Las mejores películas argentinas de 2010. Top 3: «Carancho»

Las mejores películas argentinas de 2010. Top 3: «Carancho»

por - Críticas
22 Dic, 2010 12:00 | Sin comentarios

A los golpes, así anda Sosa. Intentando ser domesticado a las piñas, como buen antihéroe de todo policial. Arranca, nomás, siendo pateado en algún descampado. Y volverá, varias veces, a acumular cortes y heridas en su rostro. Pero parece que el hombre se alimenta de esos golpes, que lo ponen en funcionamiento. Con la sangre […]

A los golpes, así anda Sosa. Intentando ser domesticado a las piñas, como buen antihéroe de todo policial. Arranca, nomás, siendo pateado en algún descampado. Y volverá, varias veces, a acumular cortes y heridas en su rostro. Pero parece que el hombre se alimenta de esos golpes, que lo ponen en funcionamiento. Con la sangre todavía fresca sobre el rostro, Sosa (Ricardo Darín) se presenta en un accidente de autos dispuesto a colaborar con los médicos de emergencia. ¿Qué hace allí? ¿Cómo llegó antes que ellos?

El filme define su profesión como la de «carancho», un ave de rapiña, carroñera: un abogado que, más que perseguir ambulancias, recibe el dato de los accidentes -gracias a una serie de contactos- y llega al lugar antes que todos para ofrecer sus servicios legales a nombre de una fundación. El «paquete» funciona: de lo que paga el seguro, la víctima cobra una pequeña parte, los abogados una mayor y habrá comisión para policías y paramédicos. «A un tipo que no tiene nada y aparece tirado debajo de un puente a las tres de la mañana, lo mejor que le puede pasar es encontrarse a un tipo como Sosa», se justifica Pico, conductor de la ambulancia.

En la ambulancia viaja Luján (Martina Gusman), una joven médica que hace guardias en un hospital de San Justo. En ese choque conoce a Sosa y descubrirá a qué se dedica. Lo verá varias otras veces -Sosa tiene la particularidad de siempre estar rondando, como buen carancho, a la caza de su presa- tendrán una rara cita. Rara porque funciona en los horarios y las condiciones que la poco glamorosa profesión de ambos requiere.

Claro que, de allí en más, todo se complicará. Luján descubrirá que el «carancheo» de Sosa no es tan simple como parece, él se enredará en problemas con su jefe en la Fundación y la relación se quebrará. Todo lo que hará falta para reunirlos, como reza la tradición del cine negro, es un último trabajito para poder escapar de ese mundo sin salida. Y allí empezará, casi, otra película, una en la que el dinero, las armas y las persecuciones irán acelerando el pulso de los protagonistas y de los espectadores.

En Carancho, como en El Bonaerense -la película de Trapero a la que más se asemeja-, el universo que rodea a los personajes es hostil, oscuro, por momentos desesperante. El punto de vista del espectador es el de Luján: es a través de ella que descubrimos las capas de corrupción, el negocio que se maneja detrás de los accidentes de tránsito, los lazos que unen a los distintos «jugadores».

Si bien ya ha empezado a conocer algunos vicios de su profesión, Luján todavía trata de hacer lo correcto, cree en los que la rodean y no dejará de hacerlo hasta que la realidad le pruebe lo contrario.

Sosa es diferente. Es un viejo zorro, un hombre que conoce su territorio y que quiere salir de allí antes de que sea demasiado tarde. Ella es su ángel, la chica que conquista y la que le permite ilusionarse con una vida fuera del infierno.

Policial negro, puro y duro, que no da respiro al espectador, Carancho nos mete en una situación que imaginamos en extremo realista pero la tiñe de la lógica y los condimentos del género, como una versión sucia de los policiales norteamericanos de los ’70. Es una película «scorseseana» (de Calles salvajes a Vidas al límite, pasando por Taxi Driver) en su combinación de tradición y modernidad, de estilización de guión (las «reglas» del género) y de observación del mundo (neorrealismos varios).

Carancho es una película tan real como brutal, tan cercana como lejana (eso pasa acá, todos los días, muy cerca de la casa de cada espectador, pero parece un mundo aparte), tan cotidiana como sórdida. En ella Trapero demuestra, también, una solidez narrativa más clásica y detalles de puesta en escena (prestar atención a la cantidad de asombrosos planos secuencia) notables.

Fatalista, sangrienta, impiadosa (acaso demasiado) y violenta, Carancho se suma a la tradición de los policiales que viene haciendo Ricardo Darín. Y tal vez este sea el más duro de todos ellos, más aún que El aura y ni hablar de El secreto de sus ojos. Su cara ya tiene pegado ese agotamiento ante el mundo: es como si el actor y el personaje estuvieran pidiendo por alguien que los saque de allí, urgentemente. Y para eso deberá estar Luján, personaje en el que Gusman vuelve a lucirse como una de las mejores actrices del cine argentino, encontrando esa difícil mezcla entre inocencia y dureza, simpatía y temeridad.

Carancho no es una película fácil de ver ni todas las elecciones de Trapero son acertadas -el final generará algún que otro debate-, pero se trata sin dudas de un filme, y de un realizador, que no hace concesiones. Tener una estrella taquillera, mayor presupuesto y una distribuidora grande no le torcieron el pulso. Al contrario: Carancho es la película de alguien seguro de lo que hace y convencido de su recorrido en el mundo del cine.«