Las mejores películas de 2010 (estrenos): «La pivellina»
No voy a hacer, por ahora, un Top Ten prolijo y ordenado de los estrenos del año. Lo haré, llegado el momento, cuando tenga tiempo de sentarme y hacer cuentas. También, seguramente, haré otro de películas vistas en festivales o aún no estrenadas. Por el momento, día a día y hasta que termine el año, […]
No voy a hacer, por ahora, un Top Ten prolijo y ordenado de los estrenos del año. Lo haré, llegado el momento, cuando tenga tiempo de sentarme y hacer cuentas. También, seguramente, haré otro de películas vistas en festivales o aún no estrenadas. Por el momento, día a día y hasta que termine el año, postearé sobre películas que considero claves, que sé que no pueden faltar, más allá del aleatorio orden en que terminen en esas listas. Y una de ellas es «La pivellina», increíble y encantadora película que se estrenó, milagrosamente, este año en la Argentina.
En su momento, en la anterior encarnación de Micropsia, escribí sobre esta película de Tizza Covi y Rainer Frimmel, recomendándola para la pasada edición del BAFICI. Ahora, recordándola y yendo a buscar ese material, me doy cuenta que mi memoria no puede competir con la inmediatez del impacto que me causó la película al verla y, muy poco después, escribir sobre ella.
Agregaré aquí que es una película sobre la que sigo pensando, a diario, como «Tuesday After Christmas», cuando pienso en esas interminables discusiones sobre guiones, puesta en escena, si contar una historia o no contar una historia, cuando en una película «pasa algo» y cuando «no pasa nada». Me parece que ambos filmes liquidan ese debate, lo anulan.
Pero lo que escribí en abril sobre «La pivellina» en Micropsia (también escribí en Clarín, luego, texto que pueden chequear acá) no podría rehacerlo ahora, así que paso a autocopiarme y resubir acá ese texto sobre una de las mejores diez películas estrenadas en la Argentina en 2010.
«Pocas son las veces que una película me conmueve tanto como para tener la necesidad de salir a recomendarla a quien quiera oirlo a los cinco minutos. Y eso, literalmente, me acaba de pasar con «La pivellina», una de esas películas que contienen un mundo, entienden al mundo y se presentan ante ese mundo de la manera en la que yo entiendo que las películas deberían relacionarse con «la realidad»: es una ficción que bordea el documental, es un filme sobre una familia de artistas de circo que recogen una niña abandonada de dos años, es una película sobre momentos en la vida de todos ellos. Pero la trama es secundaria, sólo sirve para conocer a este pequeño grupo de personajes.
La risa de «Aia», sus juegos y sus llantos, el pequeño grupo que la contiene (la colorada Patty, su marido, el adolescente que vive con ambos), sus pequeños momentos cotidianos. Comer, salir, tratar de hacer dormir a la nena, las pequeñas «lecciones» (a pelearse en el colegio, a manejar, a saber qué pasó en la Segunda Guerra), una serie de cosas que, dichas, pueden no aparentar nada demasiado interesante. Sin embargo, esa gente se convierte en la familia del espectador, primos y tíos y hermanos y parientes que uno tiene, tuvo, podría o quisiera haber tenido.
Alguien la definió como una mezcla entre los Dardenne y el Fellini de «La Strada». Algo de eso hay, pero no es del todo correcto. A mí me hizo recordar más a «Mundo grúa», por ejemplo, o hasta «Aquel querido mes de agosto». Tiene el estilo documentalista de los Dardenne y la naturalidad de las actuaciones. Y tiene el mundo «circense» de «La strada» pero sólo como fondo, como marco. Para mí es más «chaplinesca», en el sentido general de la palabra, la película más humana, divertida, conmovedora y sensible que vi en mucho tiempo (mucho de verdad) y me da pena no haber ido a verla en cine cuando pude hacerlo en Toronto (tenía entradas para el último día, pero ya estaba agotado).
No entiendo cómo esta película no tuvo, post-Cannes, la misma repercusión que tuvieron otras. Tendría que ponerme a revisar la lista, pero siento que está a la altura de «Police, Adjective», filme que sí salió de allí con mucha prensa y reputación. De «La pivellina», en general, se comentaba que era simpática y no mucho más. Y puede ser que, en principio, parezca eso, con las monigotadas de Aia y sus juegos infantiles, con las desventuras en tono menor de la familia. Pero tengo, ahora, la sensanción de que «el mundo de Aia» se expande más allá. Es una mirada sobre el mundo -el resguardo, el cuidado, el cariño, el preocuparse por el otro, el saber que no todo es perfecto pero dejar el morbo fuera de campo- que es mucho más que ver a Aia quedarse dormida. Si bien eso solo vale la película.
Si a alguien allí afuera le interesa saber lo que yo creo que debería ser el cine, o lo que yo creo que es gran cine, que vea esta película y no tengo mucho más que explicarles. Es el anti «White Ribbon», literalmente. Aún partiendo de una situación con puntos en común (el posible maltrato a los niños), Tizza Covi y Rainer Frimmel se ubican en las antípodas de la mirada infernal y severa del «maestro» austríaco (y eso que esta peli es austríaca también, aunque más italiana que otra cosa). «La pivellina» es neorrealismo cotidiano, una película accesible, amable, liviana, divertida y a la vez emocionante, triste, que acaba dejándote con un terrible nudo en la garganta -mezcla de risa y llanto- y con estúpidas ganas de escribir incontinentes posts como éste.»