Series: crítica de «The Deuce» (Temporada 3)
La última temporada del show creado por David Simon y George Pelecanos se centra en la desaparición de ese mundo de prostitución y pornografía de la zona de Times Square a causa del HIV y de la decisión política de «limpiar» la ciudad para impulsar el turismo. Pese a algunos problemas narrativos, es una fascinante serie sobre las historias secretas de Nueva York.
El desafío que se habían planteado David Simon y George Pelecanos cuando decidieron construir esta extraña edificación llamada THE DEUCE era, por lo menos, complicado. Armar una serie sobre una zona de Nueva York (digamos, la Calle 42, entre la 6ta. y la 8va. avenida, con sus alrededores) no era una idea simple de poner en práctica, aunque rica en posibilidades. Quizás sea una de las cuadras y zonas que más han cambiado en los últimos 50 años al menos en ese país. Y la intención de sus creadores era pintar esos cambios a lo largo de tres épocas distintas (y una coda) y a través de las profesiones y personajes que fueron desapareciendo de esa zona: prostitutas y cafishios callejeros, locales de pornografía, baños públicos y bares «reales», de esos atendidos por sus dueños. Hoy todo eso ha desaparecido, reemplazado por una suerte de abierto centro comercial limpio y familiar para turistas que los locales evitan siempre que pueden. Vean unos planos de TAXI DRIVER –rodada en esa zona en 1975/6– y comparen con cualquier postal actual y verán la enorme diferencia.
La ambición era tal que había que crear una muy sólida base de personajes y de historias para que todo eso no se sintiera como un desafío puramente conceptual. Y, en buena medida, Simon y Pelecanos, lo lograron. Los diferentes protagonistas de la serie de HBO podían representar distintas profesiones y recorridos personales, pero sus historias y personalidades eran lo suficientemente ricas como para no sentir, la mayor parte del tiempo, que cumplían funciones claramente definidas. Mi impresión es que el mayor problema de THE DEUCE estuvo en su decisión de saltar cinco, seis años entre temporadas para poder contar los distintos cambios del lugar y de las vidas de sus habitantes. Al mover tan brutalmente los tiempos daba la sensación que uno tenía que volver a reconectar y a reconocerse en los personajes, ya que se sentía un desapego inicial que costaba superar. Se lo lograba pero, en estas temporadas cortas, cuando uno finalmente reingresaba en el universo el asunto se terminaba.
El salto temporal de la tercera temporada fue para mediados de los ’80, época en la que los prostíbulos, los saunas, los peep shows y la industria del porno iban a abandonar la zona de Times Square a partir de dos grandes eventos. Por un lado, la brutal llegada del HIV, que destruyó buena parte de los negocios del lugar y, especialmente, a muchos de sus habitués. Y, por otro, la decisión política de la ciudad de «limpiar» la zona, sacando del lugar tanto a los que circulaban por las calles como a los dueños de los edificios en los que esos locales funcionaban. La gentrificación de algunas zonas de Nueva York –que hoy llega cada vez más a las profundidades de Brooklyn– cobraba impulso y, en cierto sentido, esta temporada servía para marcar las despedidas de sus, digamos, «habitantes originarios».
Al desafío temporal, THE DEUCE le suma otro, común a todas las series del creador de THE WIRE: su manera novelística de narrar a través de muchos personajes en paralelo. Esto, que puede ser raro para la televisión pero que es apreciable para quienes queremos tener una mirada más horizontal y generosa del mundo que los personajes habitan, se fue complicando al irse desarmando el propio barrio y desaparecer muchos de sus personajes. La tercera temporada empieza con varios personajes menos y terminará con muchos menos aún. Si bien los centrales siguen ahí al regresar (Maggie Gyllenhaal y los hermanos encarnados por James Franco), el resto va subiendo y bajando en relevancia, moviéndose a través del país y generando un relato que por momentos se vuelve trabado, ya que no todos los personajes secundarios que quedaron circulando son tan interesantes como los centrales. Y la serie salta demasiado rápidamente de unos a otros como si tuviera la necesidad de cubrir cada uno de sus devenires con igual cuidado.
Como decía antes, es un acercamiento noble y generoso el que hacen Simon y Pelecanos (y los personajes devuelven esa generosidad con sus interesantes contradicciones), pero los saltos de temporadas y las entradas y salidas de personajes lo vuelven a veces por momentos un tanto irritante. Es el mismo modelo de THE WIRE, pero tengo la impresión que en esa serie sobre Baltimore –que es mítica aunque, convengamos, tampoco es tan sencilla de seguir– el universo de personajes e historias era más compacto. Aquí tenemos, con el correr de las temporadas, más y más historias que casi no se cruzan entre sí (empezando por Gyllenhaal y los Franco) y que ni siquiera se unen en el Hi-Hat, el bar que regentea Vinnie Martino y que sirve como punto de encuentro de este universo cada vez más desplazado de personajes. Esos desplazamientos puede corresponderse con la realidad, pero complican sin dudas la dramaturgia.
Pero más allá de esos desencuentros narrativos que se hicieron un poco más obvios en esta última temporada, THE DEUCE fue una más que efectiva exploración sobre una Nueva York desaparecida y una serie de culturas que fueron expulsadas (nada de esto desapareció sino que se movió a los márgenes o, en el caso del porno, a la internet) del centro de esa ciudad. Una suerte de homenaje a los caídos de cualquier turbio pero auténtico centro urbano que perdió a sus personajes característicos al ser tomado por enfermedades o por anodinos centros comerciales y cadenas hoteleras, la serie es nostálgica sin ser sentimental (salvo en la coda final, que tiene lugar en el presente, y que es una buena idea visual pero mal resuelta dramáticamente), es realista y humana, cruda y violenta sin ser necesariamente cruel y, especialmente, nos abre las puertas a un mundo que ahora conoceremos como nunca antes. En cierto sentido, la de THE DEUCE (la de Simon, en general, una especie de Dickens de nuestro tiempo) es otra manera de contar la historia de una ciudad y una época.