una serie sobre hombres blancos y ricos, con apenas un par de mujeres en posiciones de relativo poder (la que parece jugar un partido estratégico es la tercera esposa de Logan, Marcia, encarnada por la actriz palestina Hiam Abbas) y casi sin protagonistas afroamericanos (hay, sí, un asiático en el board de la empresa que, tarde o temprano, moverá sus fichas), pero crear una gran serie es mucho más que llenar casilleros de representación donde hay que llenarlos. De hecho, que los protagonistas sean tan ambiguos y hasta peligrosos, los vuelve más ricos de desarrollar: no hay héroes o heroinas impecables e implacables que, uno sabe, superarán todos los escollos que se les pongan adelante (como sucede en las dos series citadas en el primer párrafo), sino un serie de conflictuados, peligrosos, algo tontos y complicados tipos cuyas acciones y destino son impredecibles. ¿Se acuerdan de EL PADRINO? No es tan diferente. O como sucedía en MAD MEN –una serie con la que tiene algunos puntos de contacto– se trata de un «ensemble show«, sin un protagonista único y definido sino con una serie de contradictorios personajes que amamos odiar o viceversa.

Como en aquella clásica saga fílmica –o la más reciente serie de TV– lo que amamos de estas historias es la posibilidad de entender cómo funciona un universo determinado y específico que es muy distinto al nuestro pero a la vez darnos cuenta que, más allá de esas notables diferencias, podríamos ser cualquiera de los seres que lo habitan. Personas maliciosas y confundidas, pretenciosas y queribles, arrogantes y temerosas, pero siempre reconocibles. Cuando una serie de televisión logra esa secreta magia de hacernos sentir cerca de personajes tan llenos de pliegues y dobleces, es claro que hay gente, delante y detrás de cámaras, haciendo muy bien su trabajo.