MILDRED PIERCE, de Todd Haynes (Episodios 1 y 2)
No es lo más justo escribir una crítica de una miniserie de la cual uno ha visto dos partes sobre un total de cinco. Al menos, no nos parece a los que nos dedicamos usualmente a escribir sobre cine. Pero la televisión funciona de otra manera y es lo más habitual del mundo escribir sobre […]
No es lo más justo escribir una crítica de una miniserie de la cual uno ha visto dos partes sobre un total de cinco. Al menos, no nos parece a los que nos dedicamos usualmente a escribir sobre cine. Pero la televisión funciona de otra manera y es lo más habitual del mundo escribir sobre algo mientras se desarrolla.
De cualquier modo, MILDRED PIERCE no es del todo una película convencional (al menos en su duración) y, mucho menos, una serie. En la vieja época la llamaríamos una «miniserie» (y, de hecho, HBO técnicamente la sigue llamando así), pero yo creo que a esta altura de los cambios culturales que existen respecto a los modos y formatos audiovisuales, podríamos llamarlo simplemente una película. No es casual que luego del cartel «An HBO Miniseries» aparezca otro diciendo «A Film by Todd Haynes».
MILDRED PIERCE es, de todos los trabajos de Todd Haynes, aunque parezca mentira, el menos ostensiblemente estilizado. La «estilización», si se quiere, la da la propia época que narra: los vestidos, los autos, los objetos y decorados de los Estados Unidos en la época de la Depresión ya de por sí conllevan una forma de estilización. Pero allí donde Haynes exacerbaba esos elementos en LEJOS DEL PARAISO, aquí los deja en un segundo plano, dando marco a la historia de esta mujer y de la relación con su hija.
En ese sentido, MILDRED PIERCE es el filme más realista y menos distanciado, emocionalmente, de los realizados por Haynes. Al director de las extraordinarias SAFE (A SALVO) y I’M NOT THERE (su película, digamos, sobre Bob Dylan) se lo ha considerado un director algo clínico, frío, dedicado minuciosamente a trabajar sobre el objeto cinematográfico como si fuera caligrafía, con libros de teoría y semiótica al lado, hasta conformar un objeto precioso e impecable, pero muchas veces árido, incapaz de transmitir pasión.
Admito que a mí no me sucede eso con el cine de Haynes. Para mí, junto a Wes Anderson (en un estilo completamente diferente), es uno de los realizadores que pueden llevar películas absolutamente cerebrales y calculadas desde su construcción a territorios emocionales intensísimos. Es, de hecho, haciendo evidente el recurso y la afectación que las películas logran su propósito: no se esconden, como la mayoría del cine de Hollywood, en la noción de un falso seudorealismo cinematográfico. Evidencian la estilización y la perforan.
Con esto no quiero decir que MILDRED PIERCE no haya sido analizada, meditada, calculada y meticulosamente ornamentada como otras películas de Haynes. Lo que digo es que, ante la opción (dada por la época, por ser una adaptación, por ser también una especie de remake, y por coquetear en alguna zona intermedia entre el film noir y el melodrama) de llevar esos mecanismos al extremo, Haynes optó por moderarlos. Eligió la estética «realista». Eligió que MILDRED PIERCE (al menos los dos primeros episodios) sean más «drama» que «melodrama». Eligió acercarse al «realismo social». Y eligió bajarles dos cambios a los actores en relación a lo que podrían haber hecho si la película, como LEJOS DEL PARAISO, hubiera sido hecha exacerbando el «entrecomillado».
Si hay un «entrecomillado» en MILDRED PIERCE es más cercano a cierto cine de los 70. De hecho, parece una versión hecha en esa época de un filme que transcurre 40 años antes. Y no estaría fuera de lugar verlo, casi, como una versión en clave femenina de EL PADRINO, tanto por estética como -en cierto modo-, por temática. ¿Hasta qué punto la historia de MILDRED PIERCE y su hija (sus hijas) no puede equipararse a la saga de los Corleone en tanto ascenso y caída de una familia, en tanto pintura de una cierta época, en su mirada social? De hecho, hasta en su duración, si se toman en cuenta las tres partes de la saga filmada por Francis Ford Coppola.
MILDRED PIERCE es la historia de una mujer que, en una época en la que no era ni usual ni conveniente, decide separarse de su marido porque lo descubre engañándola con otra mujer. Pronto se dará cuenta que no la tiene fácil, con dos niñas que mantener y un hombre que (si bien visita a sus hijas, les deja la casa, el auto y, al menos en estos dos episodios, jamás se lo pinta como villano) no está presente en el día a día. Mildred «cocina para afuera» y tiene que dejar de lado su orgullo, de a poco, y salir a buscar trabajo. La primera hora, extraordinaria, muestra a Mildred (Kate Winslet, sufrida, cabizbaja, al borde de la depresión) buscando trabajo y dándose cuenta que tendrá que hacer, lo quiera o no, cosas que antes jamás imaginó. Eso sí: no quiere que sus hijas (especialmente la mayor, obsesionada por «las buenas cosas de la vida» a los once años) se enteren de que empezó a hacerlo… como camarera en un bar.
