Cannes 2019: crítica de «Sorry We Missed You», de Ken Loach (Competencia)
Un hombre que empieza a trabajar con una camioneta de delivery de productos atraviesa miles de problemas personales, familiares y laborales en esta obvia y repetitiva película del cineasta inglés.
En la primera escena de la película está dicho todo lo que Ken Loach tiene para decir en los cien minutos siguientes. El protagonista, que tuvo mil distintos trabajos en su vida, tiene una entrevista para entrar a trabajar como delivery de productos en una camioneta que funciona con una app. Su jefe, de manera muy correcta y mecánica, le explica su trabajo, y por ende el film, con una larga serie de frases hechas, tecnócratas, defendiendo el auto-empleo y el emprendimiento personal, que tendrá sus propios horarios y que es su propio jefe, etc, etc. Todo dicho en los términos del manual de empresas tipo Uber o Rappi.
El resto es poner en acto esa escena. Ricky empieza a trabajar y sueña con los miles de libras que calcula que ganará, pero no se da cuenta que para eso debe vender el auto de su sacrificada mujer (que trabaja cuidando ancianos) para invertir en la compra de una van, que desaparecerá 16 horas por día de su casa para poder pagar esa y otras deudas, que casi dejará de ver a sus hijos y otros problemas propios generados por este tipo de modernas ocupaciones para «emprendedores».
Y la vida se le va desarmando por completo porque el guion jamás pone en duda nada. El jefe se transforma en un villano de cartulina, su hijo adolescente se rebela como en una mala película de Hollywood pero con acento de Newcastle y hasta la esposa, que es “más buena que el pan”, empieza a tener problemas con él y con su propia calma zen. Todo se destruye de una manera tan lineal y obvia que no hay siquiera ambigüedades, dudas, zonas complicadas o difíciles de prever. Es un guion hecho con un manual de psicología conductista vetusto bajo el brazo.
Lo poco bueno que tiene SORRY WE MISSED YOU está en algunos diálogos casuales dichos con el mejor acento de la clase obrera británica, especialmente una charla futbolera que tiene como protagonista al Kun Agüero. Pero más allá de eso es una repetidora de obviedades que llega a un punto casi ridículo sobre el final, con el previsible catálogo de calamidades que se van anunciando a lo largo del film. Y llega adonde tiene que llegar, casi sin desvíos.
Es una lástima porque se puede decir que Loach ubica de manera más o menos coherente muchos de los problemas de la sociedad moderna, pero sus formas se han vuelto arcaicas, vetustas. De hecho, y pese a sus diferencias ideológicas, tiene esa nostalgia por un pasado idealizado que lo acerca a Campanella. No se entiende bien cuál es ese pasado al que esta familia quiere regresar, antes que se los llevara puestos la economía neoliberal y sus esbirros, los smartphones. Es una idea abstracta que sirve para criticar la vida contemporánea de una manera más bien banal, predigerida. Una nostalgia sin sustento, pura imaginación.
¿El guión lo firma Pepe Mujica?