Diario de Londres 3: Herzog, Klotz, Dardenne, Linklater
Si al escuchar la voz de Werner Herzog, con su acento alemán tan típico, se te dibuja una sonrisa en la cara, ya el tipo tiene media batalla ganada con cada uno de sus documentales. Su modelo de entrevistar es curioso: muy pocas veces se filma a sí mismo, pero se deja oír. Esto es: […]
Si al escuchar la voz de Werner Herzog, con su acento alemán tan típico, se te dibuja una sonrisa en la cara, ya el tipo tiene media batalla ganada con cada uno de sus documentales. Su modelo de entrevistar es curioso: muy pocas veces se filma a sí mismo, pero se deja oír. Esto es: en INTO THE ABYSS, como en muchas otras películas ya, lo escuchamos entrevistar mientras vemos el rostro del entrevistado. Por la claridad con la que están hechas las preguntas (y lo bien grabadas) muchas veces me da la sensación de que las dice después, en un estudio. Tampoco cambia demasiado, pero es una pregunta que me hago a veces en sus películas. ¿O es otra persona quien hace las entrevistas y él después monta su voz?
En esta no lo vemos, lo oímos, y por el mundo en el que se mete, da la impresión que podría darse ese hecho, al menos en algunos casos. INTO THE ABYSS cuenta un caso policial en el que dos jóvenes mataron a una mujer y a otros dos “amigos” de ellos sólo para robar (o tomar prestado) un auto. Por el caso, uno de ellos terminó con condena a muerte y el otro con cadena perpetua. El filme entrevista a los condenados, a sus familiares, a familiares de las víctimas y a personas ligadas al mundo de la “pena de muerte”: un párroco y un ex funcionario.
Decir que se trata de un documental sobre la pena de muerte es reducir su multiplicidad de sentidos. Herzog no quiere dar vuelta el caso (ya sabrán viendo la película porqué). Lo que quiere es contar un hecho, detenerse en los personajes y en sus diferentes necesidades, darles espacio a todos para que hablen, y dejar que el espectador (o él mismo, por momentos) saque sus conclusiones. Que a esto le agregue momentos de humor bizarros e inesperados es típico y hasta esperable del alemán. Igualmente, su postura anti pena capital queda clara desde el principio. A lo sumo, la idea es que los espectadores, aun poniéndose en el lugar de los familiares de las víctimas, puedan hacer lo mismo. Es, en ese sentido, un filme de una increíble generosidad.
LOW LIFE, de Nicolas Klotz y Elisabeth Perceval (que dirigieron la extraordinaria LA CUESTION HUMANA) se me hizo inmanejable desde el comienzo. Así como la película de Herzog me invitó a pasar, ésta me fastidió de entrada, desde una imagen digital opaca a una serie de jóvenes franceses bastante insoportables que se involucran en la lucha contra la policía en defensa de los inmigrantes ilegales. La historia de amor que nace entre una de esas chicas y un poeta afgano, con un tercero en el medio, y la lucha contra la policía (espionajes, traiciones y trampas de por medio) promete algo similar a LA CUESTION HUMANA, pero aquí el tono está llevado aún más hacia el distanciamiento y la impostación, lo cual no sería necesariamente un problema si los personajes no fueran tan poco interesantes. Como era previsible, las explicaciones y el análisis de Klotz en el Q&A me parecieron mucho más interesantes que la película.
THE KID WITH A BIKE, de los hermanos Dardenne, es otra de las deudas que tenía de Cannes, y fue una de las mejores películas que vi hasta el momento. Nada nuevo en el universo de los Dardenne (más allá de trabajar con una estrella como Cécile de France), pero lo que hacen es tan preciso, tan directo, tan contundente y claro, que uno no ve la necesidad de que cambien jamás. La historia de un chico que está en un orfanato, cuyo padre desaparece del todo y que es “cuidado” los fines de semana por una mujer que, además, lo ayuda a buscar a su padre (y a su bicicleta), es la clásica historia dardenniana contada de manera veloz, subjetiva, nerviosa y con el eje claro en la relación entre padres e hijos, el tema clave de su filmografía.
El chico –un manojo de nervios e intensidad- es un hallazgo. Andando rápido con su bicicleta, con su rostro impenetrable, sus tics y obsesiones, se convierte en la “bomba de tiempo” y la propulsión de la película, que luego de atravesar esas primeras búsquedas (padre y bicicleta) se centra en esta nueva familia sustituta que se constituye, con las complicaciones que tiene. Una situación excesivamente guionada y, si se quiere, melodramática del final me resultó un poco molesta y fuera de lo que uno espera de los Dardenne. Pero más allá de eso, THE KID WITH A BIKE funciona como una locomotora. En realidad, por más obvio que suene decirlo, funciona como una bicicleta de carrera.
BERNIE, de Richard Linklater, tal vez sea la única “novedad” de este grupo de películas ya que por algún motivo se vio muy poco en el circuito de festivales. Si bien es una comedia –género que lamentablemente nunca está muy representado en los festivales-, tiene los suficientes toques autorales como para estar a la altura, al menos, de Toronto, especialmente tomando en cuenta que aún no tiene distribución en los Estados Unidos.
BERNIE reúne al equipo de ESCUELA DE ROCK ya que el protagonista aquí es Jack Black. Pero lo único en común que tienen las películas es que Jack canta (y muy bien) en ambas. Por lo demás es una comedia que mezcla el formato pseudodocumental, realista, de SLACKER (gran parte de la historia está contada a través de entrevistas con testigos reales del caso, gente del pueblo en el que transcurrió), sumado a la parte ficción (o “reconstrucción”, si quieren) y a entrevistados que son actores. Casi casi como una película iraní, pero no…
Linklater se centra en el caso real de un “director de funerales” llamado Bernie (Black), un hombre sociable, amable y generoso, querido por todo el pueblo de Texas en el que transcurre la historia (Carthage, verdadero protagonista del filme), que se involucra demasiado con una viuda millonaria y odiada por todos (Shirley Maclaine), en una relación con aristas bastante complicadas, especialmente por la forma en la que termina.
El director de ANTES DEL ATARDECER se juega por un tono de comedia casi absurda, que bordea el patetismo pero logra salir bien parado de ese riesgo gracias a la empatía enorme que, se nota, tiene para con los personajes, testigos y entrevistados del filme. Jack Black está perfecto en el rol, por más que nos dé la sensación de no tomarse en serio a su personaje: un regordete, gay de closet, buenazo, generoso, católico, religioso, desprendido y con cero cinismo. Black está al borde de la caricatura, es cierto. Pero todos lo están. Viniendo el propio Linklater, que es de esa zona, da la impresión de que eso que para nosotros es caricatura, no es otra cosa que realismo crudo.