La serie de secuencias que muestran a Mildred tratando de encontrar trabajo son extraordinarias. Pasa por la opción de encontrar rápido un nuevo hombre que cubra sus necesidades económicas (y de las otras), pero decide seguir de largo. Va rechazando una y otra opción hasta que no le queda más remedio (tras un excelente y sostenido plano de Winslet mirando por la ventana de un restaurante hacia afuera) que aceptar un trabajo allí, en ese mismo restaurante.
A la mujer le irá bien y de a poco irá creciendo: además de servir mesas, se hará un sueldo extra preparando tortas, y pronto empezará a pensar en poner su propio negocio. No conviene adelantar mucho más. Digamos que sus experimentos por independizarse le traerán inesperadas y dolorosas complicaciones que cerrarán de manera brutal (acaso demasiado, en relación a los planos, no a lo que sucede) las dos primeras partes de la trama.
A diferencia de MAD MEN, otra serie que se ha convertido en un objeto de culto por recrear una época específica del pasado y de la cultura norteamericana, MILDRED PIERCE no hace ostentación del artificio o de la estética de la época. Está porque está. En MAD MEN, cuando la gente fuma, fuman como diciéndote a vos, espectador del siglo XXI, «estamos fumando en una oficina, en el año 60, no como ustedes». Aquí no. Aquí, cuando un cliente le toca el culo a Mildred como lo haría con cualquier camarera en esa época, es simplemente un dato integrado a la narración. No es un significante, en mayúsculas.
Con esto no quiero decir que esta serie sea mejor que la otra ni que puedan ser comparables. MAD MEN hace un trabajo bastante similar de adentrarse en las contradicciones sociales, económicas y sexuales de su época, sólo que lo estiliza (como LEJOS DEL PARAISO, si se quiere) y pone esa estilización en primer plano, al punto de crearnos una distancia conveniente como espectadores. Nos involucramos, pero nos sabemos distintos.
En MILDRED PIERCE Haynes se acerca a los ’30 como si estuviera filmando el «aquí y ahora». Todo alrededor ha cambiado (de hecho, un celular podía haber evitado el nudo dramático del segundo episodio), pero actualmente estamos otra vez en una época de Gran Depresión económica y Haynes entiende que ese eje no puede faltar en su adaptación, que toma más al James M. Cain «escritor realista y social» que al que todos conocemos como el creador de «pulp fictions» como EL CARTERO LLAMA DOS VECES. Entonces elige acercar antes que alejar, toma la opción de «conectar» en lugar de la de «significar». Y el mundo que organiza se mueve según esas pautas, en cada detalle. La ornamentación está al servicio de la narración.
Haynes, imagino, conoce al dedillo cada cuerda que debe tocar su sinfonía en cinco movimientos y luego de un primero de introducción, casi un acercamiento lento y sigiloso al tema principal, larga a sonar en el segundo a otros elementos de su orquesta, dando pie a la entrada de cierto «melo» en el drama, pero a la vez poniendo una escena de sexo entre Mildred y su nueva pareja (Guy Pearce), cercana al cine erótico de los ’70 u ’80, que nunca podría haber existido en un filme hollywoodense de entonces. Y da la impresión de que la sinfonía seguirá sumando instrumentos dramáticos.
MILDRED PIERCE es clásica, en su forma, construcción, poder narrativo y emocional. Por densidad, complejidad y profundidad, podríamos estar hablando también de un «clásico» de esta nueva forma audiovisual que es «el telefilme de cinco horas» (más que una película, menos que una miniserie). En cierto modo, esos 300 minutos -si nos guiamos por los cánones narrativos que aseguran que se filma un minuto por página- bien podrían abarcar la extensión de una novela mediana, sin los habituales recortes que se les hacen para entrar en los 100/120 del formato cine standard. Y tal vez ésta sea la mejor forma (o, al menos, en manos de Haynes lo es, en otros casos se agradece «el recorte» cinematográfico) de filmar la respiración original de una novela: sus tiempos, su evolución, la manera en la que los personajes nos penetran, nos invaden y se quedan a vivir, por un tiempo, con nosotros.
La «Mildred» de la inmensa Kate Winslet ya empezó a respirar por acá. Veremos cómo continúa…
En la Argentina, MILDRED PIERCE comienza a emitirse por HBO el domingo 3 de abril.
Linda critica. Me quedo con Guy Pearce como lo mejor de la serie por ahora. Y difiero con el cliente que le agarra el culo. Fue bastante obvio el momento para mi.
Me gustan estos textos que hacés!
Quiero verla ya.