Estrenos: crítica de «La deuda», de Gustavo Fontán

Estrenos: crítica de «La deuda», de Gustavo Fontán

por - cine, Críticas, Estrenos
17 Sep, 2019 10:54 | Sin comentarios

La nueva película del director de «El limonero real» se centra en una mujer que debe dinero en su trabajo y debe reponerlo a la mañana siguiente. Belén Blanco, Marcelo Subiotto, Edgardo Castro y Leonor Manso protagonizan esta historia acerca de la soledad y los vínculos que se ven afectados por la crisis económica.

LA DEUDA es un retrato de un (mal)humor social e individual. El título, cuyas referencias son específicas pero también metafóricas, lleva a pensar en distintas «deudas» posibles: la que tiene la protagonista con su jefe –ella se ha quedado dinero que no le correspondía y tiene que reponerlo a la mañana siguiente al entrar al trabajo– pero también en una deuda, si se quiere, social con la esforzada gente que día a día trata de combatir la soledad y la desesperanza mediante el trabajo y la solidaridad, las únicas armas que jamás abandonan.

La nueva película de Fontán es un retrato nocturno, además, de un sector de la ciudad y la provincia muy particular, allí donde Barracas y Constitución se tocan con el Conurbano (Avellaneda, Gerli, Quilmes, etc.), zona de autopistas y calles bajas, de edificios tipo monoblock y de muchas soledades desperdigadas. Mónica (Belén Blanco, de bienvenido regreso al cine) usó 15 mil pesos que no eran suyos, ha sido «descubierta» en el trabajo y se comprometió a devolverlos la mañana siguiente. A lo largo de la noche deberá conseguirlos, por lo que se cruzará con distintos personajes y entablará con ellos relaciones mediadas por esa necesidad.

Mónica recalará en la casa de su hermana (Andrea Garrote), que cumple años, se cruzará luego con una ex pareja (Marcelo Subiotto), con el hombre con quien convive (Edgardo Castro) y más tarde con su madre (Leonor Manso), con la cabeza siempre puesta en conseguir que la ayuden económicamente. Cada uno de ellos, a su manera, vive su propia soledad y desamparo emocional, y aun sabiendo el interés existente en esos encuentros –Mónica tampoco hace mucho por disimularlo–, harán lo posible para ayudarla. LA DEUDA se presenta como una cadena de favores en la que el dinero es central, un poco como en algunas películas de Robert Bresson o MAURO, de Hernán Rosselli, con la que comparte tema y cercanía geográfica.

La matriz de esa cadena es, uno imagina, un sueldo insuficiente que lleva a Mónica a tener que quedarse temporariamente con un dinero que no es suyo. Fontán nunca aclara los motivos (no es la primera vez que Mónica lo hace, se sabe, pero el guion no busca una justificación que podría generar empatía fácil respecto a sus actos) sino que se asume que el dinero no le alcanza y no ve otra alternativa que «tomarlo prestado». En su recorrido se enfrenta con su historia personal y familiar pero –salvo por un momento, perteneciente a otro tipo de película, en la que la madre le habla de su pasado– muy pocas cosas «importantes» se dicen en LA DEUDA. Se adivinan, sí, las marcas de ciertos dolores e impotencias, de cierta sensación de vacío entre todos ellos, pero quedará en el espectador imaginar las causas de ese desapego.

Por otro lado, casi nunca la película se vuelve turbia o peligrosa, y no invita a pensar que Mónica vivirá desventuras del tipo policial. Aparenta ser un descenso a los infiernos pero –salvo que uno pueda pensar que el infierno es algo parecido a ver gente jugando sus pocos dineros en el bingo de Avellaneda a las tres de la madrugada– termina sin serlo. O lo es de una manera inesperada, un poco como la reciente película GHOST TROPIC, de Bas Davos, que seguía a una señora forzada a volver a su casa a pie de madrugada tras perder el último transporte público. Ambas deambulan por la noche y se topan con gente sola. Y ambas películas pintan esa tristeza de extramuros desde una distancia exacta.

Es una película filmada con una rigurosidad y un ojo únicos –ya conocidos en otras películas, más radicales, de Fontán, como EL ARBOL, EL ROSTRO o EL LIMONERO REAL— y sus episodios más narrativos compiten en atención con los puramente visuales. Hay momentos, en ese sentido, que estremecen, como ciertos recorridos por autopista, imágenes de rara psicodelia en el citado bingo o la larga y precisa secuencia del final. Y en la combinación, la película logra ir y venir de lo privado a lo público de una manera elegante y muy consecuente con las ideas que la sostienen. Es ahí que la deuda de Mónica se vuelve un retrato de la eterna circulación de la gente para ganar dinero, pagar cuentas, y así, sucesivamente, en un círculo que se vuelve vicioso por la lógica materialista que lo sostiene. Finalmente, Mónica es una más en la larga fila de trabajadores que día a día desembarcan en la ciudad para hacer funcionar un sistema que no parece pensar demasiado en su bienestar.