Las mejores películas de 2010 (estrenos): «La isla siniestra»
Si muchos escenarios de películas parecen reflejar más un estado de la mente que un lugar concreto, en La isla siniestra, el neuropsiquiátrico que alberga a criminales con problemas mentales, con sus peñascos y bosques, sus tormentas y sus barracas semidesiertas, es casi mapa de la confusión por la que atraviesa Teddy Daniels, el perturbado […]
Si muchos escenarios de películas parecen reflejar más un estado de la mente que un lugar concreto, en La isla siniestra, el neuropsiquiátrico que alberga a criminales con problemas mentales, con sus peñascos y bosques, sus tormentas y sus barracas semidesiertas, es casi mapa de la confusión por la que atraviesa Teddy Daniels, el perturbado agente federal que llega hasta allí a resolver un caso misterioso: una mujer ha desaparecido y no la encuentran. ¿Adónde se fue? ¿Dónde se esconde? ¿Qué le pasó?
Salir de la isla de Scorsese es imposible. No sólo por las obvias dificultades físicas que acarrea (digamos que Alcatraz es un juego de niños, a la hora de comparar) sino porque, como diría Jim Morrison -usando una figura verbal que bien puede repetirse en buena parte de la filmografía del director de Taxi Driver y Cabo de miedo– «nadie sale vivo de aquí».
La isla siniestra es muchas cosas y por eso es que resulta complejo abordarla. Tiene el formato de una película de suspenso, clase B, de los años ’50, con motivos del cine negro y de terror. Uno puede pensar en Hitchcock y también en Jacques Tourneur, en ciertos filmes de Fritz Lang y también de Nicholas Ray, especialmente por lo exaltado de las emociones aquí expuestas y hasta por el estilo actoral, que recuerda tanto a su Delirio de grandeza como a Shock Corridor, de Sam Füller.
A primera vista, La isla… es pulp fiction, literatura popular, con sus figuras modélicas y un viaje de descubrimiento como eje. Daniels -y un colega (Mark Ruffalo)- llega allí y en su búsqueda se topa con sus propios traumas. Una vez que empiezan a revelarse sus obsesiones, uno nota que son otros los motivos que lo llevaron al lugar.
Es entonces que La isla… se transforma en lo que finalmente es: un drama psicológico, la historia de un hombre que carga con una historia demasiado dura como para meterse en la boca del lobo y que esos traumas no afloren. Sea en forma de pesadillas o, simplemente, transformando al mundo que ve alrededor en una isla como la de Lost: enrevesada y confundida, como sus personajes.
Si bien no parece al principio, Teddy (gran actuación de Leonardo DiCaprio, similar en más de un sentido a su Howard Hughes en El aviador) es un hombre violento. No sólo porque lo comentan los demás, sino porque lo vemos perder «la línea» cada vez más. Entre el Jack Torrance de El resplandor (una película que también combina literatura popular y cine de autor) y criaturas como Travis Bickle o Jake La Motta -de anteriores películas de Scorsese como Taxi Driver o Toro salvaje-, Teddy es un hombre de impulsos violentos que trata de controlarse para así comprender la lógica de un lugar manejado por un extraño psiquiatra (Ben Kingsley) que dice creer en la terapia como cura, pero cuyo aire enigmático lo transforma en un potencial sospechoso.
Scorsese juega con las expectativas del género, las subvierte una y otra vez (primero para desarrollar personajes, luego para hacer ¡tres! finales sorpresa consecutivos que dejan al espectador pensando y repensando lo que vio) y crea una fuerte experiencia cinematográfica: es una película de un cinéfilo obsesivo, sí, pero de uno que entiende que la historia del cine es un material maleable, accesible para entrometerse en las complejidades del alma humana.
Un exceso de subtramas y algunas escenas desagradables (si bien justificables por motivos que no conviene revelar) impiden que La isla… sea la gran película, que podría haber sido. Scorsese siempre favoreció la intensidad y las pasiones en primer plano, y aquí encontró un modelo perfecto para canalizar esos temas que lo persiguen a lo largo de su carrera, aún «pasándose de rosca» aquí y allá.
Con música contemporánea como banda sonora (temas de Ligeti, Cage, Feldman o Penderecki, creando climas lúgubres y disonantes, como también lo hizo Kubrick con éste último), y gracias a un elenco que entiende a la perfección lo que la situación pide de ellos, Scorsese hizo una película que, a primera vista, es un atrapante e intensa experiencia de cine de género. Pero, si uno elige reverla, se convierte en un angustiante drama sobre las batallas internas que se juegan en la cabeza de un hombre, en el eterno resplandor de una mente sin recuerdos.
Nota: Crítica publicada en Clarín el 11 de marzo de 2010
Me encantó!