Diario de Oslo 6: «Once Upon a Time in Anatolya», de Nuri Bilge Ceylan

Diario de Oslo 6: «Once Upon a Time in Anatolya», de Nuri Bilge Ceylan

por - Críticas
19 Oct, 2011 07:06 | 1 comentario

Ya dejé Oslo hace unos días por unas jornadas de turismo en Praga. El cambio fue bastante radical: geográfico, cultural, estético. Oslo es una ciudad pequeña, cómoda, moderna, amable aunque algo desangelada. Praga es todo lo contrario: bella, excesiva, apila tradiciones y choques culturales, con una historia tremebunda y una explotación turística (de esa historia […]

Ya dejé Oslo hace unos días por unas jornadas de turismo en Praga. El cambio fue bastante radical: geográfico, cultural, estético. Oslo es una ciudad pequeña, cómoda, moderna, amable aunque algo desangelada. Praga es todo lo contrario: bella, excesiva, apila tradiciones y choques culturales, con una historia tremebunda y una explotación turística (de esa historia y esa belleza) que está en ebullición. Estar acá, curiosamente, me hizo pensar en la última película que vi en Oslo, ONCE UPON A TIME IN ANATOLYA, del turco Nuri Bilge Ceylan.

Antes de irme de Oslo planeaba escribir sobre la película, pero no tuve tiempo de hacerlo. Y ya aquí, en Praga, pensé dejarlo para después, sumarla a la lista de la próxima entrega, ya desde el Festival de Londres, al que llego mañana. Pero se dieron dos hechos que me impulsaron a hacerlo. Primero, llueve un montón, por lo cual tengo más tiempo de lo habitual. Y, segundo, ayer me paró la policía acá, en la entrada de la estación de buses. Tras pedirme pasaporte (que no tenía encima, por suerte tenía una cédula) y mientras yo trataba de recomponerme del susto (creo que es la primera vez que me pasa en 18 años que llevo viajando), me explicaron que había cruzado mal la calle y me iban a cobrar una multa. Traté de explicarles de que no sabía de qué otra manera cruzar y tras una breve charla me comentaron que la multa era de 100 Coronas (algo así como 25 pesos argentinos), y que si no las quería pagar tenía que ir a una oficina de reclamos donde se me podía llegar a cobrar hasta 2000 (500 pesos). Sin vueltas, les pagué, me hicieron una boleta y uno de ellos, al darme el recibo me dijo: «Un recuerdo de Praga».

ONCE UPON A TIME IN ANATOLYA trabaja un asunto policial bastante más serio y complicado que el mío, pero en el fondo, detrás de la búsqueda del cadáver a lo largo de las rutas de esa zona de Turquía que hace la policía, un doctor y los acusados del crimen, lo que funciona y late en el filme es un estilo similar de procedimiento policial. O de forma de entender y observar ese trabajo. Uno podría decir que es la película «rumana» de Ceylan, con un estilo y forma que hace recordar a POLICE, ADJECTIVE, u otros filmes que se detienen en la rutina cotidiana y gris del trabajo policial. Un filme que se interesa más por la gente que  hace la pesquisa que por la pesquisa en sí misma. Pero lo cierto es que Ceylan, en UZAK, por ejemplo, ya había dado muestras de que esa forma narrativa pausada, levemente contemplativa, era parte de su forma de ver el cine.

La comparación con «el incidente de Praga», digamos, está más en lo que uno pueda pensar de esos policías que me hicieron esa inusual multa de tránsito (primera vez que escucho que se pagan multas por cruzar mal una calle) que en el hecho en sí. Me los imagino antes, sentados, tomando café y mirando la calle, esperando al gil en cuestión. O después, tal vez riéndose porque caí en la «trampa» ya que todo el papelerío formal sólo es un invento para quedarse con mis 100 coronas y pedirse un par de cervezas. O, tal vez, ni siquiera hablando de lo que pasó, si no siguiendo allí, sentados en la entrada de la estación, hablando de fútbol, de sus mujeres, de algún jefe o de lo que sea.

En ONCE UPON A TIME IN ANATOLYA hay algo de eso. El policía, el abogado, el doctor, los criminales, los otros policías, recorren en auto la campiña por la noche buscando un árbol cerca del cual, cree recordar el supuesto asesino, enterró el cadáver. Pero una y otra vez se equivocan ya que la borrachera en la cual habría cometido el asesinato (casual o no) no le permite recordar bien. Ese ir y venir de tres autos por las rutas serán usados por Ceylan para que escuchemos a los protagonistas, sus charlas nimias, sus anécdotas, pequeñas revelaciones personales que cobrarán peso sobre el final del filme. Todo esto, claro, acompañado por la ya típica belleza (acaso excesiva) que Ceylan le imprime a cada uno de sus planos. Cuando la cámara deja el interior del auto para mostrar el anochecer o la mañana sobre la ruta, por ejemplo.

De lo cómico a lo denso, todas estas anécdotas y situaciones se empezarán a mezclar en la segunda mitad del relato, tras la aparición del cuerpo. No es conveniente contar mucho más (aunque no es un filme de suspenso en ese sentido), pero lo cierto es que cada cosa que vimos u oímos en la primera mitad repercutirá en la segunda, nos  llevará a ver a los personajes (más el médico, el policía y el abogado que los sospechosos, en realidad, un poco como ZODIACO, de David Fincher) de otra manera. Tal vez sea un filme sobre la verdad, sobre lo misterioso y lo inexpugnable de esa verdad, sobre lo conveniente o no de saberla, sobre si lo más humano puede ser mentir, o preferir no saber. O tal vez no. ANATOLYA puede ser una película sobre un operativo policial en el que las cosas, simplemente, son algo diferentes de lo que parecen…

Con TRES MONOS, Ceylan seguía perdiendo reputación entre la cinefilia más dura, que había admirado sus primeras películas, más secas, y empezó a dejarlo de tener en cuenta con sus últimos filmes, algo más esteticistas, melodramáticos. Me parece que aquí vuelve a una veta «iraní» que mostró en sus primeros filmes, ya que bien se podría pensar en ANATOLYA como una versión «Kiarostami» de un caso policial. Autos en movimiento, rutas que giran como en círculo, gente que las recorre mientras habla de cualquier otra cosa: ONCE UPON A TIME IN ANATOLYA es, como una de las anécdotas que se cuentan en el filme (sobre una mujer que anuncia la fecha de su muerte y… la cumple), un encuentro, un choque, entre el mito y la realidad.