«En ojotas»: Desconectarse

«En ojotas»: Desconectarse

por - Otros
08 Ene, 2011 01:30 | comentarios

Hace mucho que se usa la expresión «desconectarse» para referirse a lo que uno necesita y suele (debería) hacer cuando se va de vacaciones. Pero nunca ese término fue tan aplicable como lo es ahora, ya que la desconexión no es solamente metafórica sino real, totalmente literal. Hoy «desconectarse» ya no implica irse de vacaciones […]

Hace mucho que se usa la expresión «desconectarse» para referirse a lo que uno necesita y suele (debería) hacer cuando se va de vacaciones. Pero nunca ese término fue tan aplicable como lo es ahora, ya que la desconexión no es solamente metafórica sino real, totalmente literal. Hoy «desconectarse» ya no implica irse de vacaciones y no pensar en el trabajo, sino también estar en un lugar sin acceso a internet, o no llevarse una computadora, no tener BlackBerry o ningún Smartphone que te inunde a emails a cada segundo.

Imagino que muy pocos pasan las vacaciones realmente desconectados. Ni siquiera yo lo suelo hacer. Pero a veces las circunstancias juegan a favor de esa desconexión y no queda otra que amoldarse. Acabo de regresar de casi dos semanas de vacaciones en Córdoba y sí, me llevé una laptop con la idea de estar mínimamente conectado durante ese tiempo, tanto social como laboralmente. Es que se hace difícil últimamente hasta justificar que uno puede tardar una semana en responder un email, que no tiene BlackBerry (el mío se rompió y todavía no lo arreglé y no sé si puedo) y si, encima, se olvidó de dejar esas respuestas automáticas tipo «estoy de vacaciones», peor todavía.

Los primeros días que pasé estuve en un lugar con Wi-Fi, por lo que no hubo problemas en conectarse a internet, leer emails, contestarlos y hasta escribir algunas cosas en Twitter o en este mismo blog. Era muy poco en relación a lo que uno suele hacer cuando está aquí y hasta puede ser útil cuando uno tiene problemas de sueño: levantarse muy temprano o irse a dormir muy tarde… o ambas cosas a la vez. Unico tiempo dedicado a internet.

Pero luego fui a otro lugar donde no había Wi-Fi y lo que al principio me causó un cierto fastidio y hasta nerviosismo se terminó convirtiendo en un beneficio. Estuve casi diez días con apenas el teléfono y SMS para contactarme o ser contactado, y la única opción para acceder a un Wi-Fi era irse unos 5 kms a una estación de servicio horrenda en la que ya estar más de diez minutos sentado se transformaba en una pesadilla. Y ni hablar de la mala conexión o de los problemas de batería.

Lo hice una vez, promediando el viaje, y decidí no hacerlo más. Había cientos de emails para leer, contesté unos pocos y decidí abandonar la tarea por completo. Me abrumaba pensar que al volver se iba a acumular una enorme cantidad de correo por leer y contestar, actualizaciones de cosas, etc, y quería reducirlo a algo manejable. Pero eso era pasarme un día entero online (lo que estoy haciendo ahora, de hecho, al regresar) o ni siquiera acercarme y dejar «el muerto» para el regreso.

Y no me acerqué. Y sobreviví. Y creo que podría haber sobrevivido más tiempo. No es hora de ponerme reflexivo sobre el tiempo que nos pasamos frente a la computadora en relación al tiempo en que podríamos estar haciendo otras cosas -lo cual es obvio y un lugar común, más allá de los beneficios innegables del mundo virtual-, pero asumo que es una suerte de adicción complicada de resolver. Una semana sin internet en la que uno, si bien puede «desconectarse», sabe que se acumulan y acumulan cientos de preguntas sin respuestas, de información, de noticias, de cuestiones por resolver, no termina de generar una verdadera sensación de «desconexión». Es, más bien, una postergación, un «dejo el trabajo para casa», o «pateo el asunto para mañana».

No es que haya tomado decisiones terminales en mis vacaciones cordobesas. Pero esa semana lejos de aquí me hizo pensar que, si la sobreviví, podría la próxima vez intentar dos, acaso tres y, porqué no, más tiempo. No me refiero a abandonar por completo internet y no tener siquiera conexión (aunque es difícil: ya tener una conexión abierta es una tentación muy difícil de resistir), pero sí bajar el ritmo de utilización al mínimo posible, a que su utilización sea, apenas, para lo estrictamente necesario, para el ocio, para algún entretenimiento. Pero evitar sentarse frente a la máquina a la manera que uno se sentaba años atrás (al menos yo) frente al televisor, sin saber muy claramente qué hacer, para pasar el tiempo. Internet como zapping inagotable.

Es obvio que diez días no curan a nadie y aquí estoy, apenas cuatro horas luego de regresado, bajando cosas, escribiendo ésto, repasando noticias, conectado a Twitter, leyendo decenas de emails acumulados y esperando ver cuando podré debidamente contestarlos. Quedarse fuera de Internet por sólo una semana parece más un problema que una solución: el mundo sigue girando a la misma velocidad y es uno el que tiene que amoldarse, correr con la desventaja que da tener pilas y pilas de material acumulado. Es como dejar el cigarrillo por una semana y después tener que fumarse juntos todos los que no te fumaste durante esos días. Una enfermedad.