Diario de Viena 1: «L’appolonide» y «La guerre est déclarée»

Diario de Viena 1: «L’appolonide» y «La guerre est déclarée»

por - Críticas
29 Oct, 2011 05:49 | comentarios

De regreso a Viena, tres años después de mi anterior visita, veo que el festival ha cambiado muy poco. Y está bien que así sea. De la misma manera en la que el bolso ya clásico del festival cambia de tonalidades, dibujos y colores pero siempre mantiene el mismo formato, estructura y logo, la Viennale […]

De regreso a Viena, tres años después de mi anterior visita, veo que el festival ha cambiado muy poco. Y está bien que así sea. De la misma manera en la que el bolso ya clásico del festival cambia de tonalidades, dibujos y colores pero siempre mantiene el mismo formato, estructura y logo, la Viennale parece manejarse con un sistema bien armado en el cual no hay porqué modificar nada que funcione bien. Y como casi todo anda bien, todo sigue igual: las salas, las personas, la organización, el sistema. Todo está hecho para que sea fácilmente navegable y recordable. A diferencia de otros eventos (los argentinos, sin ir más lejos), acá nada se improvisa y no hay que desaprender y reaprender cada vez que se viene.

Mientras trato de tomarme algún tiempo más para recorrer la ciudad (este viaje me va dejando cada vez menos «cabeza» para ver películas), en plan de seguir recuperando películas del Festival de Cannes, ayer fue el turno de dos filmes franceses que no había visto y que se destacaron entre lo que vi. Aclaro, acá estoy también como jurado, por lo que no puedo escribir sobre muchas de las películas que veo, ya que debo conservar el «silencio» hasta la hora de los premios.

Uno de los filmes franceses que vi es LA GUERRE ESTE DECLAREE, la dirigió Valerie Donzelli, y fue muy bien recibido en la Semana de la Crítica de Cannes y en su estreno francés. Tanto, que esta pequeña y extraña película fue elegida para representar a Francia en los Oscar. Esa elección tiene que ver, uno imagina, con una cuestión temática, ya que se trata de una pareja que debe luchar contra la enfermedad de su pequeño hijo. De cualquier manera, está muy lejos de ser una película convencional sobre ese tipo de temas. Al contrario, Donzelli debe haber inaugurado un extraño subgénero: la comedia musical sobre el tumor cerebral.

O algo así. En realidad, los momentos musicales son pocos, pero definitivamente hay muchos momentos cómicos, livianos y bastante bizarros en esta historia autobiográfica, que dirige y protagoniza Donzelli junto con su ex marido y que se centra en lo que les pasó a ellos al descubrir que su bebé tenía un tumor, y todos los años de batalla (de «guerra declarada») que pasaron. El riesgo es claro: a nadie le debe gustar ver una película sobre un niño enfermo, pero Donzelli le busca todas las vueltas posibles con un espíritu envidiable, que deja en claro que, como directora, tiene la misma energía y nivel de locura que su personaje (es decir, ella misma) tiene en la ¿ficción?

Donzelli se apoya en el Truffaut de JULES & JIM, en Jacques Demy, la primera nouvelle vague, y salta de allí a influencias como Christophe Honoré o Arnaud Desplechin para crear una película original, por momentos absurda, muy cinéfila pero nunca tanto como para que nos desentendamos de la suerte de los personajes. Es una historia emocionalmente fuerte y con algunas situaciones difíciles, en la que ese espíritu a prueba de todo que la pareja y el hijo demostraron enfrentando esa batalla está puesto en la estética optimista y hasta juguetona de la película. Por momentos parece excesivo, casi irrespetuoso, es cierto (algo similar sucede con THE DESCENDANTS, otra «comedia de hospitales», pero aquí los cambios de tono son aún más radicales), pero uno puede estar seguro de que esa energía está puesta sin ninguna intención de explotar de manera morbosa al espectador con los problemas que Donzelli haya tenido en su vida (algunos pueden no verlo asi, y es entendible, la película corre por un límite difícil). Al contrario. Es, casi, la necesidad de compartir una experiencia vital con el público.

L’APPOLONIDE, de Bertrand Bonello, tal vez no sea igual de festiva y juguetona (tiene su aire, si se quiere, «lúdico», pero el tono es mucho más grave y adusto), pero es igualmente cinéfila y extravagante. Si hay algo que llama la atención de ambos filmes es el uso de la música. Allá, con temas pop y números musicales totalmente fuera de contexto. Acá, con una serie de canciones soul para acompañar la historia de un burdel de principios de siglo XX y contar más que la historia de las prostitutas que allí vivían y trabajaban, hacer un retrato del lugar, los personajes y la época. Casi una cadena de microhistorias y anécdotas que sirven para pintar un lugar sensual, intoxicante y decadente, que puede ser peligroso y brutal, pero también agradable y familiar. Casi un hogar fuera del hogar, tanto para algunas chicas como para muchoss clientes.

En el filme de Bonello lo que se destaca, claramente, es la puesta en escena. La cámara cerca de los cuerpos y los rostros, casi como paseando por el lugar y capturando imágenes y momentos cual espía, con claras referencias pictóricas (pocas películas tienen un aire tan plástico, casi como ver un cuadro en movimiento) que permiten acercarse a los momentos más íntimos, a las situaciones (miradas, complicidades) más ocultas y discretas. Tal vez peque de grave (un personaje y un incidente, en especial, llevan la película a esa zona), o algunos puedan opinar que le falta un eje narrativo algo más sólido, pero creo que hay que acercarse al filme casi como un espía, sin otras pretensiones que ser transportado a un universo entre mágico y pesadillesco, casi como meterse en un sueño de opio que dura 130 minutos y te deja algo mareado.