Don Draper & Mark Zuckerberg
Ambos saben que saben. Que enfrentados a cualquier complicación en sus respectivos ámbitos, tienen mejores respuestas que los demás. Los ponen a prueba, los superan sin esfuerzo, un dejo de condescendencia ante todo y todos los atraviesa. Ambos son, además, estafadores, escaladores sociales: quieren entrar a clubes privados en los que no eran bienvenidos. Draper […]
Ambos saben que saben. Que enfrentados a cualquier complicación en sus respectivos ámbitos, tienen mejores respuestas que los demás. Los ponen a prueba, los superan sin esfuerzo, un dejo de condescendencia ante todo y todos los atraviesa.
Ambos son, además, estafadores, escaladores sociales: quieren entrar a clubes privados en los que no eran bienvenidos. Draper no es quien dice ser, Zuckerberg quiere ser otro. Ambos sueñan con ser Sterling o los Winklevosses: pertenecer por un derecho que les fue negado por origen. Mienten, se llevan los laureles por trabajos de otros, roban ideas.
Ambos son ambiciosos, nada los frena y no tiene problemas en lastimar a cualquiera con tal de conseguir lo que se proponen. Pueden ser hirientes, cuando quieren, o simplemente imponerse por el rol que ya tienen en sus respectivas «sociedades».
Claro que, a primera vista, no podrían ser más diferentes. Don Draper, siempre atildado y elegante, seguro de sí mismo, un «ladies man», carismático, conquistador de mujeres y hombres por igual. Zuckerberg es un «shleper», término del idishe que se usa para describir a tipos con aspecto de vagabundo, poco atildados, desordenados, capaces de andar con buzito, ojotas y medias en pleno invierno por la calle. ¿Social skills? Cero.
Si algo los diferencia, también, es que Draper vive rodeado de mujeres, las busca, se le acercan, pasa la noche con una distinta cada dos o tres episodios. A Zuckerberg, antes de los billones al menos, las mujeres se le escapaban, le resultaban un mundo ajeno e inalcanzable. Según THE SOCIAL NETWORK, casi el motivo, el «Rosebud» que lo lleva a desarrollar Facebook.
Draper también tiene su «Rosebud» y es su paso por la guerra, su «robo» de identidad. Son usurpadores, finalmente, gracias a determinados y específicos talentos. Es claro que, con su ventaja en el rubro carisma (y facha, digámoslo), Draper es casi inmaculado e intocable: a la belleza se le perdona todo, dicen por ahí, y el tipo sale casi sin manchas de cualquier situación.
No así Zuckerberg, un «nerd» que está al borde del Asperger: casi no registra los efectos que sus actos causan en el otro (Draper parece que tampoco, pero sabe y se hace el tonto) y sus acciones y comportamiento a veces lo hacen parecer más sospechoso de ciertos actos de lo que realmente es.
Hay otra diferencia, al menos aparente: Draper anda por los 40 y es de imaginar que por el recorrido de la serie y de su personaje, viene en decadencia. Zuckerberg anda por los 26 y tiene mucho camino todavía por recorrer, por más que ya sea multibillonario.
Si MAD MEN es una más que acertada representación narrativa del paso de los 50 a los 60, del fin de una era en la sociedad estadounidense y el inicio de otra, llamémosla, contracultural, THE SOCIAL NETWORK es también una película que se ubica entre dos mundos, en un giro que, más de medio siglo después, tal vez cierre el círculo hasta hacer que todo vuelva, en cierta medida, a parecerse a los años 50. Aunque digitales.
MAD MEN está atravesada por ese presente y Draper se ubica en el medio entre una cultura que parece extinguirse y otra que está naciendo. En THE SOCIAL NETWORK, Zuckerberg es una de las figuras de esa cultura que nace: una que, disfrazada con el traje de la socialización y la conectividad, parece de vuelta querer volver hacia los mundos privados, cerrados, sólo que aquí conectados digitalmente.
Es por eso que ambos nos resultan, a la vez, reconocibles y ajenos. Draper, porque viene de un modelo cultural previo y trae consigo hábitos y costumbres que nos suenan fuera de lugar. Y Zuckerberg porque actúa, casi, como un robot del futuro: reconocemos sus impulsos humanos, pero nos aleja su desapego, su frialdad y cinismo. En el medio, entre los Draper y los Zuckerberg (casi 60 años de edad los separarían, uno podría ser el abuelo del otro), un par de generaciones con otros modos y objetivos (¿humanista, llamémosla? ¿políticamente correcta?) parece haber fallado en sus búsquedas y sus objetivos. Limitada por sus escrúpulos, su falta de ambición, su necesidad ¿arcaica? de crear algo así como una comunidad real, hecha de contactos humanos.
De las casas frías de suburbio de los ’50, separadas entre sí y los secretos familiares guardados bajo cien llaves, a los avatares digitales que hoy disfrazan que la situación, en realidad, se parece bastante a aquella, parece quedar en el medio la historia de una derrota cultural, social y acaso política. La que, curiosamente, parece representar una película como la propia AVATAR: con su humanismo y sus «nobles sentimientos».
Draper y Zuckerberg son dos verdaderos avatares en sus respectivas épocas, self made men en sus versiones más extremas. Ambos nos representan y a la vez nos repugnan, sus ambigüedades nos ponen contra la pared, nos obligan a pensar si seríamos capaces de ir tan lejos como ellos o si debemos mantenernos a prudente distancia.
Por representar a sus respectivas épocas, pero por sobre todo por haber creado personajes que son, en sí mismos, las contradicciones que esas épocas plantean, MAD MEN y THE SOCIAL NETWORK (de hecho, hasta los títulos podrían ser intercambiables) son dos de los productos culturales más valiosos de este año «audiovisual». Y tanto uno como el otro son relevantes hoy porque, más allá de las apariencias, son la misma cosa.