Cannes 2019: crítica de «Joan of Arc», de Bruno Dumont (Un Certain Regard)
Bellísima, emocionante y poética, la continuación de la historia de Juana de Arco ofrece un planteo estético diferente al del film anterior y aún más efectivo. Una película tocada por la Gracia del cine.
Continuación narrativa (aunque no estrictamente estética y jamás «secuela») de JEANETTE, la nueva película de Bruno Dumont continúa la historia de la mítica heroína adolescente francesa. En cierto sentido el film se divide en tres partes muy claras. La primera es la campaña bélica filmada por Dumont con una estética totalmente opuesta a la de, digamos, GAME OF THRONES. La segunda es el juicio en sí, que podría casi ser una intensa pieza teatral filmada en la impresionante Catedral de Amiens. Y la tercera es la espera y (¿Spoiler Alert?) la famosa condena en cuestión.
Si la primera película de esta dupla funcionaba casi como un musical metalero, acá Dumont modificó sensiblemente el sistema formal. Hay canciones también pero son de Christophe, ídolo musical francés, autor de un pop/rock melódico muy personal. Pero estas canciones no están –salvo en un caso, bellísimo y sorpresivo– interpretadas por el elenco, sino que forman parte de la banda sonora de una forma muy particular y por momentos emocionante.
Lo demás –las actuaciones entre border, hiper expresivas y extrañas de toda la obra del realizador de LA HUMANIDAD, así como la puesta en escena radical y con momentos de una belleza poética abrumadora– continúa en la línea de lo que todos ya le conocemos. Una suerte de coreografía de caballos y jinetes, que resume de modo aéreo toda una batalla, puede considerarse una novedad estética en su carrera, una especie de ballet ecuestre filmado con un drone.
Lo, acaso, inesperado de JEANNE (o JOAN OF ARC, como se la tradujo al inglés) es su potencia emocional. Interpretada por Lise Leplat Prudhomme, quien parece una pequeña Arya pero de la historia real (es una referencia a GAME OF THRONES para los que no participan de ese universo), Juana parece luchar contra los ingleses, contra la Curia y todo lo que se le pone enfrente con la fuerza de una fe que se revela a través de sus ojos, de su penetrante e intensa mirada.
La actriz tiene diez años (la verdadera Juana tenía 18) y la furiosa inocencia que posee vuelve su actuación doblemente poderosa. Es como si Dios se expresara a través de ella. Y que eso se produzca en un film escrito por un ateo, filmado por otro y, en este caso, visto por otro, es verdaderamente un milagro. Cinematográfico, acaso, pero milagro al fin. Es una película tocada por la Gracia.