Diario de Oslo 3: «Tropa de Elite: el enemigo interior»

Diario de Oslo 3: «Tropa de Elite: el enemigo interior»

por - Críticas
11 Oct, 2011 06:49 | comentarios

A mí me había gustado TROPA DE ELITE en su momento. Lo sé, al menos en la Argentina, soy de los pocos a los que les gustó la película. Ese «gusto» por el filme no tenía nada que ver con considerarlo una obra maestra de cine político ni mucho menos una película merecedora del Oso […]

A mí me había gustado TROPA DE ELITE en su momento. Lo sé, al menos en la Argentina, soy de los pocos a los que les gustó la película. Ese «gusto» por el filme no tenía nada que ver con considerarlo una obra maestra de cine político ni mucho menos una película merecedora del Oso de Oro de Berlín. Me había gustado como me gustan ciertos policiales americanos, violentos, secos, de corrupción política, gangsters, traiciones, etc. Tomárselo «en serio» en el sentido político era darle demasiada entidad a algo que no lo tenía. Creo que el odio que en mucha gente generó esa película tiene que ver con que no podemos pensar un policial latinoamericano sin analizarlo en relación a la realidad política, sin enfrentarlo a «la vida real», de la manera en que sí podemos  hacerlo con un thriller americano y, en algunos casos, europeos. Con TROPA DE ELITE pasaba eso: tenía un costado «protofascista» que generaba molestias y desprecio. El mismo costado «protofascista» que se ha celebrado en decenas de filmes de acción norteamericanos sin tanto escándalo.

A mí me había molestado mucho más CIUDAD DE DIOS, que pretendía ser una especie de historia de las favelas de Brasil pero no era otra cosa que un videojuego. Jose Padilha mantenía una estética seca, pura y dura, y si bien TROPA DE ELITE también se metía en la historia policial del Brasil real, nunca mentía ni banalizaba esa realidad. Era «ficción», «fantasía», pero con una estética realista. Sería hora de que muchos críticos empezaran a considerar el realismo como una opción estética como cualquier otra, más allá de que sea una opción que obligue al realizador a pasar por muchas aduanas y chequeos estéticos.

Por otro lado, la película no me había parecido necesariamente tan fascista. Tenía la sensación, como en TAXI DRIVER por ejemplo, que la voz en off del Capitán Nascimento que narraba la historia no tenía porqué ser tomada como «la voz» de la película o bien «la opinión del director» acerca de lo que estaba contando. Era una voz que permitía al espectador meterse en la cabeza del protagonista, vivir la historia en primera persona, pero también era lo suficientemente brutal y absurda como para dejar en evidencia que no había una empatía necesaria entre el discurso del personaje y el de la película. Pero no muchos lo entendieron así. Y esos malos entendidos generaron este engrendo que es TROPA DE ELITE: EL ENEMIGO INTERIOR.

Más allá de la buena resolución para las escenas de acción que tiene José Padilha (aunque aquí son pocas), la película parece dedicarse a contradecir todo lo que opiné del primer filme. No sé entonces si me equivoqué yo en el primer filme o si el hombre cambió de opinión y, tras las críticas del primer filme, decidió hacer uno donde quedara más en claro que, bueno, que no es fascista ni mucho menos. Y lo que consigue, vamos, es exactamente lo contrario.

Es decir, politiza la película hasta hacerla casi un drama violento sobre la realidad política carioca y de la corrupción, de las cárceles a las favelas, dejando de lado el tráfico de drogas para plantear cómo la policía militar corrupta (no el BOPE, que es otra cosa, como los marines) es la causante de todos los males de la ciudad o el país. No dudo que puede haber mucho de cierto en este punto de vista (queda claro que el accionar «mafioso» de la policía en las favelas debe ser así o muy parecido), pero el problema es que ahora Padilha genera, por un lado, empatía con la voz de Nascimento (que se da cuenta que alrededor suyo son todos corruptos, salvo él), un enfrentamiento ideológico/melodramático banal con Fraga, un político de izquierda, defensor de los derechos humanos, que ahora se ha casado con su ex mujer (¿?) y con quien se disputan «el cariño» del hijo de Nascimento (¿el mismísimo Brasil?). Claro, el chico, en su adolescencia, se siente más afín a Fraga que a su propio padre y colabora con él en sus denuncias contra la policía que, al principio, Nascimento sigue defendiendo.

Así, todo lo que yo apreciaba del filme se pierde en un indigesto intento de «retratar la corrupción en Brasil» lleno de personajes, situaciones, discursos y enfrentamientos que quedarían mal hasta en EL PUNTERO. Padilha, en su intento de no «quedar pegado» como fascista termina pareciéndolo aún más, ya que si hay una «moraleja» en esta historia es que el problema no es la violencia policial indiscriminada, sino la corrupción. Esto es, si los policías no fueran corruptos, si sólo mataran a cualquier sospechoso de narcotráfico porque sí, porque está bien «éticamente» (y no para quedarse con sus negocios), entonces no habría problema.

Una vez que la película compra el discurso del protagonista (ya que pretende que el aprendizaje que él hace lo hagamos todos los espectadores: en la original seguía siendo un «cabeza» hasta el final), ya no hay nada que nos evite pensar que Padilha piensa lo mismo. El «gatillo fácil» no es problema, parece decir (los del BOPE siguen siendo skinheads con ametralladoras que no deben perder ni un segundo en pensar, algo que ahora la película directamente considera admirable a juzgar por el desenlace), el problema es agarrar el cadáver del muerto y sacarle la plata de los bolsillos…

Me da la impresión también que Padilha quiso hacer de TROPA DE ELITE una suerte de versión brasileña de EL PADRINO, llevarla a ser cada vez más «representativa» de la historia de Brasil. Coppola consiguió un gran segundo filme a partir de tomarse en serio que la primera EL PADRINO no era sólo una película de gangsters sino una «historia paralela de los Estados Unidos». Pero Padilha no partía de un material dramático tan generoso, por un lado. Y, por otro, las ambigüedades y zonas oscuras del primer filme no fueron aumentadas dramáticamente sino «infladas» retóricamente, simplificadas, banalizadas, hasta terminar con un engendro que está más cerca al «cómo somos los brasileños» que a la perturbadora brutalidad de la primera película.

No sé, casi que prefiero la película de un fascista que tal vez no sepa que lo es, que la de uno que quiere pedir disculpas, pero no hace más que embarrar la cancha. Como ese otro inútil llamado Lars von Trier.