Cannes 2019: crítica de «The Lighthouse», de Robert Eggers (Quincena de Realizadores)
La nueva e impactante película del director de «La bruja» combina drama, suspenso y terror para contar la historia de dos hombres que cuidan un misterioso faro. Excelentes actuaciones de Robert Pattinson y Willem Dafoe en una película memorable.
Los que vieron LA BRUJA/THE WITCH saben que Robert Eggers no es un cineasta de películas de terror convencional. Más bien, se podría decir que no es un especialista en el género sino uno que utiliza algunas de sus formas y modos para contar historias dramáticas con cierto origen mitológico, clásico. Son historias del pasado norteamericano que indagan en figuras y temores básicos (la bruja del bosque allá, un faro en el fin del mundo acá) y a partir de allí marchan por terrenos insospechados. Ahora que se habla tanto del nuevo «terror de autor» hay que decir que Eggers es uno de sus mejores cultores. O el mejor y punto.
Aquí va aún más allá en el universo arthouse que en LA BRUJA. Filmada en blanco y negro, en formato cuadrado clásico, EL FARO transcurre en una isla a fines del siglo XIX y tiene a dos únicos protagonistas, los cuidadores del faro en cuestión. Uno, encarnado por Willem Dafoe, es el veterano de la dupla, de esos viejos marineros alcohólicos que parecen tener toda la sabiduría y la locura de los años de soledad, lluvia y viento encima. Robert Pattinson es el novato que viene de otro universo y debuta en esto de cuidar faros. Es el serio y aplicado de la extraña pareja: hace el trabajo duro, obedece, habla poco y no bebe. Al menos al principio.
Estamos en un territorio de novelas de marinos, propias del mundo de Herman Melville, de quien el realizador tomó textos varios para armar su guion original. Lo que impacta de entrada en ese lugar es el viento y el agua que golpean permanentemente, a lo que Eggers suma una disruptiva banda sonora modernista (todo el tiempo parece estar sonando el foghorn, esa grave sirena de niebla, o algún disonante sonido mecánico) que vuelve todo el asunto más que pesadillesco. Si a eso le agregamos unos peligrosos gorriones que rondan todo el tiempo y la potente pero enrarecida luz del faro en cuestión, se trata de un lugar en el que uno no querría estar más de unos minutos.
Pero la dupla tiene que estar cuatro semanas, o eso parece decir el contrato que firmaron. A lo largo de esos días se irá generando una complicada relación entre los dos en la que saldrán a la luz eventos del pasado y que virará de tensa a amigable, de cómica a escatológica y de ahí a perversa y violenta con el paso de los días y de las complicaciones.
A Thomas Wake (Dafoe) le preocupan un par de cosas solamente: poder beber copiosamente para olvidarse del horrible lugar en el que está quién sabe hace cuanto tiempo entre idas y venidas, y que nadie más que él se acerque a la luz del faro. Queda claro de entrada que con esa luz el hombre tiene una relación muy muy especial.
Ephraim Winslow (Pattinson) es uno de esos trabajadores que vive de tarea en tarea y solo quiere ganar dinero y seguir con lo suyo. Pero pronto comienza a obsesionarse con cosas extrañas que parecen estar sucediendo en el lugar. O en sus pesadillas. Las gaviotas en cuestión parecen perseguirlo directamente con una obsesión propia de LOS PAJAROS de Hitchcock. Y en sueños el hombre ve una bella sirena que lo llama desde el mar y lo lleva a, bueno, ya verán… Además está la luz, claro, a la que quiere llegar pero Thomas se lo impide cruentamente.
La película tiene una primera mitad, si se quiere, más sugerente y una segunda, que se produce a partir de un hecho específico que no conviene revelar, en la que las tensiones y misterios empiezan a volverse más concretos y violentos, ayudados también por la soledad y porque el alcohol empieza ahí a fluir por las venas de ambos. En el paso de esos días (uno de los más interesantes ejes del film es que nunca se sabe muy bien finalmente cuántos tiempo pasa) la relación se va complicando y aparecen los famosos secretos y mentiras de los dos, así como alguna tensión sexual que bordea lo violento.
Entre el realismo y lo fantástico, entre el drama personal y la película de misterio y suspenso, THE LIGHTHOUSE parece ubicarse en el medio de varios vectores cinematográficos y literarios. Está el mundo de Melville, pero también el de Stevenson o Poe. Y, en cine, uno abrevaría más en clásicos del cine de autor europeo en su vertiente más fantástica (algunos títulos de Dreyer, Bergman o Tarkovsky) que en sus pares norteamericanos, aunque alguno pueda pensar en LA ISLA SINIESTRA de Martin Scorsese, mientras la mira. Especialmente por el similar y abrumador tratamiento sonoro.
Verla en inglés ofrece otro deleite especial. Ambos actores, pero especialmente Dafoe, hablan en un dialecto anticuado, lleno de referencias y formas del habla fuera de uso y muy enrevesado. Hay largos parlamentos alcoholizados de Dafoe que bien podrían haber sido escritos entonces, tal es el grado de especificidad poética que tienen. Y cada detalle físico de THE LIGHTHOUSE está igualmente cuidado. Por más que en un momento derive más y más hacia lo fantástico, como lo hizo en LA BRUJA, Eggers se preocupa que el mundo que rodea la historia sea muy real y creíble. De ese modo es aún más incierto saber o suponer cuando algo pasa en la cabeza o no de los protagonistas.
La película es sombría, densa y no particularmente fácil, si se la piensa en relación al cine de terror que se suele estrenar en salas. Es un violento y impactante drama en el que se juegan dos masculinidades diferentes que compiten entre sí por alguna incierta posesión. O por el poder mismo. Dafoe y Pattinson lo dan todo físicamente en una serie de situaciones que parecen poner en riesgo su propia vida, ya que la casa y el faro están ubicados en una zona por demás peligrosa, una isla perdida en el medio de la nada en la que la única luz que brilla y quema es la del faro. La del sol no pasó jamás por esas playas. Ni pasará.
Se sabe si se estrenará en Argentina? Y cuando?
Suena semi plagio a La Piel Fria
Eso mismo pensé…
Che no narres la película, hace tu crítica…
Plagio de la piel fría.
nada que ver