Eurodisney para adultos: «Medianoche en París», de Woody Allen

Eurodisney para adultos: «Medianoche en París», de Woody Allen

por - Críticas
01 Jul, 2011 12:14 | comentarios

A los dos minutos de empezar a ver MEDIANOCHE EN PARIS me quedó muy claro porqué la película es la más exitosa de Woody Allen en toda su carrera en los Estados Unidos. Y, al avanzar la historia, el asunto no hizo más que confirmarse. Es que MEDIANOCHE EN PARIS no es otra cosa que […]

A los dos minutos de empezar a ver MEDIANOCHE EN PARIS me quedó muy claro porqué la película es la más exitosa de Woody Allen en toda su carrera en los Estados Unidos. Y, al avanzar la historia, el asunto no hizo más que confirmarse. Es que MEDIANOCHE EN PARIS no es otra cosa que la película que Woody hizo para todos aquellos que, en los Estados Unidos, todavía creen que las películas de Allen son difíciles, complicadas, intelectuales, tediosas. El filme empieza como un álbum de fotos de algún pariente que viajó a París -la única ciudad que todo norteamericano de medio pelo sueña con conocer fuera de su país- y luego se convierte en una suerte de visita a un Museo de Cera (en vivo), o bien, una especie de atracción de parque de diversiones que podría existir en una especie de Eurodisney para mayores de 50 años.

MEDIANOCHE EN PARIS va a lo más básico de lo básico: es una película banal, un juego de adivinanzas y referencias culturales que quedaría berreta hasta en un suplemento cultural de fin de semana de los diarios, donde el público juega a adivinar quien es la próxima figura famosa en aparecer («ese es Dali, no?»,  «Y Luis? Qué Luis? Buñuel?», «Y el enano cómo se llamaba? Toulouse cuanto?») y donde cada uno de esos personajes tiene algo para decir que, supuestamente, juega de manera divertida con alguna referencia a su obra, musical, literaria, cinematográfica o pictórica. Ni me hablen del momento Dali + reloj derritiéndose…

Un librito de viajes que sería mediocre hasta para Taschen (aunque se ubica culturalmente en el mismo lugar y podría ocupar una mesa de living con sus fotos grandes y sus referencias al pie), MEDIANOCHE EN PARIS es prolija y tediosa, como pretender que tomar un té importado con scones es algún tipo de actividad cultural relevante. Una especie de Wikipedia con dibujitos, un Google cinéfilo para perezosos, una guía ilustrada de grandes éxitos de la cultura occidental que, prácticamente, no tiene ninguna observación original para hacer, más allá de dos o tres chistes que funcionan.

De hecho, ni siquiera Allen es lo suficientemente liviano, lúdico y juguetón (como algunos pretenden que esta película es) como para jugarse del todo en la apuesta: llevado al territorio de un hombre que viaja al pasado y conoce las vidas personales de muchas de las grandes figuras de la cultura de esa época, MEDIANOCHE EN PARIS podría haberse jugado del todo a un VOLVER AL FUTURO intelectual, a mover las piezas del tablero, a reformular la historia, o al menos a tener más escenas como esa en la que el personaje de Owen Wilson refuta el motivo del acto de creación de una obra de Picasso.

Tampoco es mejor la parte «actual» de la trama: más allá de la imitación algo relajada (californiana) de Allen que hace Wilson (Diego Papic comentaba muy justamente en Twitter que todos parecen actuar igual en las películas de Woody), los personajes de su novia, la familia de ella y la pareja de amigos van de lo insoportable a lo misógino, especialmente viniendo de un protagonista que no parece ser mucho más lúcido ni banal que todos ellos. La pintura ya gastada del amigo pedante, los suegros pesados y la mujer (Rachel McAdams en el peor personaje de su carrera, lejos) mediocre a la que uno no puede imaginar siquiera comprometida con este personaje, son ya tópicos y formatos que Allen usó y recontrausó a lo largo de su carrera, y a esta altura no son más que flojas imitaciones.

Cine de autor para los que no les gusta el cine de autor, cine «culto» para los que no gustan del cine «culto», cine «literario» para los que tienen como canon «los 1000 libros que hay que leer antes de morir», MEDIANOCHE EN PARIS parece otorgar, a quien la ve y disfruta, una pátina de refinamiento cultural cuando no otorga más que un paseo por obviedades y lugares comunes en relación a esas figuras culturales que Wilson conoce en sus nocturnos viajes en el tiempo. A esta altura se podría decir que la frase «me gusta Woody Allen» tiene ese mismo valor: pretende ubicar a quien la dice en un lugar similar al que Wilson termina la película. Alguien que «se dio cuenta» que su vida era banal, se compró una reproducción de Dalí, adivinó que película de Buñuel citaban, vio un librito con reproducciones de Monet, escuchó un par de discos de jazz, y ahora su vida es maravillosa. Sólo le falta la novia rubia francesa que hable inglés y escuche discos en vinilo de Cole Porter y asunto completo.

El paseíto cultural de Woody Allen se hace más indigesto si uno lo piensa en relación a una imaginable película argentina hecha por él con una idea parecida. Supongan todo esto trasladado a Buenos Aires, con Owen Wilson topándose con Perón, Borges, Evita, el Che Guevara, o cualquier figura obvia que se les ocurra pensar de la historia cultural argentina, le escuchara decir un chiste que cite algún hecho conocido de su vida, y así, todo el tiempo… Claro, todo esto sumado a los 50.000 planos del Obelisco, la Boca, Caminito, un partido de polo, el Tigre, el Teatro Colón y algún otro ícono turístico cultural -Lonely Planet, pero burgués- de la ciudad. Les aseguro que a los diez minutos se reirían de la película y no con ella. Pero como es París, tomamos distancia y observamos las cosas como si fueran el colmo de la elegancia y el refinamiento, cuando no dejan de ser obvias y trilladas, todos los lugares comunes posibles, habidos y por haber, de la ciudad y de algunas de sus referencias culturales más importantes… para los norteamericanos. No olvidemos que buena parte de la gente que nos topamos allí (de Hemingway a Scott Fitzgerald pasando por Cole Porter) son de los Estados Unidos.

Hay una zona de la película que me había parecido la única rescatable cuando la terminé de ver, pero que ahora también me hace bastante ruido. Y es la idea de que «no todo tiempo pasado fue mejor». O bien, que hay que saber y poder reconocer lo interesante y valioso que tiene la época en la que uno vive y no estar siempre mirando una «era dorada y mítica». Yo estoy de acuerdo con esa observación y me parece inteligente en términos de la evolución del personaje de Wilson y cómo puede aplicar esas «lecciones» aprendidas en el pasado en su vida actual. Ahora bien, si a Woody le interesa el presente: ¿por qué hacer toda una película sobre el pasado y lo fascinante qué es y mostrar, a la vez, que, salvo la chica que escucha Cole Porter (Lea Seydoux), el presente es una porquería?

En cierto sentido me recuerda el uso que se hace de QUE BELLO ES VIVIR, de Frank Capra, como película navideña y optimista cuando, en realidad, salvo por los últimos cinco minutos, es una de las películas más oscuras y pesimistas no sólo de la carrera de Capra sino de todo el cine norteamericano clásico. Cinco minutos y un encuentro fortuito al final no convierten al presente en un lugar bello y al pasado en una mera anécdota. Podría dar fe que, si a la chica rubia francesa se le da por llevar a Owen a un concierto de Daft Punk, Wilson se da media vuelta y busca el carruaje para ir corriendo, de nuevo, lo más lejos posible del presente.