Berlinale: Días 4 y 5
Uno podría decir que cada ciudad tiene el festival que se merece, pero no estoy tan seguro de que sea cierto. No sé, por ejemplo, si Buenos Aires se merece al BAFICI (o viceversa), ni mucho menos si Cannes o Venecia se merecen o no a sus propios festivales. Con Berlín, me parece, la respuesta […]
Uno podría decir que cada ciudad tiene el festival que se merece, pero no estoy tan seguro de que sea cierto. No sé, por ejemplo, si Buenos Aires se merece al BAFICI (o viceversa), ni mucho menos si Cannes o Venecia se merecen o no a sus propios festivales. Con Berlín, me parece, la respuesta es un poco más compleja. Quizás aquí lo que hay es un festival para cada tipo de público.
Da la impresión, viendo la mayoría de los títulos de la sección oficial, que son filmes que se eligen para un público determinado: los compradores de cine del mercado internacional y los periodistas de espectáculos. No parece una sección a la altura de una ciudad con una imagen moderna y esteticamente progresista como tiene fama de ser Berlín. Por el contrario, por momentos parece la selección de filmes para un festival de provincia, o de un pueblo chico, o de un lugar donde el público espera filmes que no se salgan demasiado de la norma. Digamos, la competencia de Berlín se parece más a lo que históricamente fue la de Mar del Plata que la de BAFICI, más allá de que esos conceptos vayan cambiando.
Siempre hay dos o tres filmes que se ofrecen como excepciones a la media y que generalmente resultan bastante maltratados. ¿Por quienes? Veamos. Una confusión bastante generalizada es creer que a los críticos de cine que van a festivales internacionales sólo les gusta el cine más arriesgado y extremo estéticamente, que si no tiene planos de diez minutos con alguien caminando nos retiramos ofendidos al grito de «convencional!». Pero lo cierto es que la mayoría de la prensa de cine que cubre estos eventos no es la que escribe en revistas especializadas ni la que busca nuevos autores y formas todo el tiempo. Al contrario: la mayor parte de la gente que viene a cubrir Berlín (o Cannes o Venecia) son críticos no necesariamente inquietos y periodistas de espectáculos que vienen más que nada a hacer entrevistas y reportar el color de la muestra.
La competencia parece pensada para este tipo de prensa y no, digamos, la más radical, a la que se envía al Forum como una suerte de posible salvación. La competencia tiene que acercarse a más a los que los programadores aquí suponen que es un «gusto general» en el que entran algunos miembros de la prensa, los visitantes (mercado, compradores, distribuidores, productores, etc) y cierta parte del público de la ciudad. Son las películas de consenso, las que no molestan, las que pueden ser excelentes o pésimas pero rara vez van a desacomodar al espectador de su lugar.
Berlín, como mucho, se juega a una película «arty» alemana por año (la de Ulrich Köhler en esta ocasión), a alguna propuesta enrarecida del Tercer Mundo (no me extrañaría que «Un mundo misterioso», de Rodrigo Moreno, juegue el papel de la película minimalista latinoamericana del año, más aún que «El premio», de Paula Markovitch) y a lo sumo un ejemplar más (Turquía, Irán, algún filme africano). Pero lo que manda es la norma, es no generar estampidas de público de una sala tan grande e imponente como el Palast. Que para eso están las más chicas del Forum…
Ahora bien, un breve repaso de las películas vistas domingo y lunes (en parte) en Berlin.
LES CONTES DE LA NUIT, de Michel Ocelot. Admito que me atrae muy poco el tipo de cine que hace Ocelot y las historias de «érase una vez en un reino…» de animación para los más pequeños. Reconozco su calidad artesanal, valoro que existan estas películas, pero no cuenten conmigo. Me aburren soberanamente. Y aquí, a la quinta historia de reyes, bellas princesas, animales raros y continentes extravagantes, estaba al borde del ataque de caspa.
PINA, de Wim Wenders. Debe ser el mejor filme de Wenders en 20 años porque no logra arruinar demasiado las coreografías de Pina Bausch. Y eso que lo intenta, por momentos, con escenitas al borde de lo peor de su cine, pero la danza se impone, por suerte, y el 3D el hombre lo maneja bastante bien.
CAVE OF FORGOTTEN DREAMS, de Werner Herzog. Otro de los documentales del alemán, con su vozarrón y su acento llevando la narración, en este caso centrada en una cueva donde se descubrieron las que podrían ser las pinturas más antiguas hechas por el hombre, en la era paleolítica. Herzog se zarpa con el 3D (lo usa con cámara en mano, pone a los investigadores cabeza abajo), delira con su narración (no pregunten cómo pero vuelven los lagartos, en este caso albinos), encuentra personajes rarísimos (el artista de circo, el que enseña a cazar como el Hombre de Neanderthal) y cuenta una historia fascinante. Lo mejor del domingo.
LES FEMMES DU 6EME ETAGE, de Philippe LeGuay, Recién un día después, cuando me aclararon la confusión y me enteré que la película no estaba en competencia, logré calmar el fastidio que me provocó esta comedieta mediopelo (Darío Vittori en los ’70, por TV, hacía cosas mejores) sobre mucamas españolas en Francia en los ’60. Darla «fuera de competición» es un pecado, pero menor. La idea de que a alguien lo podía haber parecido un filme candidato a algo me resultaba inimaginable. Igual, de haber sabido que no competía, no me quedaba hasta el final. Bah, tal vez sí, pero sólo para ver lo buena que sigue estando Natalia Verbeke…
INNOCENT SATURDAY, de Alexander Mindadze. «Es un ruso que quiso hacer una película rumana, pero le salió rusa igual», fue lo que le dije a un colega a la mañana de ayer y lo sostengo. Más allá del intento visual y narrativo de crear intensidad en tiempo acotado, planos largos, cámara en mano y hasta usando el DF de buena parte del cine rumano, hay algo inevitablemente ruso en esta historia de un hombre que se entera que explotará el reactor núclear de Chernobyl e intenta escaparse de la ciudad con su novia pero por algún motivo u otro nunca puede. La intensidad está, pero o bien los personajes me resultan psicológicamente incomprensibles, o bien las vueltas de guión son excesivamente forzadas para impedir, una y otra vez, que el bueno de Valery se lleve a su chica de Chernobyl… La fiesta de casamiento, que los detiene un buen rato, hay que verla para creerla.
CORIOLANUS, de Ralph Fiennes. Me confieso no tan buen angloparlante como para apreciar todos los detalles y entender todas las vueltas de la trama de esta adaptación shakespereana viendo la película sin subtítulos. Hice el mayor esfuerzo posible, pero luego me entregué a adivinar lo que pasaba mientras trataba de entender qué quiso hacer Fiennes con esta actualización de la trama pero sin modificar los versos shakespereanos, o al menos no tanto. No se trata de un ROMEO Y JULIETA. Es una mezcla de tradición con modernidad. Mucho no la soporté, pero admito que debería darle una segunda oportunidad… y con subtítulos.
DREILEBEN. Este tríptico de Christian Petzold, Domink Graf y Christoph Hochhäusler merece un post por separado y más tiempo para desarrollarlo. Entre lo mejor del festival. O lo mejor, directamente…
Acá, siguiendo la crónica del festival. Leo todas, me copan!