Crítica de «El estudiante», de Santiago Mitre (versión extendida)

Crítica de «El estudiante», de Santiago Mitre (versión extendida)

por - Críticas
31 Ago, 2011 11:15 | comentarios

Roque atraviesa los pasillos de la facultad como un forastero recién llegado a un mundo apocalíptico en plena caos y ebullición. Observa paredes con pintadas que no comprende del todo, ve gente que va y viene pegando carteles por los pasillos y escucha diálogos al pasar (“a la voluntad general se la puede engañar”…) que […]

Roque atraviesa los pasillos de la facultad como un forastero recién llegado a un mundo apocalíptico en plena caos y ebullición. Observa paredes con pintadas que no comprende del todo, ve gente que va y viene pegando carteles por los pasillos y escucha diálogos al pasar (“a la voluntad general se la puede engañar”…) que lo dejan frío. Pero en realidad está más interesado en las chicas: en una compañera de cursada que vive en Avellaneda, primero, y luego en una profesora adjunta que milita en una agrupación (llamada Brecha, definible como socialdemócrata o “post-alfonsinista”) a la que empieza a frecuentar hasta terminar involucrándose de lleno en la política universitaria.

“La Walsh, el Mate, La Vertiente, En Acto, Prisma, La Juntada, Contrahegemonia”, cita la voz en off que, de tanto en tanto, organiza el relato. Para Roque (Esteban Lamothe), y para una gran cantidad de espectadores, esas referencias no significan demasiado. Pero Santiago Mitre, director que debuta “en solitario” con este largo, va a ir velozmente metiéndolos en tema. En plan de seguir a Paula (Romina Paula), Roque se descubre como un inteligente operador político. De hecho, lo descubre Acevedo (Ricardo Felix), profesor, candidato y cerebro de esa agrupación, cuando Roque hace una jugada inteligente que le permite a Brecha una “salvación política” en un momento difícil.

Roque se convierte en el puntero de Acevedo. Pero ambos tienen un interés común: Paula. El juego crecerá cuando lleguen las elecciones del Rectorado. Roque, el provinciano, acaso no tiene la “labia” de sus compañeros de Brecha, pero es resolutivo y efectivo. Cuando un amigo suyo se roba la plata de la recaudación de la fotocopiadora, hace las conexiones necesarias para hacerlo zafar y que todos queden contentos. Usa a un compañero de facultad troskista para hacer andar rumores que lo benefician. Tiene sexo con la secretaria de un intendente, si eso le facilita las cosas. Y Acevedo lo nota. Pero Paula también.

Ahora, ¿quién juega con quién? ¿Hasta dónde se puede llegar con la transa, la rosca, la devolución de favores? ¿Hay un límite moral, ético? ¿Qué lugar juega la traición en todo esto? El estudiante se mete de lleno en este mundo y en estas preguntas, pero jamás desde un lugar dogmático o en forma de debate. Como su protagonista, Mitre analiza en la acción, en movimiento: son los hechos, las miradas cruzadas –en cómo Paula camina al lado de Roque y luego hace unos pasos para no dejar solo a Acevedo, en un llamado telefónico de un locutorio, en la cantidad de nombres de personajes que se tiran pero, como fantasmas, nunca se ven- donde la película cuenta de verdad.

La captura es casi documentalista. Cualquiera que haya atravesado una universidad pública se sentirá ahí, como transportado. No sólo por el bullicio, el rumor, el chicaneo político permanente que la rodea, sino en las fiestas, los diálogos, los detalles que sabiamente Mitre incorpora al relato y que le dan ese toque de verdad que la película tiene en casi todo su metraje. La más claramente guionada escena final –con parábola incluida- dará lugar a debates, no hay duda, pero queda claro que ese final es más abierto y enrarecido de lo que parece en primera instancia.

Como Pizza, birra, faso, Mundo grúa, La Ciénaga, La libertad o Historias extraordinarias, la película de Mitre es un hito del nuevo cine argentino. En esto caso, porque habilita la entrada de un cineasta de estas nuevas generaciones a un universo que le parecía vedado al cine más independiente: poder conjugar ese ya dominado realismo cotidiano con una historia atrapante, tipo thriller, donde las piezas y los elementos funcionan a la perfección narrativamente. Como Todos los hombres del presidente (o las más recientes Michael Clayton o Un profeta), como el cine de Scorsese (El estudiante puede ser vista como una película de mafias) es el cine argentino vuelto thriller de los ‘70. Eso sí: con sabor nacional y popular.

Un párrafo aparte merecen los actores. Si el universo y el tono de la película pueden ser pensables como un combo entre los mundos de Mariano Llinás y Pablo Trapero (el primero colaboró en la historia y es uno de los “mentores” de Mitre; el segundo es parte menor de la producción, pero trabaja con Mitre como coguionista en sus propias películas desde Leonera hasta la inminente Villa), la dirección actoral es un mérito sin deudas aparentes, más que el talento propio del elenco y las sabias decisiones del realizador. Lamothe, Paula, Felix, además de Agustín Rittano (que hace una notable imitación de Perón), Julian Larquier Tellarini, Valeria Correa, Juan Barberini, Francisco Quintana y todos los demás, hacen de El estudiante no sólo una película intensa y atrapante, sino creíble en cada uno de sus diálogos y situaciones.

El estudiante es una película de iniciación, de aprendizaje. Es sumergirse en un mundo extraño hasta aprender a dominarlo, a saber manejarse solo en él. Así en la política como en el cine.